La antigua Roma sigue creando fascinación en muchos de nosotros a pesar de que su imperio desapareciera como tal hace ya muchos siglos. No se puede obviar que la literatura y el cine han colaborado activamente en mantener vivo en nuestras retinas aquel mundo legendario, y muchas veces idealizado, del que, indudablemente, somos sus directos descendientes.
En ocasiones, durante los talleres o conferencias que imparto, me preguntan si me habría gustado vivir en aquellos tiempos tan épicos que recreo al detalle en mis novelas, y siempre dicha pregunta me genera sensaciones contradictorias. Por un lado, no negaré que sería fantástico contemplar en persona aquel mundo tan complejo como cruel, pero cierto es que hoy somos conscientes de que solo una escasa élite social podía vivir con las mismas comodidades y seguridades que posee hoy la clase media de nuestra sociedad. Aun así, la posibilidad real de realizar esa inmersión en el tiempo nos tentaría a muchos.
Pero, yendo al meollo de este artículo… ¿Por qué sostengo que la antigua Roma sigue viva entre nosotros? Son muchos factores e indicios. Me permitiré ahondar en algunos de ellos.
a) Las leyes
Como decía Cicerón en sus discursos, dura lex, sed lex (que podríamos traducir como «la ley es dura, pero es la ley»). Fue en tiempos de Justiniano, emperador romano de Oriente a mediados del siglo VI d. C., cuando se compiló todo el ordenamiento jurídico que había sobrevivido a tantas guerras, asaltos y desidia, redactándose por entonces el corpus iuris civilis (el cuerpo de derecho civil, base de nuestro actual ordenamiento jurídico, heredado de la reinstauración de estas leyes en el Renacimiento). Hoy en día, no hay alumno de Derecho que no se avenga a leer las Filípicas de Cicerón o el Digesto de Justiniano para tomarle el pulso a una legislación de base romana que lleva regulando nuestras vidas más de dos mil años.
b) Red viaria
Hoy vemos algo natural, e incluso una exigencia ciudadana, mantener una red de carreteras en perfecto estado. Este tipo de obra pública no es nuevo, pues es heredero directo del Imperio romano. Invito al lector curioso a que compruebe la similitud de la antigua Vía Augusta con las vías de comunicación más frecuentadas a su paso por la Comunidad Valenciana, como son la A-7 o la N-340 en algunos de sus tramos. El sistema viario romano constaba de unas calzadas construidas y mantenidas por el ejército, en las que, a cada jornada natural (entre 35 y 40 kilómetros), se establecía una mansio (también llamada mutatio), es decir, una antecesora de la actual estación de servicio, pero estatal, donde podían abrevar y forrajear las monturas, así como descansar los viajeros y recuperar fuerzas. Muchas de estas mutatio en el linde de las grandes calzadas son el origen de poblaciones actuales.
c) Infraestructuras hidráulicas
Cada día somos más conscientes de la importancia del agua. Seguimos alarmados las noticias sobre la desecación de muchos territorios, así como el efecto negativo que la mano del hombre está teniendo sobre el ecosistema y el fluir natural del líquido elemento. El uso y caudal constante del agua era una de las prioridades de la sociedad romana. Ciudades como Valentia se ubicaron donde se ubicaron en razón de los afloramientos que contenían intramuros (como el Ninfeo), además de proveerse de agua fresca que llegaba desde manantiales o represas a grandes distancias (véanse los cincuenta kilómetros que recorre el acueducto aéreo que abastecía Nîmes y cuya espléndida arcada todavía sigue en pie en Pont Du Gard, o los veintitrés kilómetros de túneles del acueducto de Albarracín-Gea en Teruel). El mundo moderno tardó más de diecisiete siglos en recuperar las cañerías de agua corriente en las ciudades y, a buen seguro, en una sociedad que valoraba tanto el buen uso del agua y sus propiedades (la misma que instauró la rutina del baño en las termas), la peste no habría hecho los estragos que hizo durante la Edad Media. A los antiguos romanos debemos la moda del spa ( salutem per aquam ).
d) La familia y la vida social
Lo que los antiguos llamaban el mos maiorum y que consistía en concentrar todas las buenas costumbres de las que un ciudadano ejemplar podía presumir. Ese respeto por las tradiciones que tenemos es directo heredero de los valores por los que se regían los antiguos romanos: fides, pietas, gravitas, constantia, virtus, dignitas y auctoritas (que, resumiéndolo mucho, viene a ser algo así como fidelidad, respeto a los mayores, serenidad, constancia, decencia, mérito y prestigio, respectivamente).
e) La lengua
Hablamos un latín muy deteriorado por siglos de influencias exógenas, pero la base grecolatina sigue siendo la más dominante en nuestras lenguas romances. Portugués, italiano, valenciano, castellano, gallego, catalán, occitano, francés, e incluso rumano, nacen y se desarrollan desde ese tronco común que siguió siendo lengua oficial en las cancillerías de media Europa siglos después del derrumbe político del Imperio romano de Occidente, y no solo en el ámbito eclesiástico. Reyes, eruditos y grandes hombres desde el Medievo hasta la Revolución Industrial quisieron dejar su estampa en latín tan solo por emular la grandeza de los antiguos (véanse los monumentos tanto de Austrias como de Borbones en qué lengua tienen esculpidas sus dedicatorias). Además, buena parte de los topónimos actuales provienen de la Antigüedad, perdurando así durante milenios a pesar de la influencia de godos y árabes: Valentia-Valencia, Saguntum-Sagunt, Saetabis-Xátiva, Dianium-Dénia, Ilici-Elx, Sucro-Xúquer, Lucentum-Alicante, Caesaraugusta-Zaragoza, etc.
f) La religión
Sí, no estoy divagando. En la sociedad católica en la que vivimos se sigue celebrando lo mismo que los antiguos paganos celebraban, pero con diferentes nombres y liturgias. Siempre ha sido más fácil renombrar una costumbre que erradicarla. Como ejemplo, en los Quincuatros, festividad de los artesanos, se quemaban trastos viejos en el solsticio de primavera (después reconvertido a San José, patrón de los carpinteros), o en las fiestas de la diosa Maia, los colegios de artesanos colocaban flores en las esquinas (las cruces de mayo). Pero el sincretismo más completo y eficaz que promovió la Iglesia tuvo lugar con la fusión de las saturnales (fiestas familiares en honor a Saturno que se celebraban entre los días 17 y 24 de diciembre) y el día del sol invicto (el 25 de diciembre). Todo ello acabó siendo asimilado en el siglo IV d. C. como la Nativitas (las fiestas en honor a la imprecisa fecha de nacimiento de Jesús de Nazaret). Para más detalle curioso, todavía en Valencia se sigue la tradición de entregar las «estrenas» de tíos a sobrinos (una costumbre ancestral en honor a la diosa Strenia) y se confeccionan mazapanes, roscones o cascas, todos ellos dulces herederos del mundo antiguo. En el roscón de las saturnales era donde se escondía el haba que habilitaba a quien la encontraba como rey de las fiestas. No menos curioso es que la nomenclatura eclesiástica siga manteniendo hoy en día la ordenación civil tardío-romana (convento, diócesis, vicario, etc.).
g) El poder
Para asociar orden y poder, y de paso, impresionar a la plebe, qué mejor que asemejarse a la antigua Roma hasta en lo estético. No hay más que ver la cantidad de parlamentos en ambos lados del Atlántico que recuerdan en su arquitectura a los grandes templos y edificios públicos de la Antigüedad clásica. Altas columnas estriadas, capiteles corintios, frisos llenos de escenas épicas… Todo ello lo podemos contemplar desde el Congreso de los Diputados de Madrid hasta el Capitolio de Washington, tratando siempre de emular la magnificencia del Foro Romano.
h) La economía
A pesar de lo reprobable de algunas conductas y decisiones comunitarias en estos últimos tiempos, sigo siendo un europeísta, quizá porque en esa creación de una Europa unida subyace la reconstrucción no violenta del Imperio romano (tras los intentos frustrados de Carlomagno, Napoleón y el loco de Hitler). Sí que es cierto que el eje de ese nuevo «supra-Estado» ha pasado del Mediterráneo al Mar del Norte, pero en lo económico seguimos amando y sufriendo la ley Schengen, el euro, etc. Tuvieron que pasar diecisiete siglos para poder pagar con la misma moneda desde York hasta Atenas o recorrer caminos desde Maguncia a Lisboa sin pasar por fronteras. Este nuevo «sestercio» que hoy usamos se basa en la misma economía globalizada de la antigua Roma, donde una regulación común de tasas, impuestos, comercio y devaluación monetaria mantuvieron las finanzas saneadas de un país gigantesco hasta que ellos mismos se autodestruyeron. Y esta reflexión me lleva al último punto…
i) La autodestrucción
Así es, estamos comenzando a percibir algunos despuntes del mal que condujo al derrumbe del Estado más complejo y extenso de la Antigüedad. Son muchas las causas de la caída del Imperio romano, y se ha hablado y hablará largo y tendido sobre ellas, pero sintetizaré aquí algunas de las más obvias con su extrapolación actual: la corrupción sistémica en la Administración pública, la falta de fe en los dioses patrios y del respeto en quienes gobiernan, la atención en lo baladí o superfluo y el descuido de lo realmente importante, la presión natural de los pueblos que quieren vivir dentro de ese Estado idealizado y, ante el cierre del limes , asaltan las fronteras en busca de su supervivencia… ¿No suena terriblemente parecido? Todo esto sucedió durante muchos años mientras los gobernantes tardo-imperiales se dedicaban a matarse entre ellos por un cachito de poder. Juvenal en su Sátira X ya describió en el siglo II d. C. esta peligrosa forma de hacer política de una manera tan sencilla y brillante que aún perdura: panem et circenses . Si aquel literato todavía viviese en nuestros días, seguro que habría actualizado su sentencia: subsidios y fútbol.