Filosofía y arte son dos palabras con contenido difuso en el momento en que nos encontramos. Por un lado, a la filosofía se la relaciona generalmente con la elucubración, con un intelectualismo alejado de la vida, y al arte con la exclusividad, con la creatividad, incluso con cierto halo de afección e hipersensibilidad enfermiza. Ambas percepciones son abusivas y están alejadas de su verdadero sentido y de las nuevas tendencias que las están revitalizando. Tal vez por esto sorprenda a los lectores un título como el que encabeza este artículo, pues ¿qué tiene el arte de rito o de catarsis?, ¿qué es esto del ethos ? Y ¿qué relación tienen estos tres elementos con la filosofía?
Existe, de manera cada vez más acentuada, una necesidad de contacto con la realidad por parte del mundo artístico. Algunos autores se sienten impulsados a reivindicar mediante sus creaciones, otros a expresarse libremente alegando que así reflejan la decadencia del mundo que ven, y otros están promoviendo una vuelta al significado más humano y elevado del arte, señalando como farsas y tomaduras de pelo con fines económicos algunas obras y autores. Existe una valiente lucha por crear un camino profesional y artístico que pueda mejorar el ambiente en que nos movemos desarrollando valores y capacidades en el ser humano.
Desde el «Ars» romano o la «Techné» griega, el arte ha evolucionado mucho, pero siempre, a lo largo de la historia ha mantenido la necesidad de comunicar o de mostrar lo imperceptible para la mayoría. Está presente en los momentos especiales tanto individuales como colectivos, es parte del ser humano, de sus capacidades innatas. Pero dejando de lado «el saber hacer» helénico o la expresión más personal, queremos adentrarnos en una propuesta muy actual que toma como inspiración la filosofía que señala el arte como una vía de educación individual y social, así como una forma de conocimiento de las leyes de la naturaleza e incluso de acercamiento a lo sagrado. Un verdadero reto.
Rito, ethos y catarsis son, como vamos a ver, tres de los aspectos de la manifestación artística. Pero son, además, una constante en la historia que actualmente están ocupando un lugar cada vez más significativo tanto en los sistemas educativos como en las representaciones artísticas.
Rito
Cuando en una entrevista de radio a un conocido director de orquesta le preguntaron cuál había sido el momento más especial que había vivido durante su carrera, este, tras una breve pausa, respondió: «al finalizar un concierto, cuando nadie aplaudió hasta pasados unos segundos. Fueron unos pocos segundos que necesitó el público para volver de su estado de conmoción. Ese silencio fue el mejor aplauso de mi carrera».
Todas las artes se originaron desde lo sagrado. Ya sea la música, la danza, el teatro, etc., todas ellas, según las mitologías y credos de la Antigüedad, nacieron formando parte de los ritos que reproducían, en el tiempo, los primeros momentos del universo o los primeros actos de los dioses.
Para Platón las artes no solo tenían una mera función estética, sino que valiéndose de la capacidad «embelesadora» de estas, «los dioses nos educaron y dirigieron». En Las leyes escribe:
«Los dioses, movidos de compasión hacia el género humano, condenado al trabajo por naturaleza, nos han procurado intervalos de reposo gracias a la sucesión regular de fiestas instituidas en su honor. Y han querido que las musas, Apolo, su jefe, y Baco las celebrasen de concierto con nosotros, con objeto de que mediante su auxilio pudiésemos reparar en estas fiestas las pérdidas de nuestra educación… Esos mismos dioses, que como mencionamos nos fueron concedidos como participantes de nuestros corros, nos otorgaron la sensación de armonía y ritmo ligada con el placer. Usando esa sensación los dioses nos dirigen y encabezan nuestros corros, cuando nos unimos para cantar y bailar. Los corros (χοροΰς) recibieron esa denominación por afinidad interna con la palabra “alegría” (χαράς)».
Las ceremonias, durante toda la Antigüedad, eran puentes entre el mundo visible e invisible, entre el hombre y el universo. Participando de una ceremonia, el hombre podía tomar contacto con las grandes leyes de la vida, incluso sin darse cuenta por completo de esto, podía convertirse en participante del Gran Movimiento . La danza y el teatro, desarrollándose simultáneamente en el tiempo y en el espacio, se convertían en los mejores intermediarios de esta acción.
Actualmente muchos pueblos y religiones conservan mitos que hablan del origen divino de la danza. Shiva en la antigua India, Osiris en Egipto, Apolo y Dionisos en Grecia, simbolizan el principio de creación y de movimiento del mundo.
Según la tradición, fue Orfeo el que llevó las danzas sagradas de Egipto a Grecia. Pero él las modificó, sometiendo los movimientos y gestos a un ritmo que concordaba más con el carácter y el espíritu de los griegos. Se sabe que los egipcios sentían especial respeto y veneración por los astros. Creían que Hermes había traído una lira de tres cuerdas como personificación de las tres estaciones del año. Cada una de las cuerdas tenía su propio sonido: el profundo correspondía al invierno, el bronco al verano y el medio a la primavera. En un principio, para los egipcios, las artes, la música, la danza, guardaban estrecha relación con la astronomía.
Una de las danzas que Orfeo tomó de los egipcios fue la así denominada danza astronómica. Más tarde Pitágoras llevó esta danza al sur de Italia; también la bailaban en Grecia en los llamados misterios de Orfeo, mencionada en las odas de Píndaro. Encontramos una descripción de esta danza en un texto de Luciano de Samosata:
«El que estaba en medio del altar representaba el Sol, bajo sonidos armoniosos, sacerdotes vestidos de colores vivos bailaban suavemente alrededor del altar. Giraban representando a los signos del Zodíaco y, según Plutarco, se movían de este a oeste representando el movimiento del firmamento, y después de oeste al este, repitiendo el movimiento de los planetas. Luego, los intérpretes se detenían en representación de la inmovilidad de la Tierra. Mediante gestos y finos movimientos los sacerdotes daban una idea de la estructura del universo, sobre la armonía del movimiento eterno».
Encontramos danzas sagradas en los Misterios de Eleusis o en los de Dionisos, en las Panateneas, donde después de concluido el rito de cubrir a Atenea con un velo, una joven sacerdotisa interpretaba delante del altar la eumelia , una danza ritual compuesta de una serie de movimientos y posiciones.
Pero igual ocurre con las representaciones teatrales o la música; estaban presentes en los momentos rituales, en el tiempo sagrado, conformaban períodos de tiempo especial.
El ethos
Los pitagóricos eran especialistas en dos áreas aparentemente contrarias. Son el exponente de la Antigüedad que mejor conjugó las ciencias y las artes, las matemáticas y la música. Además conocían y utilizaban en sus clases y terapias la enorme capacidad de la música para influir en el ser humano, es decir, su aptitud psicagógica, su facultad conductora.
Esto era conocido por los pitagóricos gracias a la tradición órfica de la música. La relación armónica entre música-alma queda patente en estas líneas extractadas del Timeo de Platón:
«Esta (la música), como tiene movimientos afines a las revoluciones que poseemos en nuestra alma, fue otorgada por las musas…, no para un placer irracional, como parece ser utilizada ahora, sino como aliada para ordenar la revolución disarmónica de nuestra alma y acordarla consigo misma».
De ahí la enorme importancia que los legisladores como el mismo Platón o Confucio le otorgaron a la música en la educación del ciudadano, tratando de infundir la máxima belleza y excelencia.
Platón, en su diálogo La República , señala tanto las armonías o modos musicales como los ritmos que deben o no utilizarse en una determinada educación. Considera inadecuadas aquellas que no moldean un carácter moderado y valeroso, como corresponde a los futuros guardianes de la polis.
También Confucio escribe sobre esto:
«La música surge de la medida y hunde sus raíces en la Gran Unidad. La Gran Unidad engendra los dos polos: los dos polos engendran el poder de la Oscuridad y de la Luz.
Cuando el mundo está en paz todo es tranquilo y los hombres obedecen a sus superiores. La música madura y se perfecciona. Cuando deseos y pasiones no se pierden en vías perniciosas, la música progresa. La música perfecta tiene una causa: nace del equilibrio. El equilibrio surge de la honradez y esta nace del significado del cosmos. Por tanto, solo se puede hablar de música con un hombre que haya captado el significado del universo. La música se funda en la armonía entre el cielo y la tierra, en la concordia de oscuridad y resplandor.
Los Estados en decadencia y los hombres en degradación no carecen de música, pero no es serena. Cuanto más tempestuosa la música, más sombría está la gente, más en peligro la sociedad, más declina el Estado. Por este camino se pierde la esencia de la música».
Damón de Oa, pitagórico, personaje influyente de su tiempo, musicólogo y consejero de Pericles, hablaba de que los ritmos son «imitaciones de la vida», que la danza y el canto se producen al haber un movimiento en el alma, y que por ello las danzas y los cantos que son bellos hacen que las almas sean bellas.
Platón también nos habla de la «euritmia», un movimiento armónico y bello que, dependiendo del ritmo, manifestado en el movimiento corporal, puede modificar los caracteres de las personas.
En síntesis, las artes poseen una enorme capacidad para influir en el ánimo, de mejorar o dañar el carácter.
La catarsis
Habitualmente se entiende la catarsis como una enajenación transitoria, como una pérdida de control. Pero para la Antigüedad clásica era la purificación ritual de personas o cosas que estaban afectadas de alguna impureza. Y para lograr esa purificación eran fundamentales las artes escénicas: la música, la danza o el teatro.
Este es otro de los elementos heredados del orfismo por los pitagóricos, quienes veían en la música no solo su carácter psicagógico o formativo del que ya hemos hablado, sino también su efecto purificador. Según Aristoxeno:
« Los pitagóricos purificaban el cuerpo por medio de la medicina, y el alma por medio de la música ».
La doctrina pitagórica de los números aplicada a la música constituyó una forma especial de purificación. El orden cósmico se constituía en una forma característica de terapia para erradicar la enfermedad y restablecer el equilibrio.
Porfirio, quien fue discípulo de Pitágoras, cuenta que su Maestro, con sus cadencias rítmicas y sus cantos, mitigaba padecimientos psíquicos y corporales tal como lo hiciera su padre espiritual Orfeo.
Cantaba antiguos versos e himnos acompañado de su lira y practicaba ciertas danzas que proporcionaban salud y agilidad al cuerpo. Además usaba cantos especiales que hacían olvidar los arrebatos de cólera y calmaban el dolor.
La escuela pitagórica consideraba que los trastornos del cuerpo y la mente eran producidos por los desajustes de los «números del alma». De modo que haciendo resonar ciertas notas musicales identificadas con determinadas fuerzas cósmicas, en determinadas partes del cuerpo, estas se armonizaban. Decían que «los números del alma se identificaban con los números del sonido». De algún modo la actual musicoterapia ya era utilizada por la escuela pitagórica.
Parte de esta capacidad catártica, de la que estamos tratando, ha quedado en algunas danzas rituales actuales como la de los derviches giróvagos.
Cada uno de los nueve derviches ocupa un lugar preciso en la estancia. La danza mevleví no se desarrolla en el plano horizontal, como lo hace el vals europeo, sino que crece en la más absoluta verticalidad. El giro derviche es un movimiento en espiral ascendente que simboliza la puerta al mundo espiritual. El derviche persigue la unión mística con Dios. El danzante recorre distintos niveles de consciencia en pos del acercamiento a su centro o a la parte divina de su ser. La significación y la técnica del giro es sumamente rica y compleja. Una vez dominado, el esquema imaginario que se traza en el espacio es comparable al de una espiral cónica como en un zigurat.
Los vestidos rituales de los derviches giróvagos o mevlevíes albergan un carácter sacrificial. Todo en su vestidura hace alusión a la muerte mística como paso previo indispensable al renacimiento espiritual. El derviche girador sabe que la vida es el sendero que conduce a la muerte y que esta se encamina de nuevo a la vida. Sin embargo, la muerte del derviche no significa desaparecer sino regresar al origen.
El faldón largo y ancho representa la mortaja blanca que recubre el cuerpo del difunto en los ritos funerarios del islam. El fajín negro que sujeta el faldón a la cintura divide el cuerpo del derviche en dos partes, que representan la vida presente y la vida en el más allá. El gorro cónico de piel de camello representa la piedra tumbal. El manto de color negro de lana que lo cubre representa el féretro, el cual está fuertemente vinculado con la muerte iniciática. Cubrirse con este manto es como penetrar dentro del secreto, de la matriz, del corazón. Por este motivo, la ceremonia en la cual se otorga el manto constituye uno de los eventos más importantes de la vía sufí.
Conclusión
Rito, ethos y catarsis son tres de los elementos más activos de las artes. Activos por la enorme influencia que ejercen en el ser humano y no solo en su aspecto corporal, sensitivo o intelectual, sino también en el imaginativo, filosófico y espiritual.
Muchos educadores actuales ritualizan sus clases iniciándolas y acabándolas con canciones o músicas que abren y cierran un tiempo diferente. Se retoma el sentido especial del rito con la capacidad de la música para ritmar el tiempo, para diferenciarlo. Muchos artistas, especialmente directores de agrupaciones, abren sus interpretaciones con unos pocos segundos de silencio; son, no solo el marco para iniciar la interpretación, sino aún más, un modo de introducirse en las entrañas del sonido a través de la cuna que le da nacimiento: el silencio.
La musicoterapia actual ha retomado gran parte de los conocimientos que ya utilizaban escuelas como la pitagórica para mejorar el estado psicosomático de muchas personas. Y aunque cada vez más los sistemas educativos públicos socavan la formación humana eliminando asignaturas artísticas de sus aulas, las más avanzadas escuelas intensifican el contacto de los alumnos con las artes por la capacidad que poseen para mejorar el carácter y desarrollar capacidades.
Muchos intérpretes actuales, como el conocido Daniel Baremboin, realizan conciertos tratando de, no solo entretener, sino ir más allá «lavando» las preocupaciones de su público, llevándolos desde sus estados de desasosiego o ansiedad hasta el contacto con la belleza de la música, la poesía, la danza, etc.
Todo esto es la particular forma que estos tres elementos han tomado en nuestro siglo XXI. Todos ellos, elementos determinantes de una nueva manera de hacer, de una nueva filosofía del arte.