Pierre de Coubertin puso en marcha el Movimiento Olímpico moderno casi en solitario desde su despacho de la parisina calle Oudinot, un ingente trabajo que dejó tras de sí más de doce mil páginas impresas, la mayor parte escritas de su puño y letra. Una vida dedicada a la mejora psicofísica de la humanidad a través del deporte. El deporte como instrumento de cambio social, como herramienta revolucionaria.
Uno de los aspectos que siempre me ha llamado más la atención de la biografía de Pierre de Coubertin es el hecho de que, cuando le sorprendió la muerte de forma repentina, paseando meditabundo por el parque de La Grange en Ginebra (Suiza), en los bolsillos de su gastado abrigo solo encontraron unas pocas monedas… El ideólogo de la mayor fuerza social de nuestro tiempo murió arruinado e incomprendido por gran parte de sus contemporáneos.
Imaginemos, por un instante, una entrega tal en nuestra sociedad actual.
Pierre de Coubertin estaba desengañado de los políticos y de la política de su tiempo (podemos buscar, de nuevo, analogías con el nuestro), que no ofrecían cauce para sus ideas de establecer una reforma educativa en su Francia natal. Coubertin había desechado la idea de seguir una fácil carrera militar, que era lo que se esperaba de él, de un hombre de su rango, condición e hidalguía. Por cierto, también renegaba habitualmente de la elitista y despreocupada clase social a la que pertenecía por su baronía.
Dedicó gran parte de sus esfuerzos a conocer y comprender los sistemas educativos anglosajones que triunfaban en su época. Lo más importante en la vida de los pueblos modernos -escribió Coubertin- es la educación, la educación que ha de ser el prefacio de la vida, y lo que así expreso, es el resultado de mis observaciones adquiridas […] en donde he podido constatar la existencia de grandes corrientes de reforma pedagógica, independientes de los Gobiernos e incluso superiores a las tradiciones nacionales .
De nuevo, ideas revolucionarias para la Europa continental de su época y que podemos trasladar a nuestros tiempos. La educación como motor de la sociedad y del progreso. Pero no sirve con una educación partidaria, nacionalista o eventual. Tampoco basta con pensar a corto plazo. La idea de Coubertin, que sigue hoy día en plena vigencia, es trascender ideas políticas, coyunturas e incluso naciones, para acometer una gran reforma educativa. Y para ello, el humanista francés encontró el medio más cómodo, rápido y eficaz, además de un vehículo de comunicación directa, comprensión y pacificación entre los pueblos… Pierre de Coubertin restauró el olimpismo griego.
Y una prueba más de que la idea coubertiniana del moderno olimpismo no era crear un centro de alto rendimiento deportivo, fue que el Movimiento Olímpico nació al amparo del claustro de la prestigiosa universidad parisina de la Sorbona.
Coubertin había creado así, en el siglo XIX, el mayor acontecimiento social de nuestro tiempo. Y lo hizo a costa de su salud, su tiempo e incluso su fortuna hasta el mismo día de su muerte. Pensemos por un momento la ingente tarea que ello supone. Organizar unos primeros juegos olímpicos, sin móviles, sin Internet, sin nuestros modernos medios de transporte, sin el apoyo de la televisión…
El olimpismo, una filosofía de vida
El olimpismo es, en origen, una filosofía de vida que utiliza el deporte como correa transmisora de sus ideales formativos, pacifistas, democráticos y humanitarios, ideales todos ellos presentes constantemente en las sociedades modernas y en sus medios de comunicación. Frecuentemente, se nos pregunta: ¿y… feminista?
Sin duda, podemos y debemos responder a esta pregunta con un rotundo sí. En tanto en cuanto es democrático, es profundamente feminista. Además, todos los pasos que vienen dando las organizaciones olímpicas en las últimas décadas caminan, decididamente, en esta dirección.
Sin embargo, frecuentemente se le achaca a Coubertin, de forma malintencionada, un pretendido machismo, si bien de lo único que le podemos «acusar» es de no aplicar su sentido visionario también a la igualdad de género. Cabe citar al filósofo español Ortega y Gasset, quien afirmaba: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Y las circunstancias de Coubertin (a finales del XIX) no eran las más favorecedoras para el impulso de la mujer, que estaba relegada a un desempeño meramente familiar. Incluso en la práctica médica de la época, realizar actividades deportivas era ampliamente desaconsejado por ser incompatibles con la maternidad. Además, Coubertin también acudía en este caso a las fuentes clásicas que fundamentaban la ideología olímpica. Así, las mujeres griegas tenían prohibido competir en los Juegos de Olimpia bajo pena de muerte.
Señalemos otro aspecto en el que Pierre de Coubertin también se adelantó a su época y que está en plena vigencia tres siglos después. De hecho, las grandes reformas llevadas a cabo por el Comité Olímpico Internacional y que se han desarrollado desde finales del siglo pasado han tenido como detonante escándalos de corrupción económica y compraventa de todo tipo de prebendas. Y bastará citarlo para entender la concepción del pedagogo sobre la dimensión que él había imaginado para sus juegos olímpicos: Un espíritu mercantilista amenaza con invadir los círculos deportivos al haberse desarrollado los deportes en el seno de una sociedad que amenaza con pudrirse hasta la médula a causa de la pasión por el dinero. […] Los Juegos Olímpicos no deben considerarse como la gallina de los huevos de oro .
Termino citando a Marie-Thérèse Eyquem, deportista, escritora y activista feminista francesa, quien describió a Coubertin con belleza literaria: «De excepcional inteligencia, erudito y adivino, «decididamente subversivo» no por gusto, sino por probidad intelectual, revolucionario y enemigo de la violencia, a la vez apegado a su patria e internacionalista, vinculado a su raza, a su clase, a su nombre y hostil a su «casta», gentilhombre y a la vez descubridor de la nobleza del pueblo, cortés, discreto, espiritual, persuasivo para defender su ideal, vehemente contra la injusticia, luchador infatigable e infatigable defensor de la paz, dejó una obra y un ejemplo. Obstinado, inflexible y a la vez adaptable a todo tipo de sutilezas de la evolución, de un carácter tosco con una sensibilidad de niño o de poeta, poco preocupado de la gloria inmediata, ignorante de la palabra «interés», lo dio todo. Se entregó a sí mismo y entregó todo lo suyo a millones de desconocidos, en los que quiso ver la fuerza y la alegría».