Tres veranos y tres adolescentes de dos mundos en una misma España de los años 40.
Son los veranos de Martín en un pueblo levantino junto a su padre y su madrastra (es huérfano de madre). El resto del año convive aburrido con sus abuelos y los estudios. Por eso el calor estival calienta aún más sus quince años desde que durante ese primer verano conoce a los Corsi: Ana y Carlos. Toda una revelación para la vida simple de Martín pese a sus inquietudes artísticas.
Su mundo gris se abre con los Corsi: hablan idiomas, han viajado por el mundo, meriendan té e interpretan textos dramáticos. Su padre está ausente, pero es recibido como un héroe en sus visitas puntuales. Les cuida Frufrú, una anciana estrambótica que viste de colores… Todo un escenario de película para Martín, que huye de casa en cuanto puede; con su padre, teniente del ejército franquista, todo un macho de la época, y su madrastra, una mujer que le odia y reprocha a todas horas todo lo que come. Es un infierno cotidiano para un chaval que con los Corsi se pone unas gafas nuevas que le pemiten ver y decir adiós aunque sea a ratos a la asfixia de las normas, protocolos y cinismos de aquella rancia España. Protocolos que, por supuesto, Ana y Carlos obvian por completo pese a las habladurías que de ellos corren por esos lares, y que, por cierto, no son pocos. Tampoco les importa mucho el parloteo a su alrededor. Viven ajenos a todas las insinuaciones que Carmen
Laforet desperdiga por sus páginas.
¿Cómo no adorarles? ¿Cómo no esperar cada verano con brincos en el corazón, loco por experiencias nuevas y aventuras? Por muchas pegas y actitudes enfermizas que tengan los Corsi entre sí y con respecto al propio Martín. Pobrecito mío… Cómo no quedar eclipsado.
Carmen Laforet describe de forma sencilla este panorama tan triste e ilusionante a la vez para un chaval al que tanto le queda por aprender, porque solo acaba de empezar. Todo lo que ve y siente es algo así como un auténtico paraíso. Eso es lo que más me ha gustado de este libro. Porque está plagado del contraste entre el idealismo en forma de juventud y la mediocridad que rodea a la época de un país, tantas veces descrita en la literatura y que aun así, sigue dando para contar una y otra vez.
Desconocía que La insolación era la primera parte de una trilogía que Carmen Laforet no llegó a terminar, rodeada también a su vez de su propio enigma, en el que huyó de los círculos literarios y sociales, pese al arranque magistral de su carrera con la novela Nada .
La insolación es ese topetazo de calor que golpea la adolescencia con sus temibles y terribles frustraciones incluso, si –como el propio Martín– no tiene que vadearse con unos años 40 en los pueblos de un país como España. Los grados que relata Laforet aprietan físicamente, pero simbolizan esa hoguera interna y externa que viven, sufren y disfrutan los adolescentes de esta historia. Y al frente de los tres, el sufrido Martín…