Perteneciente a su tercer álbum, publicado en 1992 (para muchos el mejor), Dónde jugarán los niños, de Maná, se ha convertido en un himno en favor del planeta y de la terrible herencia que estamos dejando a nuestros hijos:
Cuenta el abuelo que de niño él jugó
entre árboles y risas y alcatraces de color.
Recuerda un río transparente sin olores,
donde abundaban peces, no sufrían ni un dolor.
Decía el gran jefe Seattle en su famosa carta el presidente de los EE. UU: «La tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra».
Aunque todavía hay gente que piensa que el hombre es el centro de la creación y que todo lo que le rodea está a su servicio, son cada vez más los piensan que la Tierra no es una roca que gira alrededor del Sol.
Tales de Mileto, en los siglos VII-VI a. C., afirmaba que la materia de nuestro universo y de nuestra Tierra no es inerte, sino que está viva, todo está vivo: los árboles, las piedras, los ríos.
En 1969, el investigador británico James Lovelock expuso la hipótesis Gaia, en la que decía que el planeta es un ser vivo.
Y sin embargo… la Tierra llora:
La tierra está a punto de partirse en dos.
El cielo ya se ha roto, ya se ha roto el llanto gris.
La mar vomita ríos de aceite sin cesar.
Y hoy me pregunté, después de tanta destrucción:
¿dónde diablos jugarán los pobres niños?
Observamos atónitos como políticos y ecologistas se reúnen periódicamente y llegan a la conclusión de que la Tierra está enferma. Pero parece ser que los intereses políticos y económicos se anteponen a las necesidades de nuestra Madre.
Por eso la Tierra llora, por ella misma y por los seres humanos que la maltratan como si el destino de su Madre no fuese algo importante y urgente. Es casi imposible respetar la naturaleza mientras el egocentrismo humano siga pensando en un destino diferente para el ser humano y la naturaleza.
Pero no todo está perdido, todavía hay tiempo para recuperar el sentido de los filósofos antiguos, que pensaban que la naturaleza está animada por principios divinos, todavía estamos a tiempo de dejar a nuestros niños un lugar donde jugar.