Desde las primeras páginas, el lector intuye que se está fraguando una tragedia; no sabe de dónde vendrá ni cómo será —eso se irá desvelando a lo largo de la obra—, pero está seguro de que esta va a llegar, que se halla ineludiblemente unida a estos dos personajes a los que va a acompañar a lo largo de las ciento sesenta y pocas páginas que tiene el libro, en un trayecto corto y muy concreto de sus vidas.
Sabemos poco de ellos. Steinbeck, con breves pero precisas pinceladas, nos los muestra: George Milton, pequeño y rápido, moreno de cara, de ojos inquietos y facciones agudas, fuertes ; Lennie Small, su opuesto, un hombre enorme, de cara sin forma, grandes ojos pálidos y amplios hombros curvados, que camina pesadamente, arrastrando un poco los pies como un oso arrastra las patas . Son dos seres marginales que viajan juntos, de rancho en rancho, a lo largo de California durante la Gran Depresión, en busca de un miserable trabajo que les permita ganar unos pocos dólares y seguir subsistiendo un día más. Ahora se dirigen a un rancho al sur de Soledad, donde han conseguido un empleo como peones.
Cuidan el uno del otro. George es inteligente y vela por Lennie, un tanto deficiente pero con una inmensa fuerza bruta —es como un niño—. Lennie hace todo lo que George le dice, o al menos todo lo que es capaz de recordar, pero su obsesión con acariciar cosas suaves: telas, ratones, cachorritos, conejos… le lleva a meterse en innumerables líos.
Cuando llegan al rancho, se instalan en un largo edificio rectangular que sirve de casa a los peones, y es allí donde vamos conociendo al resto de personajes que completan la novela: el viejo y mutilado Candy, dedicado a las tareas de limpieza porque ya no puede trabajar, y su perro aún más viejo que él, de andares renqueantes y semiciego; el implacable Carlson, que quiere deshacerse del perro de Candy porque es viejo y huele mal; Slim, el mulero, un hombre grave y templado, respetado por los peones y el único capaz de plantarle cara al hijo del patrón; Crooks, el peón negro con la espalda rota, solo y marginado en un mundo de blancos… También conoceremos al patrón que les ha contratado; a su hijo Curley, un hombre pequeño, violento y pendenciero, exboxeador y con un profundo odio a los grandullones y a la esposa de este, una hermosa y provocativa muchacha, frustrada aspirante a actriz y que vuelve loco de celos a su marido por sus constantes devaneos con los hombres del rancho; todo un foco de problemas.
Nadie entiende que George y Lennie viajan juntos en un mundo donde todos tienen miedo de todos los demás y los hombres deambulan en solitario gastando lo poco que ganan en el juego y los burdeles. Pero George y Lennie tienen un sueño, o al menos, se han convencido de ello de tanto repetírselo el uno al otro: conseguir algo de dinero y poder comprar un pequeño terreno donde cultivar la tierra y tener sus propios animales, y donde Lennie podrá tener, cuidar y acariciar conejos; grandes, suaves y peludos conejos. A este sueño se unirá Candy, quien sabedor de su poca utilidad en el rancho intuye que pronto será despedido. Candy dispone de un pequeño capital —la indemnización por su mano arrancada por una máquina— y así el sueño se vuelve posible, cercano, muy cercano, casi real.
Sin embargo, la obsesión de Lennie por acariciar cosas suaves hará que se trunquen sus planes y el sueño se desvanezca en medio de la tragedia. El cómo no es cuestión de desvelarlo aquí. Pero al releer la novela te das cuenta de cómo el autor va dejando señales muy claras, pistas precisas que conducen al sorprendente y a la vez más que probable desenlace. George no es como Candy, ni Lennie como su perro. ¡Y no digo más!
Es una pequeña gran obra, que se lee con avidez porque engancha al lector que quiere saber qué va a ser de estos pobres desventurados. Steinbeck, con su magistral y realista prosa —casi se puede sentir la suave brisa meciendo las hojas— nos habla de la soledad de los hombres, de la amistad y la necesidad de afecto en un mundo hostil, injusto y despiadado para los que poco o nada tienen.
John Steinbeck (Salinas, California, 1902 – Nueva York, 1968) es de sobra conocido para la mayoría. Para pagarse sus estudios de biología marina desempeñó numerosos trabajos —entre ellos el de peón agrícola—, de los que obtuvo numerosas experiencias que plasmaría en su ingente obra. Sus novelas más destacadas son: De ratones y hombres , 1937; La fuerza bruta , 1937 ; Las uvas de la ira , 1939; La perla , 1948; Al este del Edén , 1952; Dulce jueves ; 1954. Fue premio Nobel de Literatura en 1962 y está considerado como uno de los grandes escritores norteamericanos contemporáneos.
Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» www.ellibrodurmiente.org