Como bien dijo Emerson, «Platón lo dijo todo». No hay un solo tema de filosofía que Platón no haya tocado, y no superficialmente, sino en profundidad. En este artículo no hablaremos de un tema de sus diálogos como el amor, el alma, la poesía…, sino de una característica de su estilo que encontramos a lo largo de toda su obra, y que va ligada a la médula espinal del diálogo: la ironía.
Fundamental en la obra de Platón, esta ironía, en la mayoría de los casos, es la que abre el camino hacia la búsqueda de la verdad, pues tiene como finalidad desmantelar un argumento para empezar a buscar uno mejor. Por eso la ironía no es un tema mínimo, aunque no tenga un diálogo propio.
La ironía es una herramienta, y Platón la utiliza como medio para formar una nueva interrogante, para demostrar lo imperfecto de una posición o de una manera de vivir; algo que no cualquiera podría hacer.
Hoy la ironía es utilizada para divertir, para descontextualizar las cosas y subir las audiencias, aunque la mayoría de las veces no se distingue entre ironía y sarcasmo. Pero hubo una época en la que la ironía se usó para arrancar vendas de los ojos y dirigir las miradas hacia la luz, no por demostrar una inteligencia superior, sino por amor. En aquel momento, ser irónico era un arte.
Sócrates y la ironía
Alrededor del año 400 a. C., un personaje peculiar se paseaba por la ciudad de Atenas, enseñando que la forma de vida debía responder a las ideas que se tienen, pues quien no lo hacía, mentía y, sobre todo, no cumplía los designios de Dios. Sócrates, cuya existencia fundamentan ya varias fuentes históricas, al parecer es el primer filósofo tal y como hoy lo entendemos. No es un hombre sabio como sus predecesores, es un hombre «de pueblo», que solo trata de entender el comportamiento del hombre.
Sócrates es un buscador de sabiduría, partiendo de la premisa de que él no la tiene. Por tal razón, cuando escucha de algún hombre presumir de sabio, se acerca a este con la finalidad de conocer esa sabiduría, aunque pronto se da cuenta de que no saben, sino que «creen saber», y que basan su sabiduría, bien en el uso de la palabra o en que tienen conocimiento de alguna técnica, algo que nada tiene que ver con la verdadera sabiduría; es en esta creencia en la que se pierden y asumen que, por conocer una parte de algo, son sabios, tanto que se creen capaces de opinar sobre todos los temas.
Sócrates quiere, realmente, encontrar a un hombre sabio, pero ve que estos no lo son y, en honor a la verdad, debe hacerles ver su error para que no sigan presumiendo y, peor aún, para que no se corrompan a sí mismos en una falsa creencia. Sócrates usa sus mismos argumentos, cuestionando lo que acaban de decir con tal habilidad que es imposible para su interlocutor y para el público presente no ver la falsedad de sus exposiciones.
Sócrates tenía unas características físicas bastante peculiares: mediano de estatura, regordete, con un carácter bufo…, era sin duda un personaje peculiar para su mundo. No tenía la apariencia de los que presumían del título de «sabio», con ropas finas y hábitos dignos de lo que hoy sería un «rockstar»: eran los llamados sofistas. En cambio, Sócrates reconocía que nunca se aprovechó del conocimiento, puesto que nunca lo tuvo, pues el único que en verdad sabe es Dios, y los hombres no pueden llegar a saber nada totalmente. Y para demostrar que nunca había sacado beneficio egoísta de su búsqueda de la verdad, tenía su pobreza como prueba contundente.
Este hombre común, que debería haber pasado desapercibido, logró poner en aprietos a grandes oradores, políticos y poetas. Señaló sin tapujos a los hombres que se lucraban explotando su «conocimiento». Pero ¿cómo lo lograba?, ¿de qué manera desmantelaba «estatuas gigantescas» y las hacía añicos?, ¿cómo podía un hombre ignorante destruir argumentos en apariencia sólidos, creados por hombres de peso en la sociedad? Sócrates solo era hijo de una partera y un escultor, pero conocía el oficio de «dar a luz» o «alumbrar», y lo llevaba a cabo través del diálogo.
El diálogo socrático
El diálogo filosófico busca clarificar, por medio de dos pensamientos diferentes, una duda profunda. Para el método de Sócrates, y en general de las escuelas de filosofía de la Antigüedad, tiene más valor formular la pregunta correcta que buscar la respuesta. Esto se debe a que en una pregunta bien formulada, la respuesta ya está implícita. De allí que los filósofos se ejerciten en la disertación, ya sea con sus discípulos o con ellos mismos. Este método de ir dialogando y formulando preguntas, esencial para hacer nacer la verdad, es denominado por Sócrates mayéutica.
El origen de la palabra mayéutica hace referencia a la técnica de asistir a los partos, porque quien asiste al parto no crea al ser que nacerá, sino que vela por su nacimiento, le muestra el camino, ayuda a que todo salga bien, pero debe haber una intención en quien quiere lograr ese «alumbramiento». El método socrático tiene cuatro fases que, a veces, solo eran percibidas por el maestro, siendo el discípulo conducido por ellas de manera natural:
– Empezaba con formular una proposición, es decir, un enunciado del que se tiene cierta seguridad.
– Luego, una afirmación que le dará peso a la proposición anterior, por ejemplo, si la proposición es «Bañarse hace bien», la afirmación podría ser: «Bañarse hace bien porque es saludable». Pero hasta aquí no podemos afirmar categóricamente que estamos diciendo una verdad.
– Después viene una negación sobre esta afirmación, y este es el momento de tensión en el diálogo, pues es donde se puede desmantelar lo anterior. Es aquí donde empieza el dolor del parto, pues hay una especie de dolor en saber que lo que se cree no es cierto.
– Es de este choque de donde surge la cuarta parte, que es la resolución, es decir, la mayéutica como tal, el nacimiento.
La intención de Sócrates no es crear grandes oradores, ni buscar el diálogo por el diálogo en sí (eso sería el sofista, el que crea argumentos, adornados de tal manera que pierden al inocente que escucha). El diálogo que Sócrates busca es el diálogo consigo mismo, contraponiendo las sentencias de la moral personal; no es un ejercicio intelectual, es una purificación que tiene como meta llegar al alma, pues el que dialoga, al descubrirse en un error y notar la presencia de la verdad, dobla sus rodillas y se coloca en una posición de humildad. Esa posición le lleva a entender que no lo sabe todo y que, quizá, lo que tenía como válido hasta ese momento no lo era. Es un ejercicio para el alma: desprenderse de ideas que le confunden, ideas que le hacen perder el norte de lo que es válido.
Vemos la importancia del choque, de la negación de las premisas para poder continuar con el camino. La intención de este choque es desnudar de prejuicios. Pero ¿cómo hacer para que, al verse descubierto, no se sienta humillado?, ¿para que no se coloque en una posición de defensa sino que, de alguna manera, logre entender que el choque no es contra él, sino contra un prejuicio que ha perdido valor? La intención de Sócrates no es humillar, sino enseñar lo que habita dentro de sus interlocutores: usa la ironía de tal manera que muestra el error sin herir.
Ironía o sarcasmo
Estas dos palabras se confunden a tal punto que se utilizan como sinónimos, pero son dos conceptos diferentes. Ironía viene del griego εἰρωνεία, eiroeinía, que se refiere a la actividad de fingirse ignorante a propósito, de decir lo contrario a lo que está pasando. Sarcasmo viene del griego σαρκασμός, sarkasmos, que significa “carne rasgada”, y se refiere a la idea de un comentario que tiene como objetivo herir y lastimar.
Vemos entonces que el que aplica la ironía no está tratando de engañar, no miente, sino que está llevando a la persona por un camino inverso para que esta descifre el mensaje. A veces, los padres usan la ironía ante las preguntas de sus hijos; conocen la respuesta pero no se la dicen directamente, sino que juegan con ellos para que se den cuenta por sí mismos. Así, al sorprenderse con el descubrimiento, el conocimiento queda impregnado en él para siempre.
En la ironía se ofrecen pistas puntuales para ayudar al otro a entender que se trata de eso, de ironía: el tono de voz, la cadencia en algunas palabras, la acentuación en algunas e, incluso, los gestos corporales, pueden ser indispensables para detectarla. La ironía suele venir atada al humor, pues muchas veces exagera la sentencia primera, o bien la saca de contexto, o por medio de la voz se da énfasis a alguna parte para que se perciba su falta de valor; pero no es la risa el objetivo, sino una consecuencia indirecta, pues si se trata de hacer reír únicamente ya no es una ironía, es una burla, un truco barato que algunos comediantes utilizan con el fin de provocar la risa de su público, pero no para educarlo. Los que buscan la risa suelen caer en el sarcasmo, no les importará si para causar la risa necesitan lastimar o dañar, hay una intención malvada de fondo. El sarcasmo es amargo, negro. El humor de Sócrates se basa en la comprensión de la vida y de los miles de cosas que no sirven para vivir.
Se cuenta que Sócrates, en una ocasión, fue al mercado de Atenas, alguien se lo encontró y le preguntó a qué iba al mercado, ya que era conocido que él no tenía dinero. Sócrates le contestó que iba al mercado para darse cuenta de todas las cosas que no necesitaba para vivir. He aquí un ejemplo claro de ironía y humor.
El maestro de la ironía
Encontramos muchos ejemplos de la ironía socrática en los diálogos de Platón, pero aquí surge una interrogante: ¿quién era el maestro de la ironía, Sócrates o Platón?, pues sabemos que los diálogos fueron escritos por Platón y que este pone en boca de Sócrates conocimientos que no pudo tener, pero ¿le habrá puesto un carácter irónico que tampoco tenía? Tenemos fuentes externas, como Diógenes Laercio, quien muestra esa característica en Sócrates. De hecho, cuenta que cuando a Sócrates le mostraron ideas de Héraclito y le preguntaron qué le habían parecido, él contestó: «Lo que he entendido es muy bueno, y juzgo que lo será también lo que no he entendido». Podemos concluir que ambos sabían manejarla, y es muy probable que el maestro enseñara así a su discípulo, y sabemos que la ironía era fundamental en el diálogo que ambos proponen. Así, tenemos un personaje llamado Sócrates, conformado por el personaje histórico y por el pensamiento de Platón, y las dos partes son irónicamente iguales.
En los diálogos de Platón, la ironía suele estar al inicio, pues esta destruirá el argumento e iniciará la búsqueda de la verdad. Podemos citar algunos ejemplos:
«…Soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros, pero a mí me impide engendrar. Así́ es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos el dios y yo…».
Este es un extracto del diálogo del Teeteto, en donde Sócrates expone la ironía de su vida, que es la de poder ayudar a los demás a encontrar la luz, pero él es impotente para lograrlo. Por eso la sentencia irónica más famosa de Sócrates es, «Yo solo sé que no sé nada», pronunciada después de conocer que el oráculo había sentenciado que él era el hombre más sabio del mundo, lo que le llevó a querer conocer a los que, en su tiempo eran considerados sabios, para tratar de entender qué tenía él que no tuvieran ellos. Sócrates concluye que, mientras ellos presumen de su sabiduría, él lo hace de su ignorancia.
Sócrates dice: «Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que este habla de Sócrates, se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: “Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría”». Su sabiduría es una ironía, porque nace de la negación de algo que no tiene, de aceptar su ignorancia. Y con esta ignorancia que no esconde, aparece con sus interlocutores, hablando con ellos para que le saquen de esta condición, pero es él quien pone en evidencia su ignorancia.
Sócrates se despide de la vida con la misma coherencia con la que vivió. Condenado a muerte, el hombre más ético de la Antigüedad, aquel que inspiró al filósofo más grande de todos los tiempos, Platón, se dirige a los jueces que le han condenado en un tono jovial, sincero y que muestra una intención escondida en el fondo, un valor que nace de algo que él conoce y que quiere revelar en última instancia: «Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios».
Bibliografía
Apología de Sócrates . Platón, Editorial Gredos, S.A.
La ironía como fenómeno del discurso . Rosario González, UAM.
La conexión de la comedia, conferencia de Felix Buenaventura para Tedex. https://www.youtube.com/watch?v=hSQ663i5GRg
Vida de los filósofos ilustres . Diógenes Laercio, Editorial Luarna.
Teeteto , Platón, Editorial Gredos, S.A.
Fedón , Platón, Editorial Gredos, S.A.
¿Qué es la filosofía antigua? , Pierre Hadot, Fondo de Cultura Económico .