Con ese afán utilitarista que nos invade, tenemos la costumbre de preguntarnos para qué sirven las cosas, las actividades que emprendemos o que alguien nos invita a adoptar. Por una parte, es lógico que queramos saber si merece la pena el esfuerzo que nos requiere, el tiempo que deberemos ocupar, o dejar de lado lo que nos interesaba. Lo malo es cuando nos sentidos empujados a considerar la utilidad de las cosas en razón de sus beneficios, especialmente los de tipo material y tangible.
Nuestros colaboradores optan por sugerirnos el valor de la poesía, especialmente en su capacidad de conectar con la parte más elevada de nosotros mismos, ofreciendo un recorrido fortuito desde el gran Hölderlin al místico Amado Nervo, sin olvidar a nuestro Juan Ramón. Cada uno de ellos abordó la trascendencia mediante su quehacer poético, abierto a las experiencias del alma, utilizando las metáforas, los paisajes, la melancolía de la gloria perdida o la nostalgia por mundos desaparecidos, que ellos traen al presente, gracias a sus imágenes evocadoras, sus frases sugerentes.
La filosofía, a veces artificialmente enfrentada con la poesía, en realidad se encuentra con ella en el punto más elevado de la comprensión y se unifican como método para llegar a vivir experiencias elevadas e intuir realidades que están más allá de los afanes cotidianos de la vida de «aquí abajo». Por eso, nos parece que muchos poetas son también filósofos y muchos filósofos son también poetas. Así sucede con estos grandes nombres que hacen brillar nuestras páginas.
El poema es un compendio
de muy excelsa sabiduría
quien bien utilice ese medio
tendrá de alma gran valía.
Los que no saben para nada
viven lo eterno en pavada
y aquellos que iluminados
zafan de estar perturbados
regocijan mentales estados
para en gloria ser amados.
V.J.V. (poeta no reconocido 1933-??)