Lo cómico no es necesariamente intrascendente. La importancia de reír y hacer reír a los demás tiene mucho que ver con el valor que damos a las situaciones que acontecen en nuestra propia vida y las que mostramos a los demás. Todo parece indicar que la risa y el humor son aspectos importantes que merecen ser cultivados.
Henri Bergson, filósofo francés, es el autor de un interesante ensayo sobre la risa. Dice Bergson que todo personaje cómico es un tipo o prototipo. Groucho Marx, por ejemplo, plasmó muy bien esta idea. Groucho era consciente de lo difícil que resulta ser gracioso, y consideraba que ser cómico es un asunto muy serio; llegó a decir que es más fácil hacer llorar que hacer reír. Opinaba que hacer comedias es duro, y que por eso no existen demasiados comediantes ni se hacen muchas películas cómicas . Sabía que toda comedia se nutre de personajes verosímiles, y por eso decía que no es suficiente contar chistes, porque sin personajes no hay comedia.
De hecho, el elemento más importante de una comedia es el personaje, y es de los personajes de donde nacen las mejores comedias. El propio Groucho afirmó ser él mismo un personaje de cejas pobladas, ojos saltones, anteojos, un estrafalario bigote pintado y un enorme cigarro puro colgando de sus labios. Popularizó la imagen de un caradura simpático, que cantaba, hacía juegos de palabras y decía cosas incomprensibles mientras iba de un lado a otro con el esqueleto doblado. Jamás dejó de sorprenderle el hecho de que, sin una lógica aparente, el público respondiera con una rotunda carcajada a sus comentarios más comunes. Y es que lo cómico era, en realidad, el personaje que él representaba.
También sus hermanos eran personajes. Harpo, con su peluca de pelo rojo y rizado, sombrero de copa y gabardina de enormes bolsillos –de la que salían toda suerte de objetos–, era el payaso que gustaba a los niños. Nunca llegó a hablar en ninguna película, pero encantó a todos con su mímica y sus solos de arpa.
Harpo demuestra también la teoría de Bergson, según la cual lo cómico está en relación con lo mecánico o automático del comportamiento humano. La parodia preferida de Harpo en sus primeros tiempos, por ejemplo, era la imitación de un fabricante de puros. Este hombre trabajaba en el escaparate de un estanco, y allí enrollaba las hojas de tabaco haciendo de manera mecánica e inconsciente muecas exageradas: se le hinchaban los carrillos, se mordía la lengua, se le saltaban los ojos…
La risa en la historia
Umberto Eco, en su conocida novela El nombre de la rosa , pone de manifiesto la restricción que se hizo de la risa entre la cristiandad en algunos momentos de la historia, cuando el monje Jorge dice que Cristo no reía nunca, y que la risa es propia de personas superficiales y vacías y conduce a la perversidad moral.
Clemente de Alejandría solo admitía una risa moderada, y san Juan Crisóstomo reprobaba la hilaridad. Las reglas monásticas medievales prohíben prácticamente la risa, pues va contra las reglas de silencio y humildad que deben imperar en el monasterio. Se entiende hasta cierto punto esta actitud si pensamos que la imagen central del cristianismo es la de Jesús crucificado, una imagen que no suscita ninguna clase de risa.
Algo muy diferente sucede en otras religiones, como el budismo, donde vemos la imagen serena del Buda, que parece traslucir una suave sonrisa. Es sabido, por ejemplo, que los monjes budistas son personas muy risueñas, como el mismo Dalai Lama. Pero también dentro de la Iglesia cristiana tenemos ejemplos. El papa Juan XXIII pedía en sus oraciones tener buen humor. San Francisco de Sales, Tomás Moro o Teresa de Ávila fueron personas con un gran sentido del humor.
La misma Biblia relata cómo Abraham y Sara se ríen cuando Dios les anuncia que van a tener un hijo. Sara dice: «Dios me ha hecho reír y todos los que se enteren se reirán también». Y tienen un hijo que se llamará Isaac, que significa «risa» en hebreo (algunos lo traducen como «risa de Dios»).
La risa como manifestación social
Los antropólogos han comprobado que no existe ninguna cultura en la que el sentido del humor haya estado ausente, pero dependiendo de la sociedad y del período histórico, las actitudes hacia la risa y las formas en que se manifiesta van cambiando. La risa es una práctica social, con sus propios códigos, sus rituales y su teatralidad. Por tanto, podemos decir que la risa tiene su propia historia. El humor puede considerarse algo individual, pero el humorismo se refleja en el plano social como una expresión externa mediante la palabra escrita o hablada, el dibujo, la caricatura, etc. Hay distintos tipo de humorismo según las costumbres de cada zona geográfica. Por eso se habla de la socarronería gallega, de la tendencia a exagerar de los andaluces o del humor inglés.
El carácter social de la risa y del humor se refleja muy bien en el chiste, que es una pequeña manifestación artística de carácter verbal que pretende suscitar la risa. Forma parte de la cultura del humor en una sociedad determinada, y hasta cierto punto, indica lo que a esa sociedad le parece divertido. El objeto de los chistes y las bromas suele estar en relación con los asuntos que cada sociedad considera más importantes y con sus contradicciones.
Dicen los estudiosos que el chiste refuerza la armonía y la cohesión del grupo en el que se comparte, por todo lo que en él va sobrentendido. En general, el mero hecho de compartir las carcajadas puede ser más importante que el contenido específico del chiste. Con el humor se crea el ambiente propicio para tratar todo tipo de ideas; ya el escritor renacentista Castiglione ponía de manifiesto, en su obra El cortesano, que el arte de contar chistes era también un elemento integrante del arte de conversar.
Una de las funciones sociales de la risa es que tiende a consolidar los convencionalismos sociales, yendo contra todo aquello que se sale de ellos, y puede actuar como correctivo para modificar las irregularidades de aquellos que no los acatan. Lo extravagante, lo estrafalario, lo es en la medida en que se sale de lo convencional. Si entre un grupo de punkis uno de ellos se presentara un día con chaqueta y corbata, seguro que causaría risas.
Bergson atribuía una función socialmente terapéutica a la comedia. Creía que, en última instancia, lo que nos hace reír son las situaciones en que alguien se ha vuelto inflexible hasta el punto de perder su elasticidad social, cuando una rigidez maquinal sustituye a la respuesta vital ante la vida. La risa, institucionalizada en el trabajo de los autores cómicos, tiene la función social de dirigir nuestra atención a la conducta rígida que se puede dar en nosotros y en los demás, y corregir esa conducta antes de que pueda resultar perjudicial.
Por encima del humor sujeto a los convencionalismos sociales, que son cambiantes y sujetos a modas, tendríamos que descubrir, cuál es realmente el verdadero humor, el que podríamos decir «atemporal», el que podría percibir un ser humano en cualquier tiempo y lugar porque basta ver qué fácilmente se propaga la risa en un aula de niños para compromar que el humor es contagioso, es decir, se transmite de una manera involuntaria de unos a otros.
Así que, ya que tenemos que transitar por la vida, hagámoslo con humor del bueno.