Al morir Amenemhet, su primogénito, Sesostris, se encontraba combatiendo al mando del ejército, y rápidamente fue avisado para que pudiera llegar cuanto antes a palacio, ya que sus hermanos querían también suceder a su padre.
Sinuhé era un noble y estaba en el ejército. Había sido hombre de confianza, administrador de los dominios en los países asiáticos y verdadero amigo del rey, y al enterarse de la muerte de este mientras alguien avisaba a uno de los príncipes, decidió abandonar Egipto para salvar la vida, consciente de las disputas que llevaría consigo la sucesión.
Buscó el mejor momento para abandonar el ejército y huir. Cuando pasó la frontera, el calor, el cansancio y la falta de agua le hicieron caer en la arena desmayado. Al despertar, el jeque de los beduinos le reconoció, le ayudó y le ofreció unirse a ellos.
Después de más de un año entre ellos, Sinuhé se había convertido en uno más de ellos y se había ganado el cariño y respeto de todos. Hasta el príncipe Amunenshi, que había oído hablar mucho de él, le citó, y tras quedar justificada su huida de Egipto, fue invitado a quedarse en su corte. Allí, Sinuhé prosperó, se casó con la hija mayor del príncipe, recibió buenas tierras y fue puesto al mando de la mejor tribu, al igual que sus hijos al tener edad suficiente. Tan solo tuvo en todos aquellos años un enfrentamiento con un beduino celoso de su posición, al que venció sin dificultades con su astucia, ya que el otro le superaba en fuerza.
Al envejecer sentía la necesidad de volver a Egipto y rogaba a los dioses para poder volver a morir a su tierra y recibir sus honras fúnebres. Los dioses oyeron sus suplicas.
En Egipto, tras muchos enfrentamientos, Sesostris I, que había conseguido llegar al trono, disfrutaba ya de estabilidad en su reinado. Los que se vieron perjudicados en los tiempos de la sucesión podían ir a solicitar al rey la reposición de sus pérdidas. Un día, llegó a oídos del rey Sesostris la situación de Sinuhé y, junto con regalos, le envió una carta escrita por él y sus hijos, invitándole a volver a su tierra en la que nunca había hecho daño a nadie.
Sinuhé repartió sus bienes entre sus hijos y regresó a su tierra, donde le recibieron los hijos del rey para acompañarle hasta él. Se le instaló en una de las casas de los príncipes y Sesostris I quiso que fuera su consejero. También le fue construida una tumba entre las de los príncipes, con todo lujo de detalles, ordenados por el rey. Al morir, fue enterrado en su tierra con honores supremos.
Cuento Egipcio