Algunas dificultades a las que nos somete la vida son las que determinan el contenido verdaderamente importante de nuestro paso por el mundo. Generalmente, estas encrucijadas hemos de resolverlas en la edad adulta, pero queremos fijarnos en cuatro mujeres que se vieron obligadas a tomar grandes decisiones durante su niñez, convirtiéndose en un ejemplo para los demás.
Malala Yousafzai
No es fácil hacerse oír en un mundo lleno de ruido. Y para una niña que vive en un pueblo atemorizado por unos fanáticos que se dedican a matar a todo el que no haga lo que ellos dicen, mucho menos todavía. Pero aquí está. Premio Nobel de la Paz con diecisiete años. Su voz sigue reclamando derechos con firmeza. Es Malala Yousafzai.
Milagrosamente, sigue viva después de que unos talibanes dispararan a unas niñas que habían desobedecido sus órdenes: las niñas no podían ir al colegio, porque las mujeres no necesitan ninguna educación. Recibió un balazo en la cabeza. Ese era el ambiente que se respiraba en Mingora (Pakistán), su ciudad natal.
Con dieciséis años, Malala se expresó a favor de la educación infantil ante 300 mandatarios de todo el mundo ante las Naciones Unidas. Su impactante discurso puso en pie a todos los dirigentes internacionales ( Malala pone en pie a la ONU ).
«Si tuviera un arma en la mano y tuviera delante al talibán que me disparó, yo no dispararía. Esta es la compasión que he aprendido de Mahoma, el profeta misericordioso, Jesús y Buda. Este es el legado de cambio que he heredado de Martin Luther King, Nelson Mandela y Mohammed Ali jinnah. Esta es la filosofía de no violencia que he aprendido de Gandhi, Bacha Khan y la madre Teresa».
Malala cree firmemente que para acabar con el terrorismo lo único que hay que hacer es educar bien a la siguiente generación.
Helen Keller
Helen Keller pasó por una infancia terrible, sumida en la oscuridad y el silencio, antes de que el mundo la admirara por su capacidad de superación y su labor en favor de los derechos humanos. Consiguió ser una escritora reconocida, además de activista política y oradora. Su niñez, solitaria y difícil, constituyó un túnel que tuvo que atravesar para desembocar en una madurez luminosa que la convirtió en faro para los demás.
Helen nació sana en 1880, en Alabama (Estados Unidos), pero una enfermedad la dejó ciega y sorda a los diecinueve meses, en una época en que las personas como ella no recibían cuidados específicos. Uno de sus méritos consiste precisamente en que hoy, las personas como ella gozan de las atenciones educacionales que necesitan gracias, en parte, a su trabajo.
El destino colocó a su lado a otra extraordinaria mujer, Ana Sullivan, quien vio en aquella niña a un ser humano encarcelado y sin las herramientas básicas para conocer el mundo, pero con sentimientos y entendimiento como los demás. El mérito de Ana fue adivinar a la niña a pesar de su comportamiento, parecido al de un cachorrillo furibundo. Y el extraordinario mérito de Helen fue absorber la ayuda que le brindaban y sobreponerse a sus condiciones desventajosas hasta conseguir un nivel de educación que sobrepasaba el de las personas «normales» de su tiempo.
Helen no se limitó a sobrevivir. La Helen adulta se forjó en aquella Helen niña, que fue quien realmente tuvo que transmutar su identidad en un esfuerzo casi sobrehumano.
Aprender a leer fue para ella un enorme desafío, y llegar a percibir ideas abstractas, una proeza. Helen se convirtió en la primera persona sordociega que obtuvo un título universitario. Publicó más de 450 artículos y 14 libros; algunos se han traducido a más de 50 idiomas. Conoció personalmente a todos los presidentes de Estados Unidos cuyo mandato coincidió con su tiempo de vida y fue condecorada con la Medalla Presidencial de la Libertad, la distinción civil más alta otorgada en Estados Unidos por su presidente. Murió a los ochenta y siete años, aunque la estatua que la recuerda en el Capitolio es la de Helen niña.
«No puedo hacer todo, pero aun así, puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo» (Helen Keller).
Severn Cullis-Suzuki
Actualmente, quien crea que la Tierra no está sufriendo por la insensatez humana o que el cambio climático es una invención de algunos hipocondríacos, es porque se coloca voluntariamente una venda en los ojos.
Severn nació en un paraje natural de gran belleza. Canadá es tierra de paisajes que inspiran y de una rica vida natural.
La niña Severn oyó el palpitar de la Naturaleza desde muy pequeña. Ella comprendió la necesidad imperiosa de poner remedio a todo lo que estaba destruyendo la vida. Pero lo sintió antes de ser adulta. No podía esperar a crecer para denunciar tantos desmanes y, en un arranque de coraje, participó en un grupo ecologista de niños y adolescentes que querían ayudar.
Consiguió llegar a la asamblea de la ONU, donde los dirigentes del mundo se reúnen para tomar decisiones. Tenía doce años. Aprovechó el estrado para explicar con su clara y decidida voz infantil que los niños de hoy y del futuro tienen derecho a recibir una tierra descontaminada y limpia, y que hay que parar la loca carrera que la está envenenando. Todos escucharon atentamente. Por un instante, sintieron la responsabilidad que tenían y aplaudieron calurosamente sus palabras.
Severn es hoy bióloga y una reconocida activista ecologista. Pero los argumentos de la niña Severn siguen conservando su peso. Tal vez, de tanto insistir, logre su objetivo, que es el nuestro, el de todos, el de la vida: ( la niña que silenció al mundo ).
Ana Frank
Ana Frank estaba destinada a vivir una vida como la del resto de los niños: padres amorosos, colegio, amigos… Pero sucedió una atrocidad inimaginable para una niña.
La niña Ana pasó mucho miedo durante años, provocado por el aspecto más cruel que puede mostrar el género humano. Nacida en Alemania en 1929, el ascenso nazi y la persecución contra los judíos empujó a su familia a refugiarse en Holanda. Estuvieron confinados en una casa, sin salir ni hacer ruido durante dos años, en los que recibían ayuda de algunas personas valientes. Cuando fueron descubiertos y detenidos, ella fue trasladada a un campo de concentración. Las penurias y el tifus terminaron con sus ilusiones.
En su diario expresó la angustia que la oprimía, legándolo a las generaciones que vinieron después. El diario sobrevivió a su autora, y hoy nos sigue advirtiendo del peligro de los fanatismos y de lo graves que pueden ser sus consecuencias. La niña Ana, de apenas trece años, nos alienta desde sus páginas a no permitir que nadie sufra otra vez lo que ella sufrió, y su fuerza de niña sigue presente en un mundo que ya no es el suyo. Ana nunca fue adulta, pero sigue estando viva para nosotros.
La vida de cada uno de nosotros se orienta con cada decisión que tomamos. Estas cuatro niñas, excepcionalmente, tomaron grandes decisiones en su niñez y eso les otorga un mérito especial. Ellas representan a tantas otras que, perdidas en el anonimato, han empujado con su pequeño corazón y su gran fuerza las ruedas de la Historia.