Han pasado 401 años desde la muerte de Shakespeare, el mismo día de la muerte de Cervantes, su alter ego atormentado. Hijos de dos potencias rivales a finales del siglo XVI, la Inglaterra isabelina y la España de Felipe II, fueron criticados en su tiempo antes de disfrutar del reconocimiento como dos precursores de nuestra modernidad.
Un misterio ronda la verdadera identidad de William Shakespeare (1564-1616), algo que incrementa su reconocimiento, su gloria.
La dicotomía entre su personalidad bastante banal de notable de Stratford-upon-Avon y la dimensión épica de sus obras dio lugar a numerosas especulaciones: la paternidad de sus obras fue en ocasiones atribuida a Francis Bacon y a John Florio.
Paradoja del genio, como lo retrata Diderot, fue igualmente un autor popular por excelencia, uno de los «hombres-universales» más raros para Victor Hugo, «genio bárbaro» para Voltaire, cuyo clasicismo riguroso no le impide calificar en estos términos al dramaturgo inglés: «Tenía un genio lleno de fuerza y de fecundidad, sin la más mínima chispa de buen gusto y sin el más mínimo reconocimiento de las reglas».
En su diario, André Gide escribe en 1933: «Hombre y naturaleza, en sus obras abiertas al viento, toda la poesía ríe, llora y tiembla con Shakespeare».
Anteriormente, las formas habituales del teatro inglés popular de la época Tudor eran lo que llamábamos «obras morales». Estas obras, que mezclaban la piedad, la farsa y lo burlesco, eran alegorías en las que los personajes encarnaban virtudes morales defendiendo así una vida piadosa.
Una nueva corriente va surgir a finales del siglo XVI, que enriquecerá la anterior. El genio de Shakespeare está en haber concentrado en sus obras todos los rasgos de la grandeza y de la pequeñez humana. La gran corte y la gente del pueblo vivían el teatro como una escapatoria a sus pasiones, como medida a sus ambiciones, como exaltación compartida que se expresaría libremente en las representaciones, donde los espectadores interactuaban con los actores y no dudaban en regañarles.
Entre la razón y la sinrazón
La ambigüedad de sus personajes es constante, la frontera es porosa entre los mundos y el tema de la locura siempre está subyacente: «El necio se cree sabio, y el sabio reconoce ser un necio». Hamlet ve sus noches amenazadas por el fantasma de su padre, que le empuja a vengarle. Él fingirá estar loco para descubrir al asesino de su padre. Vive en un sueño sujeto a pesadillas, donde la lucidez, la pelea contra la sinrazón y las grandes preguntas existenciales se abordan: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña tu filosofía».
El célebre aforismo «Ser o no ser, esa es la cuestión» plantea el asunto de la elección y la personalidad humana confrontada a la carga amarga de la existencia y de la incertidumbre post-mortem .
Buenos consejos, sin embargo, se establecen: «Escucha a todos, pero las palabras a pocos. Toma la opinión de todos, pero reserva tu juicio».
Lo trágico y lo inexorable
Lo sobrenatural interviene constantemente en sus intrigas: Hamlet se confronta al fantasma de su padre; son tres brujas las que anuncian a Macbeth que su destino es convertirse en rey pero esta predicción se cumplirá a base de sangre.
Después de la culminación de su misión, lady Macbeth, torturada por el remordimiento, sufre alucinaciones y durante una crisis de sonambulismo imagina lavarse las manos para deshacerse del tormento que la persigue.
Del mismo modo, el arma del crimen atormenta a Macbeth (incluso la naturaleza se hace cómplice de la mano del destino cuyas fuerzas se despiertan, por lo que los árboles servirán de cubierta a los justicieros que le acusan).
Las tragedias subrayan el carácter efímero de la existencia, el hombre es presa de pasiones incontrolables y el juguete de un destino que él mismo teje. «¡Apágate, apágate, efímera antorcha! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que se muestra y alardea una hora en escena, porque dejamos de escuchar, es el actor que se pavonea actuando en el teatro. La vida es una fábula contada por un idiota, llena de ruido y furia sin querer decir nada».
Los dramas históricos
«El gran dramaturgo hizo de sus personajes históricos exactamente lo que Suetonio hizo de los emperadores romanos: cualquiera que sea la verdad histórica, es él la Historia […]. Forjó la novela de su país. El sueño tenía prioridad sobre lo real».
La dimensión mítica es mayor que la veracidad histórica, pero ¿no es eso lo que conforma el alma de la gente? Y Shakespeare contribuyó a forjar la conciencia de la identidad inglesa moderna.
«Es una desgracia del tiempo que los necios guíen a los ciegos». La actualidad del mensaje es abrumadora. Los dramas históricos plantean sobre todo la cuestión de la moral política y las vicisitudes humanas, traiciones ( Julio César ), ingratitud filial ( El rey Lear) , los juegos de poder ( Enrique IV ), y exalta toda la gama de sentimientos humanos: la sospecha sigue rondando la mente de los culpables; por el contrario, el heroísmo, la nobleza del alma, trasciende la adversidad.
«La verdadera nobleza está exenta de miedo». «Los cobardes mueren muchas veces». El valiente solo muere una vez. La muerte, este fin tan necesario, llegará cuando tenga que llegar.
Las comedias
Algunos de los temas recurrentes son la ilusión de la realidad y los juegos de máscaras. La confusión de ambos sexos es moneda corriente y no tiene nada que envidiar a la actualidad. La comedia nace de la unión ciega del hombre identificado con sus funciones y con todo su supuesto poder.
«El mundo entero es un teatro. Los hombres y mujeres, todos, solo sois jugadores, cada uno con sus diferentes jugadas; hacemos muchos papeles a lo largo de la vida».
La comedia es siempre ligera, alegre, tiene un fin pedagógico. Tanto en el Renacimiento como en la Edad Media, el necio tiene una función reguladora por su capacidad de infringir las normas y por ver mas allá de los velos de la propiedad. «¿Y qué si los locos no pueden hablar sensatamente de las locuras que hacen los hombres sensatos?».
Otro componente importante de las comedias son los juegos de amor que inspiran o engañan a los seres humanos, bajo la mirada divertida de los dioses, según dicen los antiguos sabios.
«No hay remedio contra el amor, es el cielo el que guía los corazones». El estilo es ligero y poético, pasando mensajes oníricos , fuente de inspiración para la conciencia humana.
«Estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra pequeña vida está rodeada de sueño». ¿La vida es más que un sueño de apariencia real?
Más allá de las turbulencias de nuestra corta estancia terrestre, es a una búsqueda metafísica a lo que nos invita este magnífico contador de las mediocridades y firme conocedor del alma humana.