Cuando tratamos de abordar un problema que detectamos en nuestra sociedad, con mucha frecuencia llegamos a la conclusión de que las soluciones deberán venir por la vía de la educación, a todos los niveles. Y constatamos, sin embargo, con qué superficialidad solemos encarar el tema de la educación y la falta de debate público sobre la mejor manera de llevar a cabo esta tarea tan importante y decisiva para los individuos y las sociedades.
Lo más descorazonador es la pobreza intelectual con la que se abordan las escasas reflexiones que se plantean, y la visión reduccionista de lo que representan. Da la impresión de que, en lugar de educar, lo que se propone es más bien «adiestrar» para poderse «insertar» en la sociedad, durante una serie de años de escolarización desde una visión fuertemente materialista y economicista, una sociedad que en realidad es un gran mercado, donde todo se compra y todo se vende. Lejos quedan las palabras sabias de Confucio, o de Platón, o de los educadores actuales que buscan nuevos caminos por donde pueda transitar el ser humano completo, no solo durante unos cuantos años, sino a lo largo de toda su vida.
Algunas de estas ideas luminosas se ofrecen en Esfinge este mes, de manera que advertimos que cuando hablamos de Educación, con mayúscula, queremos decir muchas otras cosas, que combinan entre sí. Se trata nada menos que de hacer salir las ricas potencialidades que cada ser humano guarda en su interior, para lo cual necesitará la asistencia de quienes ya lo consiguieron antes, es decir, de los maestros.