En el 350 aniversario de la Royal Society de Londres se expuso una lista de deseos para el futuro, escrita por Robert Boyle, uno de los fundadores y el padre de la química moderna. Aunque la mayor parte, más que deseos han sido profecías. Ahí vemos referencias a trasplantes de órganos, a la luz eléctrica, a aviones y submarinos, a la prolongación de la vida e incluso a la recuperación de los signos de la juventud (cambios de dentadura, cirugía plástica, etc.), barcos con motor propio, y otros.
Algunos de estos vaticinios aún no se han cumplido, al menos en la ciencia que nos es conocida, como la curación de heridas a distancia. Otros tienen que ver directamente con la alquimia, como la transmutación de todos los metales (y, por lo tanto, la de los más «vulgares» en oro, también), así como la obtención de un disolvente universal.
Lo asombroso es que en esta lista, y entre sus veinticuatro deseos o anuncios de futuro, hallemos estos tres últimos, dado que la versión divulgada es que este personaje, piadosísimo como Newton, fue quien se dice expulsó a la alquimia de toda pretensión de ciencia y objetividad.
Pero esto es, como sucedió también con Newton, una verdad a medias. El padre de la óptica y la mecánica no era, en absoluto, materialista y decía que las fuerzas gravitatorias (fuera cual fuera la causa de estas, que él dijo desconocer, pero de las que habría causa), que hacían girar los planetas en sus órbitas, estaban regidas por fuerzas inteligentes, una especie de ángeles al servicio de Dios en el mantenimiento del orden del cosmos.
Newton dedicó, asimismo, años y más años al estudio de la teología bíblica, o a profecías sobre la base de números en esta misma Biblia, llegando a determinar la fecha del fin de nuestro mundo en el año ¡2060! (evidentemente, «patinó» en el estudio de las profecías bíblicas) y a infatigables experimentos alquímicos que incluso pusieron en peligro su salud. Todo esto fue ocultado, un tema tabú durante siglos.
Pues bien, con Robert Boyle sucedió algo semejante. Él, efectivamente, en su libro El químico escéptico dice que es necesario liberar a la ciencia del dogmatismo, del escolasticismo y también de todo tipo de alucinaciones y «entusiasmos» que no puedan ser probados experimentalmente. Y aun así, aunque empírico, como lo es en general el carácter del inglés, no solo dedicó la mayor parte de su vida al estudio y difusión de lo teológico, sino que sabía que los postulados alquímicos no deben ser interpretados al pie de la letra. El descubridor, a través de un experimento, de la ley de los gases (a temperatura constante, la presión y el volumen de un gas son inversamente proporcionales) enseñó que las cualidades de los cuerpos no eran atributos inmutables de las sustancias, sino el producto de una combinación de átomos, y que los elementos no son los cuatro (tierra, agua, aire y fuego) que describe la física aristotélica, sino aquellos cuerpos y sustancias simples que resisten a ser descompuestos por el fuego.
Estas afirmaciones son la base de la química moderna, por él sabiamente reivindicada como disciplina científica en sí misma, y no simplemente como lacayo al servicio de la farmacia.
Robert Boyle sabía que abundaban los impostores, y que había poquísimos alquimistas verdaderos. Pero no podía rechazar la verdadera alquimia, porque se topó con ella. Él mismo hizo, con ayuda de unos granos ínfimos de piedra filosofal, roja, la transmutación alquímica del plomo en oro según cuenta en An historical account of the degredation of gold by an anti-elixir , un opúsculo suyo editado en el año 1678 y en varios textos más. Evidentemente, los nombres de los personajes están cambiados o son simbólicos, como es habitual.
Recientemente, Lawrence M. Príncipe, en su libro The Aspiring Adept: Robert Boyle and his Alchemist Quest, ha demostrado que todas las narrativas en sus diferentes libros y manuscritos en que se refiere a una transmutación alquímica son totalmente coherentes. Están, por lo tanto, hablando de una misma experiencia que él mismo hizo –y, por tanto, nadie pudo engañarle– y que debió de cambiar por completo su visión de la naturaleza y de los elementos que la componen.
Dado el paradigma reduccionista y materialista de nuestra ciencia actual, poca publicidad se le ha dado hasta ahora. Que el padre de la química fuera un alquimista, o que él mismo dijese que había transmutado el plomo en oro… en fin, no era muy conveniente. Se imponía un discreto silencio al respecto.
Y más aún sobre otro de los diálogos que Robert Boyle escribió, y que Lawrence M. Príncipe, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad John Hopkins en Baltimore, Maryland, divulga en su libro Diálogo sobre la conversación con ángeles ayudado por la piedra filosofal .
Príncipe también explica en el libro que Newton fue ayudado por Boyle en sus experimentos alquímicos; pero que este ofrecía sus conocimientos bajo condiciones muy estrictas (juramentos de sigilo). Y que aun así, en sus operaciones, Boyle omitía pasos cruciales.
Los mitos para manipular la historia y la conciencia humana, degradándola, por fin ceden ante la espada en llamas de la sabiduría y la verdad. Esta es como el diamante, corta todo lo que se oponga a su avance, como la luz deshace en jirones la niebla. Al final la verdad se sabe, y quedan en ridículo o justamente difamados todos los que por estrechez de miras –y no real prudencia– quisieron ocultarla.