En Esfinge nos interesa estar al día de las novedades que se producen en el mundo de la cultura y el conocimiento y tratamos de acercarlas a nuestros amigos lectores, pues nos resulta apasionante descubrir los nuevos paradigmas científicos y sus atrevidas y a veces controvertidas propuestas. Esto no nos impide ejercer un apasionado amor a la historia de las grandes civilizaciones, con sus desafiantes enigmas, que esconden saberes ancestrales ahora perdidos, pero cuyas poderosas huellas nos desafían desde los milenios.
Egipto es una de ellas, quizá la más perdurable en el tiempo, pues desde tiempos inmemoriales se mantuvo vigente, siempre renaciendo, siempre sosteniendo su identidad originaria, sin dejar de adaptarse a las nuevas circunstancias. A lo largo de la historia ha sabido mantener el inagotable caudal de su sabiduría, desafiando nuestra capacidad de comprender y de imaginar cómo lo visible puede ser apenas una sombra de lo invisible y de qué manera la preparación para la muerte es compatible con la alegría de vivir.
Parecería que no se puede decir ya nada nuevo sobre Egipto y, sin embargo, este número de nuestra revista pone de manifiesto que el tema ha despertado en nuestros colaboradores unas aportaciones desde diferentes perspectivas que vienen a confirmar hasta qué punto la civilización del Nilo sigue interpelándonos. Y por qué, aun sin comprender sus extraños símbolos y sus jeroglíficos, hay algo profundo que atrae a los miles de visitantes que a pesar de todo siguen recorriendo sus templos en ruinas, sus fértiles huertos, sus majestuosas pirámides, buscado lo que se intuye indefinible, pero sublime.