Historia — 31 de agosto de 2017 at 22:00

El primer hombre en América, ¿una antigüedad incómoda?

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primer hombre en america

Hace poco más de un mes, un artículo aparecido en Nature ha revolucionado a la comunidad científica diciendo que el primer hombre en América es diez veces más antiguo de lo que imaginaban. Pero, en todo caso, las publicaciones no sufrirán mucho ante las miradas poco atentas; basta añadir un cero, y asunto solucionado: de 13.000 a 130.000. Si no nos fijamos en el número, casi no nos damos cuenta de la diferencia.

Se han encontrado evidencias, en un yacimiento de California, de huesos de mastodonte partidos a pedradas siguiendo una espiral, lo que descarta que haya sido la misma Naturaleza la escultora. Es un patrón humano deliberado, una forma útil de partir el hueso. Todo, junto a piedras que debieron de ser usadas como martillos y yunques. El hallazgo se hizo a principios de los años 90, pero solo ahora ha sido determinada la antigüedad según el sistema de datación de uranio-torio, dado que la inexistencia de colágeno en los huesos no permitió que fueran usadas las técnicas de radiocarbono.
Este hallazgo y su publicación no vienen solos; es, en realidad, la última gota que colma el vaso, el cambio de un paradigma rígido, obsoleto, fanático y absurdo respecto a la antigüedad de la presencia del hombre en América. ¡Cuántos mártires, no por buscar la verdad, lo que es el esfuerzo natural evolutivo del ser humano, sino por querer abrirse paso en medio de la cerrazón, la idiotez y las mafias de las teorías imposibles, que como insaciables Molochs van devorando a sus inocentes víctimas!

En 1929, se encontraron en la localidad de Clovis, en Nuevo México, una serie de puntas de lanzas y hachas bifaces muy características, a las que por los otros restos hallados junto a ellas, se les dio unos trece mil años de antigüedad. Luego, se encontraron restos semejantes por distintos puntos de Estados Unidos, en México y aun en Venezuela. Todo encajaba a la perfección. Al final de la última glaciación, el mar se había retirado lo suficiente como para que hubiera un amplísimo pasaje en el actual estrecho de Bering. Lo suficiente como para que la hipótesis se convirtiera en teoría, y, con una o dos generaciones de estudiosos, en dogma inamovible. ¡Y ay de quien se atreva a atacarlo! Por lógica evidente, sabemos que basta un solo hecho inequívoco para demoler la más sólida de las teorías, en teoría. Pero esto solo es válido si el investigador carece de prejuicios y es un enamorado de la verdad. Si no es así, los hechos más contundentes pueden ser apartados como las piedras del camino que simplemente nos resultan molestas. Además, es muy simple, se trata solo de no mirar donde no queremos mirar, o meter la cabeza en el agujero, como el avestruz.

Asimismo, que se hayan encontrado indudables y numerosos registros romanos, vikingos, sumerios, fenicios, celtas y hasta egipcios, tal y como demuestra Barry Fell (y otros muchos) en sus libros American BC , escrito en 1976, Saga América (1980) y Bronze Age America (1982) y en numerosos cuadernos de ESOP ( Epigraphic Society Occasional Papers ), tampoco es muy molesto; basta desacreditarle, y decir –como hace la wikipedia, infantilmente– que no creemos en él:

A survey of 340 teaching archaeologists in 1983, showed 95.7% had a «negative» view of Barry Fell’s claims (considering them pseudoarchaeology) 2.9% had a «neutral» view, and only 1.4% had a «positive» view (regarding them as factual).

Absurdo argumento: ¡ahora la verdad lo es por aclamación popular! Platón nos enseñó que porque mil ciegos nieguen la luz y los colores, estos no dejan de existir. Finalmente, son el 3% de los especialistas los que generalmente van haciendo avanzar el carro de la ciencia y, por tanto, de la Historia. Sería interesante que vuelvan a repetir esta experiencia de aquí a treinta años a ver si se mantienen esos mismos datos. Porque a veces a los ortoarqueólogos, tan apegados al pasado, les cuesta tener visión de futuro, se agarran a él como los mismos estratos que estudian.

Hallazgos silenciados
En los años 30 un joven aficionado a la arqueología, Juan Armenta Camacho [1] , encontró restos de animales ya extinguidos en el embalse de Valsequillo; después, herramientas de piedra; y en 1959, un hueso de mamut grabado donde aparecían animales hace muchísimo tiempo ya extinguidos, como el Gomphotherium , una especie de elefante con cuatro colmillos. Se probó que habían sido realizados poco tiempo después de la muerte de dichos animales. La Universidad de Harvard envió un equipo al frente de la joven antropóloga Cynthia Irwin-Williams, y se encontraron utensilios de piedra junto a huesos de mamut y mastodonte. Geólogos y una especialista en estratos de cenizas volcánicas se unieron al equipo. Los restos daban una antigüedad entre 150.000 y 280.000 años. Alarmadas, las autoridades arqueológicas mexicanas decidieron intervenir, se presentaron agentes federales armados e intimidaron a los obreros para que confesaran el fraude de que ellos mismos habían enterrado los artefactos, con un papel que debían firmar.A pesar de las amenazas, solo tres entre sesenta lo hicieron. Se les retiró el permiso para excavar, se les confiscaron las piezas.

El PRIMER HOMBRE EN AMÉRICA 4

Varios años después se permitió que volvieran a hacer excavaciones y medidas del estrato geológico en que habían encontrado los utensilios, y se aplicaron cuatro metodologías: series de uranio, huellas de fisión en zircones, hidratación de las tefras (cenizas volcánicas) y meteorización de minerales, que dieron fechas siempre superiores a 250.000 años. A pesar de la seriedad y cualificación impecable del equipo científico y de la posibilidad de que quien quisiera repitiese los experimentos o recogiese nuevas pruebas, ninguna revista científica quiso publicar sus resultados. Tan solo una breve reseña de lo desconcertantes que habían sido los datos obtenidos. La especialista en tefrocronología que había datado los estratos de cenizas volcánicas, Virginia Steen-McIntyre, fue «quemada» por la Inquisición de la ciencia dogmática. Se la difamó, su reputación profesional fue arruinada y tuvo que trabajar como jardinera para ganarse el pan de cada día. Finalmente, consiguió publicar muchos años después en una revista, Quaternary Research , gracias a la amistad con el editor. Pero poco importó en su momento; la datación oficial de Hueyatlaco quedó en 20.000 años. Fue necesario esperar la obra formidable de Michel Cremo, Forbiden Archaeology , que ha removido los cimientos de todo aquello en lo que creían geólogos, antropólogos e historiadores (obra leída por millones de estudiosos y que, paradójicamente, nunca ha sido traducida y editada en España), que destapó el caso de Valsequillo.

Todo este asunto nos recuerda al de la pirámide circular de Cuicuilco, debajo de la lava de un volcán, en México, fechada por los arqueólogos en el siglo I a. de C. Los geólogos demostraron que los depósitos de lava y sedimentarios, antes de llegar a la pirámide, abarcaban un periodo de 6500 años, algo que para la ciencia del momento era totalmente imposible de aceptar. Además se encontraron figurillas muy semejantes a las del Neolítico europeo de la misma época, esculturas con «cascos» y la figura de un hombre barbado.

Un hombre americano muy antiguo
Las evidencias de Valsequillo constituyen solo una de las pruebas de la presencia del hombre en América mucho más allá de la versión oficial. En Pedra Furada, al nordeste de Brasil, se hallaron poblaciones humanas de una antigüedad superior a los 58.000 años, fechas determinadas usando el carbono 14, o incluso de 100.000 años según la termoluminiscencia.
En Colico, California, el mismísimo Louis Leakey encontró industria lítica que ha sido datada como de una antigüedad superior a los 200.000 años. Claro, sus opositores consiguieron que se suspendiesen las excavaciones, porque no se debía excavar ni hallar lo que es imposible; el telescopio de Galileo aún le daba dolor de ojos a la Inquisición, los cráteres de la Luna eran en verdad manchas en las lentes de ese artificio demoníaco.

El PRIMER HOMBRE EN AMÉRICA 3

Y así muchos más hallazgos, sin contar con los huesos de gigantes y el misterioso gigantopithecus , pues estos son silenciados –a pesar de las Universidades que quieren divulgar lo que se ha encontrado–, o si no es posible, se mira hacia otro lado con olímpico desdén.

¿Debemos entonces rasgarnos las vestiduras con este nuevo descubrimiento, mencionado al principio del artículo? No, más bien nos las deberíamos haber rasgado con toda la manipulación, ocultamiento, rechazo de investigaciones, silencio cómplice y procesos inquisitoriales de la ciencia al respecto durante cincuenta años.

Además, que digan ahora los investigadores que quienes han hecho esto no son humanos, que son homo , pero neandertales o denisovanos, es gratuito, pues no se han encontrado huesos de estos. Simplemente no se quiere aceptar la presencia del hombre en América tan pronto, pues entra en contradicción con los términos que aprendimos cuando niños de que América era el «Nuevo Continente». Las rutas de cómo se fue propagando el «hombre» desde su cuna en África (?) como australopiteco, luego en España, en Atapuerca, o por China con el Sinántropus , etc., semejante a un mapa del metro de Londres, nos da la risa, por la soberbia y audacia de los que, sabiendo algo, un poco, creen saberlo casi todo. De este modo, cada tres meses aparece una nueva «estación» por la que no pasaba el «tren subterráneo» y hay que cambiarlo todo. No han aprendido la lección de geometría básica, que es que «dos puntos no necesariamente definen una línea recta», o sea, que si la línea es recta, efectivamente solo habrá una posible (suponiendo el espacio plano euclidiano), pero si es caprichosamente sinuosa, o curva, puede haber infinitas.

[1] Sigo en esta descripción el excelente trabajo de Xavier Bartlett, Hueyatlaco: desenterrando artefactos y enterrando la ciencia.

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