El día 11 de noviembre de 2018 se cumplieron cien años del armisticio de la Primera Guerra Mundial. Si bien parece un conflicto ya olvidado, sus raíces siguen vigentes en el panorama internacional, pues sus causas todavía no se han extirpado.
Conocida como «la Gran Guerra», fue una conflagración que duró algo más de cuatro años (1914-1918), acabando con la vida de millones de personas (se barajan cifras entre 12 y 31 millones de muertos entre combatientes y población civil, durante el periodo de guerra y los años posteriores como consecuencia de la misma), creando las semillas para una nueva confrontación veinte años más tarde, de dimensiones similares a la anterior.
No es nuestro objetivo analizar el desarrollo de la misma, ni siquiera sus resultados, sino, dado que adquirió unas proporciones gigantescas, vamos a tratar de indagar las causas que llevaron a una sociedad avanzada y civilizada a un conflicto bélico desastroso en todos los órdenes, implicando nada menos que a 32 países. Veintiocho de ellos, denominados «aliados» –entre los que se encontraban Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia y Estados Unidos–, lucharon contra la coalición de los llamados «Imperios centrales», integrada por Alemania, Austria-Hungría, el Imperio otomano y Bulgaria).
Revolución industrial
Había comenzado en Inglaterra a finales del siglo XVIII, con la aplicación de la máquina de vapor como fuerza motriz a la industria y el transporte, que se sumó a otros inventos como la luz, primero de gas y luego eléctrica, y otros en la producción textil, que permitieron que la producción y comercialización de productos manufacturados se ampliase.
Este fenómeno se extendió a lo largo del siglo XIX por Bélgica, Francia y Alemania en primer lugar, y poco después por Estados Unidos, Japón y Rusia principalmente.
Revolución económica
La utilización de la fuerza del vapor puso en manos de los industriales un manantial de energía que equivalía al de millares de hombres, abaratando los costes. El pequeño taller desapareció, dejando su lugar a la fábrica, establecida por grandes capitalistas, donde trabajaban centenares o millares de obreros.
La mejora en los transportes (barcos de vapor, ferrocarril, y más adelante, con el motor de explosión, el automóvil y el aeroplano) permitió el crecimiento de la industria y el comercio. Los productos fabricados en un punto pudieron exportarse a todos los lugares del globo.
Aumento de población
El aumento de recursos se tradujo en un aumento de la población mundial, que en el transcurso del siglo XIX se duplicó, concentrándose en las ciudades, que crecieron enormemente.
Este aumento de población, a su vez, supuso el aumento de necesidades materiales y sociales, esto es, facilitó el aumento de la producción de bienes de consumo.
Revolución social
El aumento desmesurado de las ciudades y de sus cinturones industriales motivó que el Estado asumiera nuevas funciones y responsabilidades en su organización, creando multitud de servicios y entidades. A nivel nacional organizó los grandes servicios públicos, como correos, telégrafos, institutos, exposiciones artísticas, alcantarillado, ferrocarriles, higiene y sanidad.
El sector público asumió o controló la educación desde sus primeros niveles, decretando la enseñanza oficial y obligatoria; también fueron declaradas obligatorias la instrucción militar, la vacunación y otras medidas sanitarias.
Desarrollo de la cultura
La necesidad de formar personas cualificadas en la dirección de empresas, en tecnología y en los diferentes ámbitos de la administración, la industria, el comercio, la ciencia y todo tipo de servicios inherentes a una sociedad cada vez más compleja, llevó a la multiplicación de los centros de enseñanza.
Periódicos, revistas y libros aumentaron su tirada de un modo extraordinario, y su precio, asequible a todos los bolsillos, contribuyó a su difusión. Esto posibilitó a su vez la propagación de las diferentes ideas, tanto de índole social (como las ideas reivindicativas de la clase obrera), de orden patriótico (que exaltaban un sentimiento de identificación nacional), de orden filosófico o espiritual (con un despertar de la búsqueda de respuestas ante la deriva materialista) o de orden científico y tecnológico (con un desarrollo espectacular de todas las ciencias, particularmente la física y la química).
Condiciones laborales
La revolución que el «maquinismo» introdujo en la organización del trabajo dio lugar a la aparición de una nueva clase social: el obrero.
Las condiciones de vida de los obreros en esta primera fase de la industrialización eran infrahumanas. Los industriales, apoyados en las teorías de los primeros economistas, llevaron a sus últimas consecuencias la ley de la oferta y la demanda en las relaciones laborales. Las leyes de los cercados de fincas (que obligaban al vallado de todo tipo de campos) obligaron a los campesinos pobres a huir a las ciudades (al no poder financiar el pago de dichas cercas); hasta entonces habían vivido del arriendo de pequeñas parcelas, pertenecientes a los campos comunales. Esto supuso un ejército de personas sin trabajo que fueron aprovechadas por las fábricas.
La jornada laboral, que en un principio se regía por la luz solar, con el descubrimiento del alumbrado de gas (Murdok, 1792), y luego con la luz eléctrica (Edison, 1878), se alargó a las catorce o incluso dieciséis horas. El trabajo solía ser a destajo, con primas a la producción. El régimen dentro de las fábricas era severísimo, castigándose con multas la falta de puntualidad y disciplina, hasta llegar en muchos casos al castigo físico y, en ocasiones, a la tortura.
El precio más alto cobrado por las conquistas de la Revolución Industrial en su primer periodo fue el empleo de mano de obra infantil en las fábricas y en las minas. Cuando los fabricantes ingleses acudieron al Gobierno para excusarse del impago de impuestos (debido a los «elevados salarios» que demandaba el obrero), este, en connivencia con la Iglesia anglicana, les facilitó la contratación de niños, hasta ahora en manos de las parroquias, ante la imposibilidad de ocuparse de ellos sus propios padres.
Orígenes del movimiento obrero
El fenómeno de la industrialización trajo consigo una radicalización de la división clasista de la sociedad.
Ante las pésimas condiciones de vida y los ínfimos salarios de la clase obrera, comprendiendo que solo la unión podía darles la fuerza de la que carecían individualmente, fueron creándose asociaciones que cada vez adquirieron mayor preponderancia y fuerza legal, tratando de mejorar las condiciones económicas y laborales dentro del régimen establecido.
La ideología burguesa: el liberalismo
El liberalismo (heredero de la Ilustración y de las ideas de Adam Smith) constituye, en su esencia, una defensa del progreso humano a partir del libre ejercicio de las potencias individuales. En principio, defiende la libertad individual (de conciencia, pensamiento, culto, palabra, imprenta, reunión, asociación, etc.), reclamando el derecho a la propiedad privada y la capacidad del ser humano para lograr su felicidad mediante la libre y leal competencia entre sus iguales.
Pero en la práctica, tales derechos, que legalmente corresponden a todos los individuos, solo pueden ser ejercidos por quienes gozan de una situación privilegiada que les permita disfrutarlos.
Esto explica que las revoluciones liberales que tuvieron lugar en Francia en 1830 y 1848 solo beneficiaran, en realidad, a la clase que ya gozaba del poder económico (la burguesía) y que la clases obrera y campesina, defraudadas por el giro que tomaban los acontecimientos, buscaran soluciones en una nueva ideología de clase: el socialismo.
El socialismo marxista
A mediados del siglo XIX (1848), los alemanes Karl Marx y Friedrich Engels, instauran los fundamentos del socialismo ( Manifiesto comunista), tratando de aunar a todos los trabajadores del mundo en un proyecto común.
Según sus teorías, el desarrollo del capitalismo (consecuencia de la revolución mecánica) tiende a dividir, cada vez más profundamente, a la humanidad en dos grandes clases: capitalistas y obreros. La riqueza va concentrándose cada vez en menor número de manos, mientras aumenta sin cesar el número de trabajadores desposeídos de toda propiedad (a quienes Marx, por primera vez, da el nombre de proletarios).
Su idea final, tras la «lucha de clases», es lograr que el poder pase a manos de los trabajadores. Gracias a la propagación de estas ideas, fue posible reunir el primer Congreso Socialista, llamado Primera Internacional (Londres, 1864).
Pero las teorías tan poco precisas del socialismo dieron lugar a un sinnúmero de tendencias distintas, que se hicieron entre sí una guerra encarnizada.
Nacionalismo
La Revolución francesa (1789-1799) y las Guerras Napoleónicas (1799-1815) habían difundido por la mayor parte del continente europeo el concepto de democracia, extendiéndose así la idea de que las poblaciones que compartían un origen étnico, una lengua y unos mismos ideales políticos tenían derecho a formar Estados independientes. Sin embargo, el principio de la autodeterminación nacional fue totalmente ignorado por las fuerzas dinásticas y reaccionarias del Antiguo Régimen, que decidieron el destino de los asuntos europeos en el Congreso de Viena (1815), tras la derrota de Napoleón.
Muchos de los pueblos que deseaban su autonomía quedaron sometidos a dinastías locales o a otras naciones. Por ejemplo, los Estados alemanes, integrados en la Confederación Germánica, quedaron divididos en numerosos ducados, principados y reinos, de acuerdo con los términos del Congreso de Viena; Italia también fue repartida en varias unidades políticas, algunas de las cuales estaban bajo control extranjero; los belgas flamencos y franceses de los Países Bajos quedaron supeditados al dominio holandés por decisión del Congreso.
Sin embargo, las revoluciones y fuertes movimientos nacionalistas del siglo XIX consiguieron anular muchas disposiciones adoptadas en Viena. Bélgica obtuvo la independencia en 1830, Italia logró la unificación en 1861, y Alemania en 1871. Sin embargo, los conflictos nacionalistas seguían sin resolverse en otras áreas de Europa a comienzos del siglo XX, lo que provocó tensiones en esas regiones y entre diversas naciones europeas.
Imperialismo colonial
Las nuevas condiciones socioeconómicas de Europa en la segunda mitad del siglo XIX (desarrollo industrial, incremento demográfico y situación general de paz) y la ansiedad por obtener nuevos mercados y materias primas a bajo coste, darán lugar a una política de expansión colonial, en la que participan todas las grandes potencias y que produjo el reparto de Asia, África y Oceanía entre los más poderosos Estados de Europa y América: Inglaterra, Francia, Rusia y los Estados Unidos se convirtieron así en ricos imperios coloniales, que extendieron su poder político y económico sobre amplias regiones del globo. Cuando no quedó ya nada más por colonizar, las potencias comenzaron a ambicionar las zonas controladas por los países rivales.
Toda la historia europea girará entonces en torno a las tensiones y fricción de intereses que esta situación crea entre las distintas naciones. La «Paz Armada» del periodo imperialista tendrá su lógica consecuencia en la Guerra Mundial de 1914.
Paz Armada
El período histórico europeo comprendido entre 1870 y 1914 recibe la denominación de «época de la paz armada», pues los países incrementaron su fuerza militar para evitar amenazas, al tiempo que establecían acuerdos con otras potencias para no quedar aislados en caso de un conflicto bélico. De esta forma, las grandes potencias europeas quedaron alineadas en dos bloques militares hostiles: la Triple Alianza, integrada por Alemania, Austria-Hungría e Italia, y la Triple Entente, formada por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Cualquier alteración en la situación política y militar en Europa, África o cualquier otro lugar provocaría un incidente internacional.
Crisis política y primeras hostilidades
Entre 1905 y 1914 tuvieron lugar varias crisis internacionales y dos guerras locales, y todas ellas estuvieron a punto de desencadenar una guerra general en Europa.
La primera se dio en Marruecos, entre Alemania (que apoyó la independencia de ese país) y Francia, que ambicionaba ese territorio. La segunda se dio en los Balcanes, donde se desató la rivalidad entre Austria-Hungría y Rusia por la hegemonía sobre los pueblos eslavos.
Comienzo de la I Guerra Mundial
En 1914, un nacionalista serbio asesinó en Sarajevo al heredero de la Corona austrohúngara. Viena no tardó en culpar al reino de Serbia, al que acabó por invadir. Ante ello, Rusia se moviliza a favor de los serbios, por lo que Alemania declaró la guerra al Imperio zarista. Francia y Gran Bretaña entran en el conflicto en apoyo de su aliado: la guerra se ha generalizado.
Reflexión
Tras haber superado dos guerras mundiales, vamos a ver que la situación ha cambiado en la forma pero no en el fondo.
La sociedad clasista del siglo XIX, donde podíamos diferenciar claramente entre ricos y pobres, fruto de una Revolución Industrial que permitió amasar grandes fortunas a banqueros, industriales y comerciantes, ha dado paso a una revolución tecnológica donde Internet ha permitido que las grandes fortunas muevan su dinero libremente por todo el planeta, evadiendo impuestos, influyendo en la política de los Gobiernos, provocando guerras o guerrillas continuas y un clima de crisis e inestabilidad permanente, donde se erosionan continuamente los derechos de los trabajadores y se recortan gastos sociales de una forma inhumana.
Ahora ya no necesitamos una nueva guerra mundial, ahora vivimos en un conflicto permanente, provocado –al igual que la Primera Guerra Mundial– por la lucha de intereses por copar el mercado y la economía mundial entre las grandes fortunas, que manejan, a través de los políticos, la riqueza que entre todos generamos.
Así, según datos de la organización Oxfam, «El 1% de los ricos del mundo acumula el 82% de la riqueza global». La ONG responsabiliza de esta desigualdad a la evasión de impuestos, la influencia de las empresas en la política, la erosión de los derechos de los trabajadores y el recorte de gastos. Según esta organización caritativa, estas cifras muestran un sistema fallido. Sean o no exactos estos datos, muestran el clima de profunda crisis social y humana que esto representa.
Volvemos a necesitar confiar en el ser humano, dando pasos hacia una renovación profunda de la sociedad, donde primen los valores de la dignidad y la justicia, amparados por una formación ética, imprescindible en todos los aspectos de la vida.
Bibliografía:
Revista Historia y vida (número 436).
Primera Guerra Mundial (Enciclopedia Microsoft).
Curso de historia del mundo contemporáneo (Ed. Alhambra).
Historia de las civilizaciones (Ed. Santillana).
Diccionario enciclopédico Plaza&Janés.