Mi nombre tiene un lejano resonar de piedrecillas que entrechocan. Estoy vinculada al poderoso Baal, y mis caracteres y funciones son similares a los de la gran Astarté fenicia. Pero yo soy púnica.
Presido la fecundidad de la tierra y la prosperidad de la ciudad, y en cierto modo la salvación de las almas. Dejad que os cuente mi historia.
Los profetas bíblicos hablan de los tofets. Son áreas sagradas, a cielo abierto, cercadas por un muro, donde se depositaban las urnas que contenían las cenizas de los niños y animalillos que se me sacrificaban. El mejor que os queda está en Cartago, mi patria, y se llama Salammbó.
Al sacrificio, en mi lengua, lo llamábamos molk.
¿Algunos de vosotros se atreve a juzgarme cruel? Entonces no ha entendido ese fondo de la Historia de donde yo surjo y de donde tú lo haces también en alguna medida. ¿Tú no entiendes que si se pide algo tan importante como la salvación de toda una ciudad ha de ofrecerse también lo más importante?
Pregúntale a un padre qué es más importante que ese pequeño que gorjea entre sus brazos…
Allí, sobre el altar, está Baal y estoy yo. Esperamos eso que vosotros más amáis. Yo os lo recompensaré con un año entero de tierra ubérrima y felicidad para la urbe en que vivís. El pacto está hecho. El pequeño sacrificado tiene también su recompensa: yo misma lo llevaré conmigo, y su ruah, su alma inmortal, habrá conocido la divinización.
A veces me he conformado con un cordero. No exijo. Se me da.
Mis sacerdotisas vestían hermosamente. Sobre un ropaje de lino que transparentaba la belleza de su cuerpo, llevaban un manto de abundantes pliegues que de la cintura para abajo se transformaba en dos grandes alas plegadas una sobre otra, hasta hacerlas parecer aves dispuestas a volar hacia mí.
Mi retrato tiene tres mil años. Está en Cartago. No veréis en él mis facciones, porque los hombres de mi tiempo no las necesitaron. En uno soy solo un esquema en el área de un altar. En el otro soy un símbolo astral.
Mi nombre desapareció en el año 146 antes de Cristo, en la caída de Cartago. Pero he sobrevivido en el nombre de otras diosas más cercanas a vosotros.
¿Sobrevivir, digo? Claro que sí… Vosotros, íberos, me adorasteis con todas sus consecuencias en El Acebuchal de Carmona, y en Baelo, y en la maravillosa Gadir.
Os saludo, por tanto, como a viejos conocidos, desde el Fondo de la Historia.