Filosofía — 30 de abril de 2016 at 22:00

El ser humano: encontrando un lugar en el universo

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Cuando topamos con algún problema que no responde al principio de mecanicidad, nos desorientamos, incapaces de encontrar soluciones creativas. A principios del siglo XX, la concepción mecanicista del universo se vio modificada notablemente con la física cuántica. No podemos continuar pensando y queriendo obtener respuestas según la visión mecanicista mientras la concepción del mundo ha cambiado.

¿Qué lugar tiene el ser humano en el universo? Desde la Antigüedad, el hombre se hace sin cesar la misma pregunta. ¿Forma parte del universo? ¿Tiene un sentido para él?

Ya en los tiempos de Egipto, el hombre estaba considerado como un ser excepcional por el hecho de ser un ser pensante que podía representarse a sí mismo, y esta característica le otorgaba un sitio particular en el universo.

El ser humano no solo puede ver, concebir objetos, animados o no, sino que puede darles una realidad coherente, independientemente de la realidad misma.

Si hacemos una foto, esta tiene una realidad concreta y tangible, que genera recuerdos y una historia para cada uno de nosotros, dándole un valor importante a nuestros ojos.

Por el hecho de pensar y concebir, podemos proyectar en los objetos una realidad diferente, incluso una más importante que la realidad misma de ellos.

¿Cómo encontrar el lugar del ser humano en el universo? Todo depende de la forma con la que representemos el universo.

Si podemos pensar los objetos, darles una realidad e integrarlos en nosotros, podemos considerar el universo como una realidad y podremos encontrar un sitio en él. Si el universo no representa nada para nosotros, nunca encontraremos este sitio.

El poder de la imaginación

Lo que diferencia al ser humano es su capacidad de imaginar y de expresarse utilizando un lenguaje simbólico. Es la mejor cita que nos dejó Ernst Cassirer.

El ser humano es capaz de pensar, de representarse y de imaginar; así pues, de proyectarse en el espacio y en el tiempo. Puede verse de forma diferente, cambiar su forma de actuar y crearse un futuro diferente.

La filosofía contemporánea descubrió la existencia de una potencia en el hombre que va más allá de la simple noción de la razón: una dimensión simbólica, una capacidad de imaginación que le permite proyectarse, tener fuerza y poder sobre sí mismo y los acontecimientos (por ejemplo, un atleta que se prepara para una carrera, se mentaliza, se proyecta y se ve ya corriendo gracias a su imaginación).

Redescubrimos así, desde hace unos cincuenta años, lo que las sociedades tradicionales han aplicado desde siempre: la imaginación permite proyectarse y ejercer un poder sobre sí mismo y sobre los acontecimientos. Esta noción está muy poco utilizada por la educación impartida en los colegios, aunque empieza a darse gradualmente en ciertos dominios.

Este poder de la imaginación y de proyección permite no someterse sin más a los acontecimientos que nos llegan, y en cambio, sí dominarlos utilizando comportamientos y palabras simbólicas.

En efecto, un gesto, una palabra, puede provocar una guerra, una pelea o incluso, el amor…

La visión del Renacimiento

El lugar del hombre en el UniversoDurante el Renacimiento, el filósofo Pico de la Mirándola, escribió De la dignidad humana, inspirándose en Nicolás de Cusa y en Marsilio Ficino. Dios no ha dado ningún lugar determinado ni prerrogativa particular al hombre, ya que este se encuentra en medio del universo y puede elegir lo mejor o lo peor para definir las leyes del mundo y encarnarlas.

Pico de la Mirándola escribe: «Si nosotros no te hemos hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, es para que, dotado por así decirlo de un poder arbitral y honorífico de modelarte y confeccionarte a ti mismo, puedas darte la forma que hubieses querido. Podrás degenerar en formas inferiores, que son bestiales, podrás por decisión de tu mente, generarte en formas superiores, divinas».

Esta noción de lugar central del hombre en el mundo y en el universo (en medio, en el centro, pero no porque él sea el centro) es muy importante porque aparecerá en muchas tradiciones.

Plotino dice que el ser humano se encuentra en el medio, entre los animales y los dioses, y cuando mira al lado animal se convierte en uno de ellos, y cuando mira hacia los dioses, se convierte en un ser divino. Por su capacidad de pensar y de proyectarse, el hombre tiene la capacidad de elegir elevarse o seguir siendo un animal.

En Así habló Zaratustra, Nietzsche veía el hombre en el centro, en el medio, como un punto entre el cielo y la tierra. Es la capacidad del amor y de superación de sí mismo lo que hace de él un puente, un lazo de unión.

Conocerse para conocer el universo

Para comprender el mundo y situarse en el universo, el ser humano se encuentra con varias opciones:

– Construir una estatua a su semejanza y practicar un culto de sí mismo y de su ego. El universo es su propio ego, y el dios, él mismo.

– Desarrollar un potencial para trascender sus limitaciones.

– Dialogar con la parte profunda de sí mismo, es decir, con su parte divina. Es una noción que nos viene ya de la Antigua Grecia.

– La última está relacionada con la inscripción del frontón en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo, y conocerás el universo y a los dioses».

Ser el centro de uno mismo

Practicando el diálogo con nosotros mismos podemos darnos cuenta de si hemos llegado a nuestro centro, a la cima de nosotros mismos.

Para estar en el centro, solo hace falta desplazar la conciencia a lo más alto de nosotros, y ese centro se convierte en unión entre lo más bajo de nosotros y lo más elevado.

Ese centro ha estado representado a menudo simbólicamente por imágenes de una montaña o de una pirámide (escalar nuestra propia montaña interior).

¿Dónde está el corazón o el centro del universo? En todos lados y a la vez en ningún sitio.

Para conectarse con el «Ser de las cosas» hace falta conectarse con uno mismo.

El sitio del ser humano es estar en ese centro de naturaleza profunda y superior, y no en el de su ego. Solo podemos conocer nuestro lugar en el universo situándonos en nuestro interior.

El hombre es polvo de estrellas

Existe otra oportunidad que es la de reconocerse en el universo. El astrofísico Hubert Reeves dijo que el hombre, físicamente hablando, es polvo de estrellas, resultado de cierto número de átomos de hidrógeno fabricados por estrellas…

Así entendemos que estamos hechos de la misma materia de la que está hecha el universo y que obedecemos a sus mismas leyes.

Para reconectarse y resituarse en el centro, debemos unirnos al mismo tiempo a nosotros mismos y al universo: el resultado será el mismo.

Hay un sentido evolutivo en todo esto: de lo más simple a lo más complejo, de lo inconsciente a lo consciente.

Los científicos se preguntan si el ser humano, siendo capaz de descifrar el universo e interpretar sus leyes , no podría, en la medida de lo posible, comprender el sentido de su presencia en el universo.

La influencia recíproca del observador y del objeto de observación

En las ciencias y en la física, el sujeto y el objeto están interconectados y se influencian mutuamente.

Cuando efectuamos una medida, los fenómenos aparecen en función de la medida que buscamos: si estudiamos la materia como onda, esta no se mostrará con forma de partícula, y si la buscamos como partícula, no lo hará en forma de onda. Así pues, podemos alterar el resultado de una observación, pero somos a la vez modificados por la observación.

El observador y la materia o el sujeto observado no se quedan neutros. Interfieren e interaccionan el uno con el otro. Estamos todos interconectados.

Es evidente que si concebimos el universo de cierta manera, podemos determinarlo de cierta manera también, y el universo nos determinará igualmente de una cierta manera. De ahí nace el interés por tener una visión más amplia y más rica del universo.

Por pensar de una cierta manera, actuamos como actuamos. Si cambiáramos nuestras actitudes y nuestro comportamiento, actuaríamos de forma diferente y seríamos, pues, distintos.

Somos los únicos seres en la tierra que pueden pensar el cambio, pero disfrutamos de esta cualidad muy rara vez. Aguantamos los acontecimientos con una visión fatalista, dejándonos llevar por las circunstancias, ya que tenemos muchos prejuicios, en parte por opiniones que dejaron de ser nuestras, afortunadamente. Deberíamos aceptar, más bien, el hecho de vivir en la incertidumbre y en la ambigüedad para permitir emerger un futuro diferente.

La visión de Newton

Durante un tiempo y según la visión de Newton, el pensamiento occidental científico y filosófico concibió el mundo como una máquina. Si pensamos que el universo es una máquina, estamos afirmando que somos máquinas también y actuamos de forma automática, rutinariamente, tranquilamente. Si nos topamos con algún problema que no responde al principio de mecanicidad, nos desorientamos, sin saber adaptarnos, y somos incapaces de encontrar soluciones creativas. Abandonamos fácilmente, y eso genera en nosotros muchas crisis.

A principios del siglo XX, la concepción mecanicista del universo estuvo afectada por los descubrimientos científicos, y notablemente con la física cuántica. Pero el pensamiento filosófico contemporáneo nunca consiguió integrar la visión cuántica. Se crea, pues, una rotura importante del pensamiento: continuamos pensando y queriendo obtener respuestas según la visión mecanicista, mientras que la visión del mundo ha cambiado.

Hay, por tanto, fisuras en el edificio del pensamiento humano, y el hombre se siente cada vez más desamparado al hacer frente a los problemas que no se pueden solucionar de forma mecánica.

De ahí la importancia de volver a las filosofías antiguas para encontrar las claves, para aprender a hacerse las buenas preguntas y encontrar un sitio en nosotros mismos y en el universo. Es el paso individual más largo, menos espectacular, pero sin embargo, más duradero.

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