Cuando repasamos la Historia, es fácil ver las enormes dificultades que ha tenido la Humanidad para encontrar caminos hacia la unidad, en todas las épocas. De tal manera que nos resulta difícil encontrar momentos en los que la convivencia en paz y el sentimiento de fraternidad hayan predominado sobre las discordias, los enfrentamientos, la separación y el conflicto. Parece como si los seres humanos fuésemos incapaces de compartir, comprendernos, aceptarnos.
Nuestro momento actual no es una excepción, como comprobamos cada día en las noticias que nos proporcionan los medios de comunicación. Las ideas unificadoras, cuando se han logrado plasmar en alguna región del mundo, no sin enormes esfuerzos, se ven continuamente amenazadas por los sentimientos de rencor y resentimiento de unos frente a los otros, cuando no de superioridad y de imposición de unos sobre los otros. El egoísmo prevalece sobre la solidaridad, el fanatismo y el empecinamiento en las propias opiniones o visión del mundo ponen obstáculos a cualquier posible diálogo que condujese a un acuerdo. Tales actitudes se extienden a todos los ámbitos de la sociedad y vemos cómo se levantan barreras donde antes no las había y surgen tensiones donde antes se superaban sin que llegaran a convertirse en problemas difíciles de solucionar, en heridas que no cicatrizan.
Ante estas situaciones se hace necesario recurrir a los buenos ejemplos de los que consiguieron superar lo que separa a los seres humanos y encontraron el camino hacia la unidad, tan relacionado con lo bueno y lo justo. En nuestro número de hoy ofrecemos uno especialmente significativo: el de Nelson Mandela y su “política de la conversación”, que le ayudó a convertir a muchos enemigos en amigos. Un ejemplo brillante, digno de imitarse.