En el monte Cer y muy cerca de un famoso edificio hecho construir por Trajano, el glorioso y oscuro emperador de origen español, habitaba un extraño y no menos misterioso personaje, conocido con el nombre de Troyano, famoso en la comarca porque nadie recordaba haberlo visto a la luz del día y por su afición a las correrías amorosas. Pesaba sobre él una maldición que le privaba de exponerse a los rayos del sol, y, guardándose de este peligro, marchaba todas las noches a Sirmio, en busca de una nueva aventura amorosa, y, para evitar que pudiera herirle la luz del día, daba de comer avena a los caballos, a fin de calcular el tiempo que ellos tardaban en comer. Cuando la avena se terminaba y el gallo cantaba anunciando el amanecer, Troyano huía velozmente en su caballo, para ocultarse de la luz.
Pero un día, el marido de una de sus amantes, a la que había visitado algunas noches, enterado de su presencia, le preparó una celada para darle muerte: sustituyó la avena de los caballos por arena, a fin de que ellos no dieran la señal de terminar la comida y mandó cortar la lengua a todos los gallos de la localidad. La jugada salió perfecta, porque Troyano, intuyendo que terminaba la noche, preguntó, extrañado, si ya habían comido los caballos; pero la respuesta fue negativa. A su pregunta de si los gallos habían cantado, acaso sin él oírlos, le fue contestado que no. Tranquilizado ante la coincidencia de ambas respuestas, supuso que aquella noche se le había hecho más larga que las demás, y se quedó con su amante, aguardando que llegara la hora de la despedida.
Troyano esperó inútilmente, y el tiempo fue pasando sin que observara ninguno de los dos avisos, hasta que las tinieblas de la noche se rasgaron y una difusa claridad empezó a extenderse, anunciando el nacimiento del sol. Comprendió Troyano que algo extraño había ocurrido aquella noche, y, veloz como el viento, se precipitó sobre el lomo de su caballo para huir al galope antes de que la claridad invadiese la noche. A los pocos momentos, viendo que el sol iba a salir ya del horizonte y no tendría tiempo de llegar al monte Cer, bajó rápidamente de su cabalgadura y fue a ocultarse en un pajar, a falta de otro refugio más cercano. Pero se dio el caso de que el dueño necesitó de aquella paja para sus animales, y en pleno día, cuando los rayos del sol caían casi perpendiculares, empezó a cargarla en su carreta quedando Troyano al descubierto ante el sol y sin defensa de nada que pudiera ocultarle, siendo disuelto por los rayos luminosos.
Leyenda de la antigua Yugoslavia