Parafraseando el título de la novela de Kipling, podemos hacernos una idea de lo que ha supuesto la figura de Mohandas Karamchand Gandhi para el mundo contemporáneo. En el pequeño y tímido alumno que, al acabar las clases del colegio, salía corriendo a su casa por miedo a que sus compañeros se burlasen de él, era difícil vislumbrar el personaje que llegaría a ser. En el subconsciente de millones de personas, permanece Gandhi como revolucionario y sabio. Nadie lo relaciona con la clase política ni el gobierno. Ciertamente, nunca quiso presidir, gobernar ni reinar.
Las cosas no aparecen de la nada. El hombre que se enfrentó al Imperio británico heredó de su padre, Karamchand, una inteligencia práctica. Este llegó a ser primer ministro de su ciudad, a pesar de ser prácticamente analfabeto. De su madre, Putlibai, aprendió a desarrollar la fuerza de voluntad. Inteligencia práctica y fuerza de voluntad fueron los dos pilares en la lucha personal de Mohandas.
A los diecinueve años viajó a Londres para cursar Derecho. En 1888, nos encontramos a un Gandhi estudiando leyes, vestido como un gentleman, tomando cursos de oratoria, violín, bailes de salón. Pensaba que Inglaterra era el país modelo para el resto del mundo y, en esos años, quería vivir como un aristócrata inglés. Se interesó por la filosofía oriental, que la mayoría de jóvenes indios rechazaban por completo. Un amigo le dio a conocer el Baghavad Gita, y quedó tan impresionado que lo tuvo como libro de consulta toda su vida. Este descubrimiento fue el inicio de la vida del Gandhi que conocemos. Aprendió que, si nos apegamos de manera enfermiza a algo, un estatus social, un trabajo, el reconocimiento, el dinero, el placer, viviremos infelices. Aprendió que el apego nos lleva al olvido de lo fundamental: en la vida, lo importante no es tener, sino ser. En el Baghavad Gita encontró las bases de su lucha por la paz. Y sacó la inspiración para sus campañas del «Satyagraha», término que significa «conducta verdadera», y también «esfuerzo por la verdad». Gandhi declaró en una ocasión que «una nación de 320 millones de habitantes no necesita la pistola de un asesino, no necesita lanzas ni puñales, necesita simplemente tener voluntad propia, esa es la fuerza del Satyagraha».
Otra gran idea que Gandhi recogió de la sabiduría oriental es Ahimsa. Literalmente significa «ausencia de violencia». Gandhi consideraba que había que luchar activamente, todos los días, sin descanso, pero con métodos éticos, no usando odio ni violencia. No tiene, pues, nada que ver con la «resistencia pasiva», una traducción desgraciada que él siempre rechazó, pues defendía una fuerza activa y provocativa. Gandhi enseñaba que el poder no reside en las armas. El poder residía en no ceder ante la maldad y, a la vez, no cooperar con el Gobierno británico. Comprobó que, cuando se tiene un sueño, cuando se tiene un ideal, se tiene una fuerza enorme para conseguirlo. La no violencia no es el arma de los débiles, es el arma de los corazones fuertes, de los que son capaces de luchar por aquello en lo que creen. Y esa lucha no tiene por qué ir seguida de violencia. La no violencia es lucha espiritual. Significa aguantar, responder al odio con el amor, como dijo Buda.
La independencia política no era el fin que perseguía Gandhi, sino un medio. La finalidad de su lucha era liberar a la India de la pobreza y la ignorancia. Creó la Asociación Educativa India. Se dio cuenta de que, si no se educaba a la gente, no serviría de nada la independencia política. Aunque se cambiasen las leyes, sin educación ética siempre habría explotadores y explotados, amos y esclavos.
Gandhi se pasó toda la vida defendiendo los derechos de los sin casta, poniendo en evidencia la injusticia del sistema de las castas. Le costó mucho, venció siglos de prejuicios religiosos y lo consiguió en el ashram y en miles de pueblos de la India. Decía: «Si es posible la justicia, la fraternidad, en este grupo, ¿por qué no va a ser posible en el mundo entero? Sí es posible, pero muchos no quieren».
Tuvo que sufrir las divisiones internas entre los propios indios. Por un lado estaba Neru, quien era partidario de una independencia rápida, costase lo que costase; por otro, Jiná, líder de los musulmanes, que presionaba por un Estado nuevo solo para los musulmanes, que más tarde fue Pakistán. Gandhi les instaba a no precipitarse y a prepararse para gobernar. Instituciones, ministerios, red de comunicaciones, ¿quién haría funcionar todo eso? Al visitar los hospitales, viajando en los trenes, se daba cuenta de la situación pésima en que se encontraba la India. Muchos hacían sus necesidades en los pasillos, ¿qué pasaría si consiguieran ya la independencia?
En 1947, la India consiguió su tan ansiada independencia, pero a Gandhi no le agradó. Mientras se alzaban triunfantes las banderas de la India y del Pakistán, él permaneció en su casa, silencioso, triste, temeroso de lo peor. Se trazó un plan esperpéntico. Se desplazó a millones de familias según su religión, los musulmanes a Pakistán (¡qué estaba en dos partes extremas de la India!) y los hindúes a la India. La comunidad sij quedó entre dos bandos, sin que se les reconociera su propia identidad nacional. Los pueblos, azuzados por líderes mezquinos, siguieron enfrentándose unos contra otros. Hubo decenas de miles de muertos y una guerra fratricida que aún no ha terminado.
Gandhi se retiró de la política. Pero no detuvo su marcha, siguió caminando, hablando de paz y de sencillez. El 30 de enero de 1948 salió al patio como todas las tardes, para orar y hablar con las personas que venían a escucharlo. Un hombre se interpuso y le ofreció una reverencia, mas al levantarse le disparó tres balas que le mataron al instante. Gandhi apenas tuvo tiempo de decir «Oh, Rama» y su cuerpo cayó al suelo.
Todo el planeta se conmovió cuando supo que el profeta de la paz había caído. La India se paralizó. Una infinita multitud silenciosa se congregó a orillas del Ganges para despedir a ese hombre, a quien llamaban «Bapu», «padre». Hasta el virrey de Inglaterra se sentó lloroso en la arena junto a la hoguera de aquel hombre que nunca tuvo posesiones, títulos ni talentos especiales. Simplemente, era un hombre que se atrevió a defender la paz en un mundo en guerra. Un corazón abierto a los ricos, a los pobres, a los brahmanes y a los intocables; a los europeos, a los hindúes y a los musulmanes.