Hubo un tramo de cinco etapas en el Camino de Santiago que tuve la suerte de realizar en grupo. La salida era en Logroño y el final del trayecto en Burgos. Éramos siete personas; dos tuvieron que coger el autobús en la penúltima etapa. Fue duro para ellos, pero tomaron esa decisión debido a lesiones en sus pies. Constituíamos un grupo variopinto y con poca experiencia. De hecho, los que habíamos caminado otros años éramos mi pareja y yo: ¡grandes veteranos con apenas diez etapas en dos años diferentes!
Hasta entonces, yo siempre había sido el «pupas». Sin embargo, ese año no iba a ser así. Muy al contrario, me encontraba en plenitud de facultades; ni siquiera padecí una ampolla en todo el recorrido, lo cual me sorprendió gratamente.
Recuerdo una escena durante la tercera etapa. Parte del grupo había entrado en un pueblo sin necesidad (suelen aparecer flechas en algunos cruces para que la gente entre y compre algo en la población). Decidí dar un rodeo, recoger a los que se habían desviado y durante varios kilómetros aceleré la marcha. Al cabo de casi una hora vi a lo lejos a unas personas descansando, o eso me pareció en aquel momento. Efectivamente, eran ellos. Al acercarme vi que se habían descalzado… Un poco más adelante empecé a escuchar quejidos… Estaban «cosiendo» sus ampollas, y el panorama que presencié era desalentador. Hubo algunas lágrimas y tortuosos andares en aquel fin de etapa. ¡Y esta no fue más que una anécdota de muchas con similares características!
Al pasar unos días, ya de vuelta en casa, resolví el enigma de mi invulnerabilidad durante aquellas etapas. Era muy sencillo: no había pensado apenas nada en mí. Había pasado el viaje preocupado por si este o aquel tenían algún problema; al acercarse el fin de una etapa me adelantaba para gestionar nuestra estancia en los albergues y comprar en las tiendas; acompañaba y alentaba a quien se retrasaba…
El consejo que me daba el Camino, una vez más, me ha servido para la vida cotidiana y, por qué no, lo podemos resumir así: no penséis tanto en vosotros . Aún mejor, pensad lo justo y necesario; hay demasiados problemas que resolver a nuestro lado, mucha gente que necesita apoyo, un gesto amigable o una palabra de aliento.