Es el 2 de mayo de 1808, y Madrid va a levantarse en armas contra el invasor. Uno más de los muchos que ha padecido España. ¿El detonante, esta vez? Que el pueblo ve cómo se llevan, del Palacio Real, a los pequeños príncipes, rodeados de soldados armados, camino de Francia. Ahí, en la Plaza de Oriente, y minutos después en la Puerta del Sol, todo se vuelve caos y sangre, en un grito inextinguible de libertad.
Hombres, campesinos que van camino del trabajo, emplean sus hoces y sus forcas en algo que no es la tierra y su fruto. Y mujeres. Mujeres que pelean junto a ellos con un valor extraordinario. La Gaceta de Madrid dirá luego que han excedido a los hombres en su fiereza. Corren, todos, al recién inaugurado Museo del Ejército, cerca del parque del Retiro, y allí se proveen de espadas, sables, anticuados pistolones. Las señoras, desde sus balcones, arrojan a los franceses macetas, jarrones, sillas, mesitas, en un espectáculo que puede mover a risa, pero que es digno de la mejor epopeya. Los caballos, espantados por los golpes, aumentan el caos.
Regía un decreto de guerra, inmediatamente proclamado: todo el que sea descubierto con un arma sería sumarísimamente fusilado. Ah, pero ese día todo es un arma…
Como la que lleva Manuelita Malasaña, de dieciséis años, joven bordadora del barrio de Maravillas, hija de Juan Malasaña, un chispero. Chispero se llamaba a los obreros de las forjas, y el nombre ha quedado como genérico para el madrileño bravo en la historia de Madrid.
Manuelita oye el alboroto, los gritos, los disparos. Y sale a la calle con sus compañeras bordadoras. Los soldados van recorriendo las calles en busca de «insurgentes armados». Y se tropiezan con las jóvenes. Con muy malas intenciones, como manda la guerra. Uno de ellos agarra a la niña; y la niña saca de su faltriquera sus tijeras de bordar, oh arma terrible, y se defiende, y hiere en el rostro al ofensor.
La hacen presa. Y al día siguiente, el 3 de mayo de 1808, el día que pinta Francisco de Goya Los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío, hoy Moncloa, la sangre de Manuelita Malasaña se une a la de los demás madrileños fusilados. Así consta en los archivos municipales. Muere en el parque de artillería de Monteleón, según consta en una placa conmemorativa.
No sabemos dónde su familia llevó su cuerpo. En 1917 se termina de edificar la iglesia de la Buena Dicha, y ahí la trasladaron, junto con otros héroes del 2 de mayo, junto con otra de sus mujeres bravas, Clara del Rey. En 1980 el barrio de Maravillas, su barrio, pasa a llamarse barrio de Malasaña.
Un barrio hoy referencial para los fines de semana bulliciosos de los madrileños.
Ojalá Manuelita sea también referencia para el valor de las mujeres.