Son numerosos los cursos de educación musical en la actualidad, en estilos diversos y, francamente, de alto nivel profesional. Es evidente que, ante un movimiento tan nutrido de músicas en nuestra sociedad, hay una enorme cantidad de personas, de todas las edades, que buscan un contacto con la música.
Como pedagogo me encuentro desde niños con gran sensibilidad hacia la música, que, alentados por sus padres, logran desarrollarse en un instrumento, hasta adultos que tienen esa «espinita clavada» y quieren, a pesar del trabajo y las múltiples obligaciones, dejar un hueco en sus agendas para tocar o cantar. Y claro está, también esos padres que «aparcan» al hijo en un centro educativo musical o los que siguen alguno de los muchos programas de talento que hay en televisión y quieren cantar o tocar para llegar al estrellato; eso sí, sin hacer el aporte necesario de esfuerzo, constancia y disciplina que ello conlleva.
Y es precisamente sobre estos aspectos sobre los que quisiera escribir: el esfuerzo continuado y la disciplina como valores educativos de la música.
El pasado octubre leí en un periódico una entrevista al psicólogo Jonathan Haidt, profesor en la New York University. Haidt señala algunos aspectos de la llamada generación Z, los nacidos a mediados de los 90, cuyos progenitores (apodados los padres helicópteros porque están de un lado a otro llevando a sus hijos a actividades) han sobreprotegido, «blindado», menciona Haidt, a sus hijos a fin de evitarles dolores y traumas. Se ha producido una generación desconfiada, refugiada en sus habitaciones detrás de un móvil, reproduciendo unos sentimientos y modos de relación extraídos de películas y series. Se han obsesionado con la seguridad tanto física como emocional, y en esta evasión han perdido la posibilidad de desarrollarse naturalmente ante pequeños problemas que, al resolverlos, les capacitan para solucionar otros nuevos y mayores.
El artículo es realmente interesante, y señala las características generales de esta generación y algunas posibles soluciones, como por ejemplo que «igual que los niños necesitan exponerse a todo tipo de patógenos para desarrollar su sistema inmunitario, también necesitan pequeños traumas para endurecer su personalidad».
Es innegable que este siglo XXI va a una velocidad endemoniada. A nosotros, los educadores, se nos plantean problemas diferentes cada poco tiempo, pues las generaciones cambian a gran velocidad y los métodos de trabajo han de variarse para lograr objetivos. Sí, hay que llegar al mismo lugar, pero el camino, el recorrido, ha de cambiar.
Sin embargo, hay valores educacionales que se mantienen y que, además, se vuelven más y más útiles a medida que se acelera el tiempo y los cambios son más vertiginosos. Son como un pilar que uno siempre encuentra en el mismo lugar, como un amigo que siempre está, como un referente con el que puedes contar sea el día como sea. Por ejemplo, el esfuerzo, la constancia y la disciplina.
Dentro de la educación musical, un aspecto que encontramos desde el primer momento es la posibilidad de desarrollo integral. El trabajo sobre un instrumento implica un desarrollo fisiológico, así como intelectual, y, evidentemente, emocional. La música se siente, sí, pero para lograr interpretar con el violín una obra, se requiere un trabajo continuado durante tiempo; haber desarrollado memoria musical y una habilidad física y expresiva que después permita salir a escena y hacer sentir.
Algunos padres preocupados me han interrogado: «pero ¿se necesita esta meta?», «¿es necesario ponerse ante el público?». Puede ser difícil la primera vez, pero no traumático, ni mucho menos. Es más, esa pregunta la plantea un adulto, jamás un niño. Ellos no tienen ningún problema, ni siquiera se lo plantean, menos aún si comparten escenario con sus compañeros de agrupación. Para ellos es un nuevo espacio, el escénico, que tiene algo de glamur y en el que pueden mostrar y presentar su trabajo convertido en unas gotas de belleza; una belleza, además, compartida con sus compañeros.
¡Qué decir de la disciplina!, una palabra que durante años ha estado proscrita de las aulas al haberla vinculado con fuerza, imposición o violencia. En la música, nada, absolutamente nada válido se logra sin un poco de disciplina, que nada tiene que ver con rigor o violencia, sino con constancia y método hasta lograr dominio e incluso oficio en el instrumento. Nadie se sorprende de que una gimnasta dedique disciplinadamente ocho horas de ejercicios cada día de la semana para poder estar a la altura durante un campeonato, o de que un nadador o un piloto haga lo propio. ¿Por qué hemos de sorprendernos si lo hace un estudiante de piano? Lo importante es si se está dispuesto a entregar ese esfuerzo, esa constancia y esa disciplina.
Algunos educadores han confundido el necesario buen ambiente del aula con una especie de fiesta continua donde todo es válido y donde el profesor es uno más en el aula. Esto, desde mi punto de vista, no es válido. No se puede enseñar si no eres un modelo para tus alumnos; puedes informarles, pero no enseñarles. Sí, estarán entretenidos, pero no formados, pues para formar es necesaria una referencia, un modelo. Violeta Hemsy de Gainza, una pianista y pedagoga musical argentina, decía en uno de sus cursos que, si bien el siglo XX había sido el siglo de los métodos, el siglo XXI sería el de los modelos, pues cada generación es diferente, cada lugar es diferente y todo educando necesita un modelo, ya que los métodos, en este tiempo, no sirven para todos.
Las generaciones futuras tendrán sus propias características y sesgos propios de su tiempo, probablemente con tanta influencia de los medios de comunicación, las redes sociales y tanta superficialidad como la tiene la actual generación Z. Pero otorgar un espacio a la educación musical activa, no solo consumida mediante la escucha pasiva, sino participando de una disciplina musical, nos aportará algunos valores útiles en este momento y en cualquier otro tiempo, lugar o generación.
La música es un mundo de imaginación llevado a la vida real, y los valores que se desarrollan mediante la implicación y el desarrollo musical serán válidos para todo hecho vital, desde ser padre a dirigir una empresa, desde defender una tesis a escuchar a un amigo. Pero, eso sí, hay que dar para poder recibir. Hay que regar con esfuerzo, constancia y disciplina para luego recoger seguridad, capacidad resolutiva, sensibilidad o imaginación; valores imprescindibles para la generación Z y cualquier otra.