Filosofía — 31 de diciembre de 2019 at 23:00

Reviven los estoicos en el siglo XXI

por
filosofía estoica

En un pórtico pintado con colores brillantes o porche con soportales –la stoa–, el filósofo Zenón solía pasear cotidianamente arriba y abajo, dando sus enseñanzas «estoicas» a quien quisiese venir a escucharle, en la Atenas de alrededor del año 300 a. C.

Alentaba a su audiencia a no seguir las formas del mundo, que califica a algunas cosas como «buenas» y a otras como «malas», sino a mirar dentro de cada uno, siguiendo tan solo lo que es eternamente bueno –la virtud y la sabiduría– y rechazando aquello que es eternamente malo –la ignorancia y la injusticia–.

Así empezó el fenómeno del estoicismo, una filosofía que se extendió luego de Grecia a Roma, donde llegó a ser la quintaesencia ideológica de aquellas gentes tan resistentes y firmes. Más tarde inspiró a Boecio, al principio de la Edad Oscura, a escribir su Consolación por la filosofía desde la celda de una prisión, mientras aguardaba su ejecución por orden del rey ostrogodo Teodorico el Grande.

Su influencia continuó en los siguientes siglos hasta llegar a hoy en día. En la actualidad está experimentando un resurgimiento, tras revelarse que ha supuesto un factor principal en el desarrollo de la terapia cognitiva conductual (TCC).

Es interesante ver cómo una filosofía que se desarrolló hace cerca de 2000 años en la antigua Grecia aún sea altamente valorada por su eficacia práctica en la actualidad, en un mundo totalmente diferente. Miles de personas todavía reaccionan ante las categóricas pero beneficiosas enseñanzas de escritores tales como Musonio Rufo, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.

En este artículo, me gustaría tomar algunos ejemplos de las enseñanzas de Marco Aurelio, un emperador romano, y de Epicteto, un esclavo. Hombres de extracciones sociales desiguales que, sin embargo, compartieron la misma filosofía de vida.

Los pensamientos de Marco Aurelio se encuentran en las Meditaciones, el único libro que él escribió. Desprenden un maravilloso sentido de amor fraternal por la humanidad y el sentimiento de ser parte integral de la naturaleza y del universo, que es considerado como un todo inteligente y coherente. El segundo capítulo de su libro comienza con el siguiente consejo:

«Empieza cada día diciéndote: “Hoy me encontraré con interferencias, ingratitud, insolencia, deslealtad, mala voluntad y egoísmo, todo ello debido a la ignorancia de los ofensores, que no distinguen el bien del mal. Pero yo, que he percibido desde hace tiempo la naturaleza del bien y su nobleza, y la naturaleza del mal y su fealdad, y reconozco también la naturaleza del que comete la falta, que es hermano mío, no en un sentido físico, sino como criatura similarmente dotada de razón y participación en un mismo espíritu que procede de Dios, no puedo sentirme ofendido por estas cosas, ya que nadie puede implicarme en algo degradante. Tampoco puedo enfadarme con mi hermano o llegar a odiarle, puesto que él y yo hemos nacido para trabajar de común acuerdo, como las manos, los pies, los párpados, o como las hileras superior e inferior de los dientes. Obstruirnos uno a otro sería ir en contra de las leyes de la naturaleza, y ¿qué es la irritación o la aversión sino una forma de obstrucción?» (Penguin Classics, 1974).

Un Renacimiento Estoico 3

El estoicismo práctico

Esta es una técnica que bien vale la pena probar cuando tengas un problema interpersonal. Empieza poniendo una nota de realismo: «esta es la situación, así es como es». Entonces procede hacia la comprensión de que el ofensor no es deliberadamente malo, sino que sencillamente está equivocado. Pero nos dice Marco Aurelio que todo ser humano tiene una chispa de razón y comparte lo divino, y a la luz de esto es posible trabajar con otros, aceptando las diferencias como algo positivo en lugar de negativo, y aprendiendo el arte de la cooperación, tal y como la naturaleza sabiamente nos enseña.

En este sentido, uno de los principales conceptos del estoicismo era la concordia, que significa la unión de todos los corazones bajo un sentimiento de cordialidad natural; ese era uno de los grandes ideales estoicos.

En otro pasaje, Marco Aurelio escribe: «Todo aquello que está en armonía contigo, oh universo, está en armonía conmigo». Esta concepción está en la base de la doctrina estoica de la aceptación. No es una connivencia estólida con los dictados del destino, sino una convicción, fundada en la observación estoica de la naturaleza, de que la naturaleza o el universo es un todo sabia y benevolentemente coordinado. En tal complejo organismo, la finalidad de cada uno de los seres humanos en todo momento no puede ser el placer absoluto. Es el bienestar del Todo lo que se busca, bajo el principio de que «lo que es bueno para la colmena es bueno para la abeja» (otra cita de Marco Aurelio). Esto lleva a una actitud de aceptación voluntaria de aquellos aspectos de nuestras vidas que están más allá de nuestro control, lo cual nos lleva directamente a Epicteto. Él abre su Manual de vida con la siguiente inequívoca afirmación:

«La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas dependen de nosotros y otras no. No es sino después de haber enfrentado esta regla fundamental y aprendido a distinguir entre lo que podemos y lo que no podemos controlar, cuando la tranquilidad interna y la efectividad externa se hacen posibles. Bajo nuestro control están nuestras opiniones, aspiraciones, deseos y aversiones. Estas áreas están totalmente bajo nuestro cometido, porque están directamente sujetas a nuestra influencia. Siempre tenemos una elección sobre los contenidos y el carácter de nuestra vida interior. Fuera de nuestro control, sin embargo, están cosas tales como la clase de cuerpo que tenemos, el que hayamos nacido ricos o nos volvamos ricos, cómo somos considerados por otros y nuestro estatus en la sociedad. Debemos recordar que estas cosas son externas y, por lo tanto, no son de nuestra preocupación. Tratar de controlar o cambiar lo que no podemos solo se traduce en tormento. Recuerda: las cosas dentro de nuestro poder están naturalmente a nuestra disposición, libres de restricción u obstáculos; pero aquellas que están fuera de nuestro poder son débiles, dependientes o determinadas por caprichos o acciones de otros. Recuerda también que si crees que tienes cauce libre sobre las cosas que están naturalmente fuera de tu control o si intentas adoptar los asuntos de otro como si fueran los propios, tus propósitos se verán impedidos y te frustrarás, convirtiéndote en una persona ansiosa y crítica» (HarperCollins Publishers, 1994).

De nuevo, esto no significa renunciar a la responsabilidad sobre todos los asuntos externos, tales como la salud, la riqueza o el bienestar. Se trata de reconocer claramente qué es lo verdaderamente bueno y malo, en vez de las apariencias de esos atributos. «La muerte, por ejemplo –dice Epicteto en otro lugar–, no es terrible; si no, le habría parecido así a Sócrates». Pero la mayoría de la gente, hoy en día, considera la muerte como un mal que hay que evitar a toda costa, aunque obviamente no pueda ser. Para los estoicos, no es buena ni mala, sino «indiferente», y es nuestra actitud hacia ella lo que es más importante. Lo esencial no es si morimos o vivimos, sino cómo lo hacemos, con dignidad y nobleza de corazón o sin estas cualidades. Y esto, dicen tanto Marco Aurelio como Epicteto, depende enteramente de nosotros. Como Confucio dijo en un contexto similar, «¿qué tiene esto que ver con otros?».

Esperemos que este renacimiento estoico continúe floreciendo, de manera que así como el estoicismo reformó el Imperio romano con sus doctrinas, y en palabras de Ernest Renan, dio lugar al «capítulo más hermoso de la historia de la humanidad», así nosotros, los nuevos estoicos del Renacimiento, tengamos un efecto similar en el mundo del cual somos ciudadanos globales en la actualidad.

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