A Patinir, maestro flamenco establecido en Amberes en 1515, le fascina el paisaje. A él se debe la introducción del mismo como protagonista en los cuadros; pero el público contemporáneo no estaba preparado para una novedad tan radical, por lo que el pintor opta por la fórmula de utilizar un leitmotiv religioso que pueda ser introducido en sus amplios y minuciosos paisajes. Es una soberbia creación visual, irreal, fantástica.
Su fórmula pictórica es una cierta anticipación del Bosco, y a su vez viene de Gèrard David en la búsqueda de puntos de vista elevados desde donde dominar la escena. Patinir ordena en casi todas sus obras el paisaje en tres planos cromáticos: de abajo arriba se van difuminando los ocres, verdes y azules, en una complejísima gama de degradados.
Traemos como ejemplo de lo dicho este maravilloso Paso de la Laguna Estigia, óleo de 64 por 103 cm. La acción es una simple anécdota en un ambiente paisajístico que atrae toda nuestra atención. A la izquierda se encuentran los Campos Elíseos, en los que se destacan unos ángeles sobre el verdor de los árboles. A la derecha el Tártaro, cuyo acceso guarda Cerbero. Caronte, en una pequeña barca, hace cruzar el alma del difunto.
En este caso, el plano inferior ocre se limita a las rocas de la izquierda. Viene después el plano verde, pleno de matices, sobre todo a la derecha, en que oscilan desde el brillante césped ante la puerta del Tártaro a la oscura colina en la que brillan misteriosos fuegos.
Y el azul, frío y bellísimo, incluyéndose en el verde y culminando en la delicadeza del templete cristalino. En medio, cortando el punto de fuga, la mancha ocre de la barca que va a enfilar la pequeña ría de entrada. Y los sedosos jirones de nubes, que limitan el resplandor luminoso del cielo a la vez que cierran el espacio.
Minucioso en cada uno de sus detalles, hoja por hoja, brizna por brizna. Una sensación de frío y de silencio producida por la gama. Sentimos la extraña paz que nos comunica siempre un atardecer en el campo, desearíamos saber qué cobija el templete de cristal.
Desearíamos, siempre que contemplamos un cuadro de Patinir, caminar por sus paisajes. Bañarnos en sus aguas. Llenar nuestros ojos de su luz.