Todo empezó como un proyecto a nivel local, concretamente en Cádiz, con un nombre que seguro que nos hace esbozar una sonrisa: Chapuzas Sin Fronteras». Porque aunque el término chapuzas pueda tener ciertas connotaciones de falta de profesionalidad o calidad en el lenguaje cotidiano, nada más lejos de la realidad de los voluntarios que lo llevan a cabo.
El Grupo de Voluntariado GEA lo puso en marcha por primera vez en esa ciudad en colaboración con otra asociación gaditana. La idea era ayudar a aquellas personas de la tercera edad que no tuvieran recursos y necesitaran realizar pequeños arreglos en sus domicilios (de ahí lo de «chapuzas»). A través de Asuntos Sociales, que les derivaban los ancianos necesitados, estos voluntarios de las más diversas profesiones y edades, acudían a realizar los arreglos pertinentes. Pero no solo se trata de reparar, pintar o cambiar una bañera por una ducha; también es acompañar a quienes pasan muchas horas en soledad junto a un televisor o la radio, y escucharles, prestar atención a sus cuitas, achaques y anécdotas, que más de una vez nos sorprenden.
De aquel proyecto local se ha llegado a una participación a nivel nacional e incluso internacional, en momentos de necesidad.
Cuando en 2011 la Tierra tembló en Lorca, un grupo de voluntarios de GEA de varias ciudades españolas realizó esas mismas labores en los domicilios de ancianos afectados por el fuerte terremoto.
En los dos últimos años, en un asilo de Salé (Marruecos), también se están realizando trabajos relacionados con este proyecto, gracias a la colaboración con una ONG marroquí.
Málaga y Alicante, entre otras ciudades, también desarrollan «Chapuzas Sin Fronteras», llevando compañía, solidaridad y buen hacer a quienes lo necesitan. Un ejemplo más de cómo un pequeño proyecto local, si es bueno, puede traspasar fronteras.