Libros — 31 de enero de 2017 at 23:00

«El laberinto de los espíritus», de Carlos Ruiz Zafón

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El laberinto de los espíritus

Hace trece años devoré La sombra del viento como si no hubiera un mañana. Nada más salir al mercado El juego del ángel corrí a comprarlo, pero no encontré la magia del primero. Me desanimó y desistí de la lectura de la tercera parte y, después de tantos años, El laberinto de los espíritus me ha devuelto la emoción de los comienzos de esta gran aventura.

No sé si el tiempo ha influido en la avidez con la que me he zampado el libro. Me ha enganchado como una posesa, pese a los peros: aunque se extienda demasiado en tramos que sobran, teniendo en cuenta, además, que la trama ya es lo suficientemente enrevesada, aunque esté repleta de personajes y abuse de descripciones repetitivas y diálogos donde se exprime el humor y las pedanterías rimbombantes, rizando el rizo hasta la extenuación.

Pues bien, a pesar de todo, me he metido en el laberinto de Alicia Gris y Vargas con gusto. Me he dejado llevar de su mano por la desquiciante investigación sobre la extraña desaparición de Mauricio Valls, donde Ruiz Zafón reabre la página de la familia Sempere y su mundo hipnotizador de libros y letras, donde «el secreto tras el secreto» es una muñequita rusa que te agita dentro de la continua espiral de niebla con la que, de nuevo, hace protagonista a Barcelona.

Los fantasmas del pasado de Alicia duelen como su cadera. En ocasiones, el autor transmite tan bien el pálpito de sus heridas físicas que, de manera inconsciente, he llegado a gritar en silencio a Alicia, «por favor, ¡toma algo ya!». Y aunque –lo mismo que abusa de otras cuestiones– repite esas escenas en las que se retuerce de dolor, he llegado a imaginar cómo revienta por dentro el contacto de la metralla.

Ruiz Zafón da al lector lo que espera. Ingredientes que garantizan la adicción cuando se cuentan y mezclan bien: angustia, misterio, un poquito de «gore» (a veces también excesivo) , recuerdos que taladran cerebros y machacan tanto o más que los males físicos, pasillos infinitos, negros y asfixiantes, libros que estremecen solo con su mención… No por esperado (por qué negarlo, no hay sorpresa pero…) se ha reducido el placer que siento con esa constante presencia de libros como seres vivos, esa exaltación del amor por la lectura y la escritura, donde uno se pierde y muere de gusto por haberse perdido.

No me molestaré en explicar la trama, la historia y sus historias porque hay libros que no se pueden resumir. Es más, que no apetece resumir, porque lo que más destaca de ellos es el placer que provocan, la ansiedad por que llegue una nueva pista, el escalofrío de lo más oscuro en cualquier calle o rincón, el redoble de tambor que escuchas aunque no suene porque sabes que algo está a punto de ocurrir… En fin, esas pequeñas cositas que hacen vibrar y desear que el desasosiego no termine nunca.

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