Aunque parece que hemos perdido las claves de muchos símbolos que están contenidos en los mitos, los trabajos realizados por eminentes investigadores, como Joseph Campbell o Carl Jung, vuelven a llamarnos la atención sobre las verdades que contienen estos relatos que aparentemente son solo historias de la fantasía.
Nuestra civilización ha perdido las claves de los símbolos contenidos en los mitos. En ellos podemos encontrar los arquetipos que deben guiar nuestra vida y ayudarnos a descubrir nuestra alma. Las diosas pueden mostrar a las mujeres esas fuerzas primordiales del mundo espiritual y comprender ese ser interior que caracteriza su compleja femineidad.
Homero comenzó a utilizar el término « mythos » con referencia a los dioses, como palabra sagrada ( hieroi logoi ) . Jean Brun, filósofo francés, explicaba: «Gracias al mito, lo inefable (lo que no se puede explicar con palabras) puede relatarse y lo incomunicable se comunica. El mito es una vía analógica que trata de suscitar en nosotros la reminiscencia capaz de conducirnos nuevamente al lugar donde se encuentra un origen que hemos olvidado».
Jorge Ángel Livraga, fundador de Nueva Acrópolis, nos decía que «el mito tiene la propiedad de despertar en el hombre ciertos aspectos que están más allá de su estricta capacidad de razonar. Donde la razón no llega, el mito sí; está más cerca de la intuición que de la razón. El mito nos habla de una verdad en lenguaje simbólico, y ese lenguaje presenta notables ventajas; es suficientemente rico, amplio y plástico como para que dentro de ese simbolismo cada cual capte lo que pueda asimilar. Ante el mito nadie se queda “en blanco”, mientras que ante una explicación racional, sí. Por eso Platón acude al mito cuando tiene que explicar elementos tan sutiles como para que no encajen dentro de la estricta capacidad humana».
De ello deducimos que el mito es como una puerta que enlaza nuestra mente, nuestros sentimientos, con el mundo del espíritu. Psicólogos como Jung, o filósofos historiadores de las religiones como Mircea Eliade, revalorizan este sentido original en el mito.
El psiquiatra Carl Jung, consideraba los mitos como estupendas herramientas de comprensión del funcionamiento de nuestra propia psique. Forman parte de la herencia común de la humanidad, y a través del inconsciente colectivo hablan a lo más profundo de nuestro ser: « Un mito es como un sueño del cual nos acordamos» , e interpretar este mito nos permite conocernos mejor.
En el inconsciente de cada hombre y cada mujer residen semillas que contienen un modelo de ese molde del mundo espiritual, y la fuerza de esa semilla hace que cada persona quiera reproducirlo como patrón de vida. Esas fuerzas primordiales o arquetipos del mundo espiritual serían los dioses y diosas de los que nos hablan los mitos. Los relacionaremos con los dioses griegos debido a que son los más conocidos.
Algunos de estos arquetipos o dioses influyen más según nuestra etapa en la vida. Así, tendríamos a Afrodita, el amor, cuya presencia más fuerte es en la adolescencia; Atenea, la energía valiente, en la juventud; Deméter, la maternidad portadora de vida, y Hera, el poder y la sabiduría, en la madurez.
Platón hace una distinción entre Afrodita terrestre y celeste. La primera incita al impulso amoroso, es la fuerza que une a los seres bajo el impulso irresistible del deseo, donde la belleza es su principal medio. Y cuando este deseo llega a su apogeo y poco a poco se va calmando, el alma siente la nostalgia de la primera unión, hacia su Padre celeste; cuando esto pasa, surge la Afrodita celeste, la que incita a la unión con la eternidad, donde no hay tiempo ni espacio. Entonces florece el amor fraterno, el amor que une todas las cosas, y a su vez, las acerca a Dios. Esta Afrodita enseña a purificar las pasiones impulsivas para transformarlas en nobles sentimientos, iluminados por la luz de la razón. Ella es el vínculo entre los dioses y los hombres. Por eso se le llama la diosa alquímica.
Las diosas, como tales, no pueden ser buenas o malas, tiene una mujer y una sombra; en nosotras es sombra porque le falta la luz del espíritu, la luz que nos puede dar la toma de conciencia de ese defecto para superarlo y ser mejores, más seguras y hasta más felices. Cuando hablemos de las sombras, nos referiremos a los defectos a superar en nosotras mismas.
Afrodita
Mujer: se ve como una princesa, ama seducir y brillar. Encarna la alegría de vivir y asocia el amor con la sensualidad. Busca siempre la belleza, la armonía a su alrededor. Toda mujer enamorada encarna este arquetipo.
Sombra: su inmadurez afectiva, quedarse sola en la sensualidad, el deseo de atrapar lo bello, la lleva al narcisismo y a las infidelidades.
Atenea
Mujer: es totalmente dueña de sus emociones, rara vez se dejará llevar por lo afectivo. Estimulada por las dificultades es excelente en la enseñanza, la creación artística o la investigación. Tiene un gran sentido práctico y coloca su éxito profesional ante todo; estudia carreras largas. Es fiel al hombre elegido y espera lo mismo de él; correspondencia.
Sombra: cuando se siente atacada, se vuelve fría, una crítica implacable, agresiva y autoritaria. Si no canaliza bien su energía, puede caer en depresión, ya que su motor es sentirse indispensable, útil.
Deméter
Mujer: la figura de la madre; sigue siendo uno de los arquetipos más sagrados para el ser humano. Ser madre es una forma íntima e intensa de sentir toda la fuerza de vida que la mujer lleva en sí misma. Como madre descubre el instinto protector, reencuentra fuentes inagotables de atención, paciencia y ternura. Es la que nos ayuda a desarrollarnos para desenvolvernos en la vida. Es calurosa, afectuosa, su atención sobre el «otro» le confiere una especie de sexto sentido que la hace muy intuitiva. Hay otra faceta, la madre espiritual, aquella que ama a todos los seres humanos, como la madre Teresa.
Sombra: la madre devoradora. No sabe decir no. No sabe manifestar su ira, o expresar claramente sus sentimientos y esto hace que se sienta víctima de la existencia. Cuando proyecta toda su energía sobre su hijo, se vuelve posesiva y lo infantiliza. Su necesidad de dar la vida, de hacer todo y controlar todo, hace de ella una madre agobiante. Y cuando un hijo se va de casa, siente el síndrome del nido vacío; para ella es sentirse abandonada, su comportamiento es una queja constante.
Hera
Mujer: el verdadero poder femenino se manifiesta casi siempre de manera sutil. Hera es, por un lado, la humilde, la que cuida el fuego del hogar, y por otro lado, la orgullosa reina. Ella busca la autenticidad, su gusto por la vida es profundo. Es atenta y receptiva con los demás. Para ella, las relaciones humanas son más importantes que la búsqueda de la autonomía. Necesita, además, el prestigio, el respeto y el honor que confiere el matrimonio. Su trabajo o carrera es un aspecto secundario en su vida, lo dejará en beneficio de la carrera del esposo. Su felicidad depende del amor y el respeto que su esposo le brinde.
Sombra: celos y orgullo herido. Los celos nacen de una necesidad enfermiza de poseer al otro, una forma de poder ilusorio que genera más temores, amarguras y sufrimientos que alegrías. Cuando su alma cae en esta temible trampa, ya no distingue lo verdadero de lo falso.
Imbuidos en nuestra mentalidad científica propia de nuestra civilización, donde solo lo material está catalogado y dentro de un orden establecido, no hay cabida para lo espiritual porque se han perdido las claves de esos símbolos contenidos en los mitos, y por esa razón no vemos más que situaciones de promiscuidad, venganza, celos… Pero todas las filosofías nos hablan de una parte muy importante de nuestra psique, el alma, esa voz, ese sentimiento que algunas veces notamos ante la belleza de un paisaje, ante la armonía de una buena composición musical, eso que no sabemos expresar pero que nos transporta hacia lo alto, hacia lo eterno, y nos hace sentir parte de la Naturaleza y, por un instante, un calor especial se instala en nuestros corazones y dejamos de ser nosotros para ser un todo con lo que nos rodea. En esos momentos contactamos con nuestros sueños e ideales más profundos de bondad, belleza y justicia.
La verdadera conquista del ser humano es descubrir su ser interior, nuestra alma, esa energía que puede apoyarse en lo material, pero que tiene la capacidad de elevarse hacia los grandes sueños e ideales. Y para ello la mujer tiene que aceptarse como tal y no perder la identidad de lo múltiple. No somos solamente madres o esposas; somos también amantes, heroínas, educadoras, doctoras, amas de casa, artistas…
La filosofía, a través de los mitos, nos ayuda a comprender ese ser interior que nos caracteriza como mujeres, nuestra compleja feminidad, a poder armonizarnos, ordenando pensamientos y sentimientos, mediante la toma de conciencia de virtudes y defectos, y poder así, llegar a esas semillas que contiene nuestro corazón, dando vida, inspirando, manteniendo esa energía femenina que tiene la función de revitalizar todo lo que la rodea.
No necesitamos un Día Internacional de la Mujer, necesitamos que cada mujer se atreva a realizar ese viaje interior hacia sí misma y a rescatar todos esos valores que le son inherentes, para que sea protagonista de su importante rol en la sociedad como educadora en valores.
Cuando comenzamos a sensibilizarnos con la necesidad de mejorar nuestra relación con los demás, lo primero que descubrimos es que debemos mejorar la relación con nosotros mismos. Se trata de desarrollar una moral altruista que da sin esperar recibir. Debemos aceptar que somos todos diferentes y, por ende, percibimos las cosas de forma distinta. Aprender a escuchar, interesarnos realmente por el otro, buscando más lo que nos acerca que aquello que nos separa, es con lo que podremos avanzar en el arte de comunicar.
Necesitamos estos valores para que el ser humano, hombres y mujeres, rescate esas cualidades propias de cada uno como tal, esos sueños e ideales que viven en el fondo de cada corazón, y así, como complementarios, construir una sociedad mejor donde se reconozca la dignidad de cada persona y lograr un mundo más justo, más bueno, más bello.
Lo fundamental es que la mujer pueda dar vida a un cuerpo, a un alma, a una sociedad y a una civilización y que si no se le da la oportunidad de otorgar vida, pierde su razón de ser (Joseph Campbell, mitólogo).
« Si quieres encontrar en todas partes amistad, dulzura y poesía, llévalas contigo» (G. Duhamel).
« Una mujer con el corazón alegre trae el equilibrio » (Ptahotep).
Bibliografía
Las diosas de cada mujer. Jean Shinoda Bolen.
Los dioses interiores. Laura Winckler.
En busca de los dioses. Jacques Lacarriere.
Los mitos griegos. Robert Graves.
Está maravilloso.