Tengo que admitir que me encantaba planificar las etapas. Era una forma de disfrutar del Camino antes de hacerlo. En los primeros años llegaba a señalar en un cronograma los momentos en que íbamos a descansar durante el día y la duración de cada parada. La mayor parte del tiempo llevaba en la mano un mapa, e incluso había visto en Internet imágenes de los lugares por los que íbamos a pasar.
Con el tiempo, el plan se hizo más flexible, ya que tanto detalle nos enclaustraba. Al final, la forma de encarar el día se ceñía a plantear un inicio y final de etapa, con un margen de una población antes o después, y paradas según las necesidades y nuestro estado físico. Es conveniente señalizar fuentes, tramos difíciles y elementos conflictivos, pero solo como conocedores de ello, sin pretender hacer la ruta como si se tratara de un crucero, con parada de 45 minutos en tal ciudad, hora de comida, llegada al barco perfectamente marcada, etc.
Hoy día es común reservar habitaciones en albergues privados con antelación (en los municipales no suele ser así). Esto posibilita una previsión que elimina el riesgo de no encontrar litera. Se gana en tranquilidad, pero tanta previsibilidad mata nuestra capacidad de solucionar imprevistos. En general, en la medida en que se ha ido masificando el Camino, se ha llenado de comodidades y se ha vaciado de contratiempos.
Algo parecido sucede con nuestra vida. Cuando hacemos previsible cada instante de la semana, entramos en un estado psicológico que satisface una parte de nosotros. En cambio, esa rutina confortable anula nuestra espontaneidad, la capacidad de asombrarnos, la fascinación, la resolución ante conflictos… Todo está previsto.
El que elige este tipo de vida cree que así la controla perfectamente. Pero ¿qué tipo de vida? Así es difícil desarrollarse como ser humano porque estamos coartando nuestra libertad. Quizá porque se confunde confort, bienestar, seguridad… con felicidad.
Las etapas que he realizado casi como un viaje programado tienen un color gris. Casi no recuerdo nada de ellas porque son parecidas, sin colores que las definan. En cambio, las etapas con imprevistos, en las que hemos tenido que esforzarnos y tomar decisiones durante la marcha, brillan, nos han dado nuevas amistades y experiencia.
Supongo que en el justo medio está la clave.