Akira Kurosawa (1910-1998) es el director de cine japonés con mayor reconocimiento en el mundo entero, no solo por su gran talento, sino por ser el más occidental de los directores japoneses. Es decir, que su cine podría entenderse prácticamente en cualquier país y por un público capaz de comprender, a través de él y su obra, las virtudes del cine y la cultura japonesas.
Era miembro de una familia samurái y, por lo tanto, descendiente directo de aquellos guerreros a los que supo representar tan bien en la pantalla para deleite de los cinéfilos de todo el mundo.
Su carrera como director abarcó desde 1943 hasta 1993, cincuenta años que comenzaron en plena guerra mundial, como indica la fecha, y en la que tan solo estaba permitido filmar temas de carácter nacionalista, lo que él sorteó haciendo una película titulada La leyenda del gran judo (Sugata Sanshiro), sobre aquel arte marcial, y a la que añadió una segunda versión dado el éxito que tuvo. En 1949 filmó El perro rabioso (Nora Inu), un policial en el Tokio de la posguerra, verdadero cine negro en la época del apogeo de este género, inspirada en las obras del escritor belga Georges Simenon. Rashomón, de 1950, fue la que lo dio a conocer a nivel internacional, ya que ganó el León de Oro de Venecia y un Óscar honorífico. Se dice que esta película fue la razón para crear la categoría del Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Trata de un crimen en el siglo XII, presentando una estructura dividida, ya que podemos ver las diferentes versiones de los implicados. Una de las tantas cosas que se han copiado de su cine.
Crece su filmografía
En 1952 filmó Vivir (Ikiru), de ambientación contemporánea e inspirada en La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi, sobre un aburrido funcionario que trata de encontrar sentido a su vida al final de la misma, ya que se encuentra gravemente enfermo.
Luego, podemos mencionar tres películas ambientadas en el siglo XVI, aunque completamente independientes cada una de la otra. La primera sería Los siete samuráis (Sichinin no Samurai), de 1954, inspirada en Los siete contra Tebas, de Esquilo, y que dio lugar a una famosa versión de Hollywood, Los siete magníficos, conocida también como Siete hombres y un destino, de 1960, y cuya banda sonora es una de las más recordadas de la historia del cine. La segunda sería Trono de sangre, (Kumonosu-jô), de 1957, basada en este caso en Macbeth, de Shakespeare. La tercera de esta serie ambientada en aquel siglo es La fortaleza escondida (Kakushi-toride no san-akunin), de 1958, que ha de servir de inspiración a George Lukas para el tema y algunos personajes de Star Wars.
En 1961 se traslada al siglo XIX para filmar Yojimbo, inspirada en La cosecha roja, de Dashiell Hammet, sobre la llegada de un samurái a un pueblo con dos clanes rivales. Esta película fue la inspiración para Por un puñado de dólares, de Sergio Leone, con la que comenzó el fenómeno del spaguetti western. Aquí, al parecer, las cosas no se hicieron bien y se copió sin autorización. Kurosawa envió una carta a Leone, que este recibió emocionado, ya que le escribía el maestro Kurosawa, y al abrirla leyó: «He visto tu película. Es una muy buena película. Desafortunadamente, es mi película». En el juicio que siguió, la productora de Leone debió pagar a Kurosawa y la productora Toho el 15% de las ganancias más los derechos totales para Japón, Corea y Taiwán.
En 1963 filma El infierno del odio (Tengoku to jigoku) volviendo al cine policial. Trata de un secuestro donde raptan a la víctima equivocada; aquí toma ideas de El secuestro del rey, de Ed McBain. Una trama que ha sido copiada varias veces.
En 1965 vuelve al siglo XIX con Barbarroja (Akahige), en la que un joven médico es destinado a una clínica rural dirigida por un doctor estricto y de mucho carácter, donde cambiará su visión sobre lo que significa ejercer su profesión y el verdadero sentido de la misma.
Un hombre culto
Creemos que resulta evidente observar en este breve resumen de su obra que se trataba de un hombre muy leído y cultivado, a lo que podemos agregar que tenía mucho carácter y era muy perfeccionista en su trabajo, lo que llevó a que lo conocieran como el Emperador (Tenno). Ejemplos de este perfeccionismo pueden ser cuando en Rashomón hizo teñir el agua con tinta negra para dar mayor intensidad a la lluvia, o el castillo que hizo construir en las laderas del monte Fuji, en Ran, para luego quemarlo en el clímax de la película. También, eliminar el tejado de una casa, que tuvo que reponer, solo porque le pareció que afectaba una breve secuencia filmada desde un tren. Todo esto me recuerda mucho al perfeccionismo de David Lean y la anécdota sobre el ángulo que buscaba antes de filmar la toma de Ákaba en Lawrence de Arabia. Otro punto interesante sobre su forma estética de entender las escenas es que le parecía que entregar al actor un traje recién hecho restaba autenticidad a las mismas, por lo que repartía el vestuario semanas antes a los actores y los obligaba a usarlo diariamente para establecer un vínculo con la ropa. En Los siete samuráis, al tratarse de campesinos pobres, se aseguró de que desgastaran y destrozaran la ropa entes del rodaje.
Sin embargo, poco a poco se le fue haciendo más difícil conseguir financiación en Japón para sus películas, y en 1975 filmó una coproducción ruso-japonesa, que en realidad era soviético-japonesa, ya que por aquella época la Unión Soviética aún existía. La película es Derzu Usala, conocida en algunos lugares como El cazador. Fue la primera película filmada por Kurosawa fuera de Japón, rodada en idioma ruso y la única que hizo en 70mm, además de que prácticamente todo el rodaje se llevó a cabo en la taiga siberiana.
La trama retrocede a 1902, es decir, a la época zarista, cuando un grupo de soldados expedicionarios al mando de un capitán topografía el terreno y una noche encuentran a un nómada de la etnia Hezhen o Nanai llamado Derzu Usala, que accede a acompañarlos como guía. El contraste entre la visión de este hombre, que no conoce otra vida, y los soldados venidos de la ciudad se nos muestra en diferentes escenas llenas de vida y enseñanzas. Tan solo mencionaría un par de ellas de entre muchas; la primera tiene lugar cuando el capitán y Derzu quedan aislados mientras buscan a otros componentes de la expedición. Derzu se da cuenta de que la llegada de la noche y la tormenta que se avecina significa una muerte segura para ambos al no tener donde cobijarse en aquella planicie, por lo que conmina al capitán a cortar maleza con todas sus fuerzas y acumularla, lo que él hace más rápido y mejor, así que al final, cuando el capitán cae desmayado por el esfuerzo y tienen la tormenta encima, crea una especie de choza improvisada con maleza, el trípode para la medición topográfica y el abrigo del capitán, lo que les salva la vida.
La otra escena ocurre cuando tienen que cruzar un río y se enfrentan con unos rápidos inesperados en donde por poco salvan la vida. El largo travelling a las orillas del río es una escena de acción que no tiene nada que envidiar al mejor Hollywood, con el añadido de no recurrir a efectos especiales. Todo es natural y transcurre naturalmente, que es lo mejor que se puede decir al respecto. Derzu Usala ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1976.
Luego, en 1980, filmó La sombra del guerrero (Kagemusha), gracias a la ayuda de Francis Ford Coppola y George Lukas, ya que no conseguía financiación en Japón. Luego, Ran, basada en el Rey Lear de Shakespeare, en 1985, por la que ganó el Óscar al mejor director. En 1990 hizo Sueños (Yume) gracias al apoyo de Steven Spielberg y George Lukas. Su última película fue Todavía no (Madadayo), en 1993, sobre un profesor que se retira en plena guerra mundial y que conserva el cariño de sus antiguos discípulos a pesar del paso de los años, y con los que se reúne cada año en que ritualmente le preguntan si está listo para el retiro final, a lo que él, ritualmente, contesta «todavía no». Un canto al amor discipular más que al maestro en sí. Interesante, por decir lo menos.
La verdad es que escribir una pequeña síntesis sobre la carrera de este gran realizador no es nada fácil, dada la envergadura de su obra, y esto a pesar de dejar muchas obras sin mencionar. Si algún lector no ha visto ninguna de sus películas y tuviera la intención de hacerlo, le ruego paciencia, sobre todo al comienzo de las mismas. Estamos, tal vez, mal acostumbrados por Hollywood a arrancar con un ritmo frenético, pero las películas de Akira Kurosawa muchas veces comienzan con un diálogo que parece no tener sentido, ya que la trama se desarrolla a su ritmo y este no declina hasta su culminación. Si hay algo que se pueda aprender con este ejercicio, por qué no, además de hacerlo, disfrutarlo. Digo yo.