Desde Aristóteles, el pensamiento occidental ha trabajado con el principio del tercero excluido, que es el principio de no contradicción. Lo formula así: «Es imposible que, al mismo tiempo y bajo una misma relación, se dé y no se dé en un mismo sujeto, un mismo atributo». De no cumplirse esto nos encontraríamos ante una contradicción lógica formal. Así funciona nuestra mente, desvinculada de la vida y su esencia, con la necesidad de clasificar todo y de poner el hecho o la idea en una categoría u otra, en un cajón mental o fuera de él.
Este tema podría resumirse en la cuestión: yo, tú, él, ¿cómo podemos ser nosotros?; o en la división de un segmento en su media y extrema razón, o sea, en el número de oro que armoniza lo uno y lo otro; o como método de conocimiento en la analogía, que nos permite establecer un puente entre lo que conocemos y lo que no.
Hoy, en nuestra matemática algebraica, lo expondríamos de un modo más simple: A=A y A≠ no A.
Así es como funciona nuestra mente, desvinculada de la vida y su esencia, con la imperiosa necesidad que tenemos de clasificar todo y de poner el hecho o la idea en una categoría u otra, en un cajón mental o fuera de él. Lo que veo por la ventana es una persona o no lo es, es un caballo o no lo es, escribo ahora con un bolígrafo o no (y entonces lo hago con un lápiz, o con un ordenador).
Subyugar la Naturaleza
El dominio humano actual sobre la Naturaleza no hubiese sido posible sin esta mecánica de la mente que ha permitido clasificar ad infinitum todo lo que nos rodea, para, más que conocerlo, describirlo y así subyugarlo. Este es el motivo por el que Aristóteles, en La Academia , de Rafael, aparece con la mano abierta y la palma hacia abajo. Su filosofía no es para acceder a la esencia de la Naturaleza, a su causa arquetípica, sino para conocerla formalmente y, así, dominarla.
Platón mencionó la existencia de dos mundos cuando dijo que hay dos reyes. De la naturaleza, el rey es el Sol, y en el mundo inteligible, el Bien, fuente de la luz espiritual que a todo vivifica e impulsa.
En las cosas importantes de la vida hay que definirse, y un cuerpo está vivo o está muerto; hay un camino hacia la luz que asciende en lo más íntimo, y otro –quizás el mismo, en sentido contrario– que nos lleva a las sombras y al olvido de nuestra verdadera naturaleza.
Descartes endureció esta dualidad. La sustancia material ( res extensa ) y la mental ( res cogitans ) son, dice, dos realidades autónomas, independientes y excluyentes.
Como San Agustín al oponer a la Ciudad de Dios la Ciudad del Hombre, esta dualidad es peligrosa para el alma, porque no es cierta. La mente humana no puede enfocarse sobre cualquier objeto sin poner como fondo lo que «no es», pues es por naturaleza dual. Pero esto no significa que la realidad sea dual, pues aun en los contornos de las sombras de los cuerpos, vemos un degradado, y nada que sea objeto de conocimiento y vida es absolutamente claro ni oscuro, bueno ni malo sino con relación a otro, o a sí mismo, antes o después.
Platón lo demostró al decir, en el Timeo , que solo hay un universo, pues si hubiera dos, ya habría tres: el primero, el segundo y la relación entre ambos, o el espacio en que ambos están. Repitiendo el argumento, los universos se multiplicarían hasta el infinito, pues para el pensamiento matemático y filosófico griego nunca existe de hecho, «en acto», sino solo como potencia, como «llegar a ser».
El tercero excluido
Después de Descartes, que cortó el vínculo entre la idea y la vida, o entre el pensamiento y la materia, la mayor parte de los filósofos del Siglo de las Luces cayó en esta alucinación. El principio del tercero excluido quedó afirmado no solo como método lógico, sino como certeza que gobierna lo real.
Descartes, que siguió al pie de la letra el argumento de Al Gazzali, con su duda metódica y afirmar « Cogito ergo sum » ( pienso luego existo ), separó los dos polos de la realidad, cuando en la naturaleza vemos siempre que los dos polos, o bien se atraen (si son diferentes) o bien se repelen (si son iguales).
El materialismo dialéctico, que tanto dolor innecesario exudó en el siglo XIX, y el materialismo alucinado (que incluye los fanatismos religiosos y científicos) de finales del siglo XX y principios del XXI, son los hijos bastardos de esta forma de pensar excluyente.
Recordemos la parábola de las grullas de Platón, cuando estas se reúnen para determinar la naturaleza del mundo en que viven y después de doctas deliberaciones llegan a la conclusión de que el mundo se puede dividir en dos: las grullas y las no-grullas.
La sabiduría hindú es más natural y armónica. Trabaja, como tantas filosofías antiguas, en base al número 3 y no al 2, ya que es imposible un 2 sin un 3. Dice que todo lo que es material (materia que se va sutilizando hasta ser pensamiento, conciencia del yo y aun budhi , luz inteligible) está formado por tres cualidades ( gunas ): rajas (exceso), tamas (defecto) y satva (justo medio, armonía). Todo lo que existe en la naturaleza física, psicológica y moral está formado por estos tres elementos o principios. De hecho, llaman a la naturaleza cabra de tres colores . El carbón negro ( tamas ) arde ( rajas , rojo) y se convierte en luz ( satva , blanco). Lo insensible se agita, vence sus limitaciones y se convierte en la luz que era antes de caer en los abismos de la materia.
Espíritu y materia
Los griegos hablaron de cuerpo ( soma ), alma ( psique ) y espíritu ( nous ), y esta fue la creencia en Occidente antes de que los cristianos dijeran que si el espíritu era Dios, el hombre estaba de este modo solo compuesto de cuerpo y alma. Dios pasó a ser externo al ser humano, y este renunció así a su inmortalidad esencial. Dios dejó de ser inmanente, y quedó solo como trascendente, lo cual es un absurdo lógico. No podemos construir un triángulo ni cerrar un espacio con solo dos líneas rectas; son necesarias tres.
El budismo Mahayana, haciendo una lectura del verdadero significado de las tres gunas de la filosofía védica, describe tres naturalezas: 1) la imaginada ( parikalpita ); 2) la dependiente ( paratantra ); 3) la perfecta ( parinishpana ).
El Panchasatika Prajnaparamita Sutra , el «Sutra sobre la Perfección de la Sabiduría en 500 líneas», se refiere a estas tres naturalezas como: 1) no existencia; 2) una pobre clase de existencia; 3) existencia.
Dignaga, uno de los grandes discípulos de la escuela Yogacharya, dice al respecto:
«La enseñanza en la Perfección de la Sabiduría está basada en tres: lo imaginado, lo dependiente y lo perfecto. Con las palabras esto no existe , podemos refutar todo lo imaginado. Con los ejemplos, como una ilusión , es dada la enseñanza de lo dependiente. Por la cuádruple purificación (imagino que se refiere a las Cuatro Nobles Verdades de la doctrina budista), lo perfecto es enseñado».
Usando un ejemplo clásico de la filosofía vedantina, si al caminar de noche creemos que una rama caída es una serpiente, eso es «no existente». Si la vemos y analizamos el tipo de rama o de hojas que tiene, eso es «dependiente», pues todo conocimiento está formado por elementos de un conjunto que forma parte de otro mayor, del mismo modo que una persona puede ser al mismo tiempo padre, hermano, hijo, maestro y esposo.
La realidad viva de todo
Pero este tipo de conocimiento no nos permite acceder a lo esencial, a lo real, a la quintaesencia, no toca el alma de lo que conoce, como la cuchara no bebe la sopa.
Llegar a comprender de verdad –a «vibrar al unísono», como dice Platón– la naturaleza de tal rama y árbol sería un acto de verdadera sabiduría, que nos haría vivir en el árbol como el árbol vive en nosotros. Este es el conocimiento «verdaderamente existente».
Si un padre ve a su hijo como un pedazo de carbón, en vez de como un diamante en bruto, esta es la «primera naturaleza». Si lo vemos como lo que queremos que sea, enderezándole hacia lo que no es su vocación o identidad, esa sería la «segunda naturaleza» o «dependiente». Si sabemos quién y qué es, cuál es su verdadera naturaleza, solo así sabremos cómo educarle. Ahí está el amor verdadero, que es sabiduría y comprensión, que nada tuerce ni doblega, sino que simplemente lava. Como en el ejemplo de Plotino la costra de barro impedía ver la perla oculta.
En la naturaleza, en la vida, en lo real, lo uno y lo otro están siempre vinculados, no hay dos sin tres. El tercero no está excluido, sino incluido. Estamos aquí, mas para llegar allí hay un camino. El camino no se opone al caminante, pues no hay camino sin caminante ni caminante sin camino. Y al caminar, camino y caminante se sintetizan en una misma realidad, se armonizan vitalmente. Ni la ciudad terrestre se opone a la celeste, pues es su reflejo, más perfecto o menos, ni la materia se opone, excluyéndolo, al espíritu, pues es su vehículo de manifestación.
Antes de entrar al templo, el atrio nos permite, desde lo profano, ir accediendo a lo sagrado. Desde el silencio o la ignorancia, primero oímos a alguien, y luego, poco a poco, le comprendemos.
La misma computación cuántica abandona el sistema binario del sí o no (1 y 0) exclusivo, y genera valores simultáneos de ambos. Es como si trabajase con los intervalos, con los espacios internumerales.
El mito de la caverna
Platón, en el mito de la caverna, nos habla de tres mundos o naturalezas, equivalentes a las que el libro místico Voz del silencio menciona:
– Sala de la ignorancia, en la que uno nace, vive y muere (la materia que opaca al alma).
– Sala de la instrucción, donde el alma encontrará las flores de vida, y debajo de cada flor, una serpiente escondida (el mundo psíquico).
– Sala de la sabiduría, donde vive y se refleja la luz inmarcesible de la eternidad.
En el mito de la caverna son:
1) El mundo de las sombras o irrealidades, como presencias u objetos de conocimiento (materia), de la que hay que desidentificarse para recorrer
2) la caverna, con su red laberíntica de escenarios (psique), de la que es necesario salir para llegar a
3) la verdadera Naturaleza, fuera de la caverna, el mundo de los arquetipos, vivificados por un Sol Espiritual que Platón identifica con el Bien.
Ni en la Naturaleza ni en la vida hay tercero excluido. Si bien el sí extingue al no y viceversa, nada hay totalmente luminoso o totalmente oscuro. Y como bien dijo H. P. Blavatsky, la Luz Absoluta es lo mismo que la Oscuridad Absoluta. El sí es sí y el no es no . Pero los ríos corren porque hay montañas y valles, la vida se sustenta en el equilibrio osmótico dentro-fuera, la electricidad corre entre ambos polos, y el viento entre las altas y bajas presiones, generadas por ciclones o masas de aire que giran en sentidos opuestos.
Recordemos el pasaje en que se encontraron el joven y ya sabio Ibn Arabí y el erudito cordobés Averroes:
«Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid Ibn Rushd (Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme personalmente. (…)
En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, el filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y afecto y me besó. Después me dijo: “¿Sí?”, y yo le respondí: “Sí”. Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: “No”. Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: “¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se nos da en el pensamiento especulativo?” Y yo le contesté: “sí-no, y entre el sí y el no los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas se separan de los cuerpos”. Al escuchar esto, Ibn Rushd palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar: “No hay más fuerza y poder que la que viene de Dios”. Luego había comprendido».
Muy bello, muchas gracias por este valioso aporte.