En este libro, Ken Wilber recopila escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. No solo son de gran interés y valor los escritos seleccionados y recogidos, sino también la introducción al libro de este investigador y librepensador, el cual se ha formado al margen de los programas y enfoques académicos tradicionales.
La reacción que nos produce la lectura de la introducción al libro es similar a la que ha provocado en nosotros la lectura de Ortega en alguna ocasión: más que el estar o no de acuerdo con el autor, se trata de un estimulante intercambio mental de ideas con Wilber mismo, en una suerte de diálogo mental-virtual.
Wilber nos sorprende con una serie de ideas y afirmaciones a contracorriente de lo que comúnmente se piensa; por ejemplo, el que exista una convergencia entre la mecánica cuántica y el misticismo oriental, idea que en su momento lanzó Fritjof Capra con su influyente libro el Tao de la física.
Retomemos algunas de las ideas de Wilber en su introducción, con algún comentario nuestro.
Mecánica cuántica y mística
Según Wilber, la física de partículas contemporánea que comúnmente llamamos mecánica cuántica no genera un espacio de convergencia con la mística. La principal razón es que esta física implica un modelo del mundo, imágenes y formulaciones matemáticas con las que intentamos retratar el extraño mundo de las partículas subatómicas.
Por una parte, estas formulaciones representan nuestro paradigma actual y conocimientos actuales de aquel mundo de lo infinitamente pequeño, y una visión histórica nos demuestra que los modelos del mundo físico no son estáticos, sino que cambian continuamente. Por otra parte, todo conocimiento implica un sujeto que conoce y un objeto conocido (en este caso, el mundo de las partículas subatómicas), y la relación entre ambos, que en este caso se traduce en una serie de imágenes y formulaciones matemáticas que describen lo que en este caso no podemos ver.
Cabe añadir que en el mundo de lo infinitamente pequeño se rompen algunas de las reglas que sí parecen cumplirse en nuestro mundo de percepciones habituales y también en el de los objetos cosmológicos (planetas, soles, etc.). Por ejemplo, de acuerdo con la mecánica cuántica, no podemos conocer simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula. Esto, evidentemente, contradice el cálculo tradicional, pues una simple operación matemática nos permite calcular la velocidad (primera derivada) si conocemos la posición en función del tiempo y la podemos formular matemáticamente.
En síntesis, la física actual de partículas implica un conocimiento posiblemente cambiante, en el que no conocemos de manera directa la realidad, sino que la representamos a través de «sombras», en este caso, modelos matemáticos. Es interesante que, en la introducción, Ken Wilber utiliza una y otra vez el modelo platónico del conocimiento, que reconoce la diferencia entre los arquetipos permanentes y sus sombras.
¿Por qué esta física de partículas, o la anterior de Newton, que Wilber considera más cercana a la visión platónica, está reñida con, es decir, no apoya la visión mística? Por el simple hecho de que conocimiento científico y fusión mística son experiencias radicalmente distintas.
En la ultérrima experiencia mística (el samadhi de los filósofos de la India o satori de los japoneses), el sujeto o Yo que tiene autoconciencia, se funde en el objeto espiritual, que es Dios. Desaparece por un instante el Yo, del mismo modo que la gota se funde en el océano. Y los místicos de todos los pueblos que se han referido a esta experiencia indescriptible han utilizado un lenguaje poético lleno de metáforas, como la de la fusión de la gota en el océano del que forma parte, para hacer alusiones indirectas a la misma, en vez de un lenguaje científico y racional.
Se puede decir que todo conocimiento científico implica una representación mental de la realidad; en cambio, la experiencia misma nos permite la vivencia directa de la realidad.
Sería un error el querer amarrarnos a la representación mental o paradigma científico de la realidad o a una parte de la misma, que existe en un momento histórico dado, pues esta visión cambia continuamente. En cambio, la experiencia directa de la realidad «es», aunque nos cueste encontrar un lenguaje apropiado para referirnos a ella.
La gran cadena del ser
En su escrito introductorio, Ken Wilber alude a un modelo del mundo que es una buena síntesis de una visión simbólica del mundo que subyace a todos los sistemas místicos: la gran cadena o nido del ser.
La realidad es representada como una serie de esferas o espacios interpenetrados, en los cuales el siguiente nivel interpenetra e incluye al anterior.
Los niveles son los siguientes. La realidad material, campo de estudio de la física, se ve interpenetrada por losseres orgánicos, quienes también tienen una realidad material, pero que además están vivos. Es decir, la vidaincluye, pero va más allá de lo material. El siguiente campo es el de la mente, la conciencia que interpenetra, pero excede a los organismos biológicos simples. Más allá está el alma inmortal, y finalmente, el espíritu, el cual para Wilber es tanto inmanente como trascendente.
Este modelo nos sirve para preguntarnos acerca de las formas de conocimiento que van más allá de lo estrictamente físico.
Es evidente que tanto la biología como la psicología estudian fenómenos que van más allá de lo físico. Y lo hacen de modo «científico», es decir, obedeciendo a ciertas pautas de rigor y lógica. Pero la realidad incluye espacios que van más allá de lo psicológico, y que también pueden ser estudiados con estricto rigor, aunque no se trate de fenómenos «perceptibles». Recordemos que, para Platón, citado frecuentemente por Wilber, no solo existen objetos de conocimiento «perceptibles», sino también objetos «inteligibles», y que una verdadera ciencia no puede referirse al estudio de objetos en perpetuo cambio, que son solo sombras de los objetos reales.
Por ello, Wilber distingue entre el «método científico» y el «campo científico». El método científico «abarca toda pretensión de conocimiento abierta a una validación o refutación experimental», por lo cual esta definición «no afirma que solo puedan ser susceptibles de investigación científica los objetos sensibles o físicos. Ello equivaldría a afirmar que solo podemos usar la linterna en una de las cuevas. No hay nada en esa definición que nos impida aplicar legítimamente el término científico a ciertas y determinables pretensiones de conocimiento en áreas o campos como la biología, la sociología y la espiritualidad».
En síntesis, se pueden estudiar de modo riguroso los fenómenos de campos de la realidad que van más allá de lo físico. He aquí el gran error de los positivistas, quienes quisieron reducir el conocimiento de lo científicamente válido al estudio de los fenómenos medibles y perceptibles.
Este punto se halla reflejado en las primeras selecciones de textos de Wilber, de Werner Heisenberg, quien considera que la religión abarca una serie de temas válidos que la ciencia y sus métodos no pueden abarcar.
Terminemos esta breve invitación a la lectura de Cuestiones cuánticas con una cita del primer texto seleccionado por Wilber y debido a Werner Heisenberg, uno de los padres la mecánica cuántica:
¿Era completamente absurdo buscar tras las estructuras conformantes de este mundo una «conciencia» cuyas «intenciones» ponían de manifiesto estas mismas estructuras? Por supuesto, el mero hecho de plantear esta pregunta suponía ya caer en el antropomorfismo, ya que después de todo la palabra «conciencia» estaba basada únicamente en la experiencia humana, por lo que su uso debería quedar restringido a los dominios de lo humano. Pero en este caso sería también erróneo hablar de conciencia animal, siendo así que nos sentimos muy inclinados a pensar que obrar así tiene realmente sentido. Lo único es que el significado de «conciencia» se amplía, a la vez que adquiere un sentido más vago, cuando tratamos de aplicarla fuera de los dominios de lo humano.
La solución de los positivistas es muy simple: debemos dividir el mundo en dos partes, aquello que podemos decir de él cono toda claridad, y el resto, con respecto a lo cual lo mejor que podemos hacer es no decir nada. ¿Pero puede acaso nadie concebir una filosofía más inútil, cuando vemos que lo que podemos afirmar con claridad es poco menos que nada? Si tuviésemos que dejar de lado todo lo que no está claro, muy probablemente nos veríamos reducidos a una serie de tautologías triviales desprovistas completamente de interés.
¡Feliz lectura!