El pueblo visigodo español está enconado en guerras de banderías desde la muerte de Witiza, entre los partidarios de sus hijos Sisebuto y Ebas y su tío, el obispo Oppas. El reino, antes de costumbres recias y severas se ha depravado entre derroches, inmoralidad y ambiciones. Y el rey, Rodrigo, no es de los mejores. La vieja espada gótica duerme en su vaina.
Dicen que el dolor de España vino de manos de una mujer. Pero vino de la pasión desbordada de un hombre. Un hombre que vio a Florinda, la hija del conde Julián de Ceuta, en su baño del río, y la deseó, y quién podía oponerse a los deseos del rey… a la fuerza del hombre…
La venganza estuvo en las manos del padre. Qué dura para España la limpieza de su honor…
En Toletum había, dicen, un palacio cerrado desde mucho tiempo atrás. Los rumores del vulgo hablaban de un cuarto secreto en cuyas paredes aparecían pintados los hombres que un día destruirían España. Nadie podía entrar ahí. Nadie podía ver el futuro.
Rodrigo no admite vetos. Descerraja la puerta cerrada, y, a la luz de los hachones, ve hombres pintados, con largos ropajes, turbantes, negras barbas y espadas curvas. Parecían los que viven en las tierras que gobierna el conde Julián. Y que hace mucho tiempo desean las tierras fértiles del otro lado de las Columnas de Hércules.
Los judíos de España, vejados por el Concilio de Toledo, rumiaban hacía tiempo su venganza. Ahora es el momento. Habla Julián con ellos, y ellos con Muza, y le pintan fácil la victoria, a cambio de la recompensa de unos territorios. El árabe envía cuatro naves con berberiscos, al mando de Tarif. Tarifa llaman al lugar de su desembarco. Hicieron estragos en la costa, poblada de sencillos pescadores, y regresan a África contando maravillas.
La suerte de España está echada.
Muza y Julián hacen planes. Una flota con 12.000 guerreros, al mando de Tarik ben Zeyad y acompañado de Julián, desembarca en Alguezirah y se atrincheran en Calpe, desde entonces Gebel Tarik, la roca de Tarik, en abril de 711. El jefe militar de Andalucía logra reunir 1500 jinetes desentrenados, frente a los 12.000 guerreros sedientos de conquista. Pocos escapan vivos. Mientras, Rodrigo está en el norte, donde trata de sofocar las revueltas cántabras. Alertado, y en unión de los traidores hijos de Witiza, corre al sur. Mientras, Tarik arrasa las tierras hasta el Wadi Anas, con el refuerzo de 5000 berberiscos más, a los que se unen los judíos. Frente a ellos, los campesinos, los pescadores, los pastores apenas armados y sin conocimientos militares. Armados en su mayoría con sus aperos de trabajo.
A orillas del Guadalete se encuentran Tarik y Rodrigo. Tres días dura el combate. Y es entonces cuando los hijos de Witiza y el obispo Oppas dan cima a su traición y se pasan a las huestes de Tarik, con las alas del ejército que comandaban.
Ya solo hay muerte para los españoles. Bajan rojas las aguas del río y roja está la tierra. Ha muerto la monarquía visigoda, que creó leyes impecables basadas en el derecho romano.
No obtuvieron recompensa alguna los traidores. Ni se supo más de Rodrigo. Dicen que se ahogó en el Guadalete. Dicen que, herido de muerte, fue llevado por sus leales, en un terrible viacrucis, hasta las montañas del norte.
Solo un testigo: su caballo Orelia, cubierto de sangre, de cuyo arzón colgaba la capa del último rey godo.
Un ciento de hogueras arrasa pueblos, aldeas y ciudades.