Se nos presenta actualmente la posibilidad de diseñarnos como especie, eligiendo aquellos genes que supuestamente nos otorgarían más inteligencia, más fuerza física o más resistencia y eliminando aquellos que provocarían enfermedades. El problema surge sobre la cuestión ética a la hora de ejecutar la elección.
Con cierta frecuencia, aparecen en los medios de comunicación noticias sobre personas que padecen enfermedades raras, como el envejecimiento prematuro o progenia, que provoca en niños la aparición brusca de síntomas de vejez, como piel frágil, artritis, etc. Otras veces la noticia es la petición de eutanasia para un enfermo en coma durante varios años, o la misma petición para una persona en situación de extrema falta de movilidad, como el caso de Ramón Sampedro, que llegó a saltar a los medios de comunicación; sobre su odisea vital, el director Alejandro Aménabar rodó la película Mar adentro. O incluso la gestación subrogada, que tanta polémica levanta sobre la posible maternidad del vientre que recibe el óvulo fecundado y que cría al embrión. La terapia génica, posible desde el descubrimiento del genoma humano, permite la posible prevención de enfermedades genéticas, e incluso la posibilidad de seleccionar las características genéticas que queramos que posea el futuro bebé.
Estos breves ejemplos nos indican que estamos viviendo un momento único en la historia, y que tenemos actualmente la posibilidad de rediseñarnos como especie, eligiendo aquellos genes que supuestamente nos otorgarían más inteligencia, más fuerza física o más resistencia a las plagas y eliminando aquellos que provocarían enfermedades. El problema surge sobre el criterio a elegir. El prodigioso avance científico no se ha visto compensado, hasta ahora, por un progreso similar en nuestras ideas sobre el ser humano. Nuestra visión del mundo proviene de la antigua Grecia o, como mucho, de la Ilustración dieciochesca. Eso nos pone frente al grave peligro de que el humano pueda ser instrumentalizado, puesto al servicio de corporaciones que buscan solo el interés económico, desechando el humanístico. Es necesaria, más que nunca, la filosofía.
¿Conócete a ti mismo? El Proyecto Genoma Humano
Tomemos como ejemplo el caso del Proyecto Genoma Humano. Comenzado en 1988 por James Watson, codescubridor de la doble hélice del ADN, tenía como objetivo cartografiar los aproximadamente treinta mil genes que tenemos y la secuencia de pares de bases químicas que lo componen. Se completó en 2016, aunque todavía no se conocen plenamente las funciones de algunos de ellos. Con su consecución se logró alcanzar la vieja recomendación del oráculo de Apolo en el templo de Delfos: «Conócete a tí mismo», aunque solo sea en el sentido evolutivo, es decir, biológico y químico.
El supuesto de base es que un conocimiento completo de la secuencia química de los genes permitirá el tratamiento de enfermedades genéticas, así como su prevención, estudiando si un individuo particular presenta tendencia a una enfermedad como, por ejemplo, la diabetes. Naturalmente, desde el comienzo del mismo surgieron voces en su contra, como un supuesto ataque a la sagrada intimidad o los peligros que del mal uso pudieran surgir. Seguimos considerándonos el centro del mundo, tal como nos dicen las religiones monoteístas y el antropocentrismo renacentista. Nos creemos ángeles y nos resistimos a considerarnos animales, dada la enorme cantidad de características genéticas que compartimos con otros seres vivos.
Una vez alcanzados los objetivos y descifrado el genoma humano, se calcula que tan solo el 3%, unos tres mil genes, tienen alguna función. Al resto se lo conoce como ADN basura, lo que demuestra la alta autoestima que tenemos describiendo lo que no conocemos. Los genes humanos codifican unas cien mil proteínas, que son moléculas que permiten el funcionamiento del cuerpo humano a través del metabolismo. De ahí la importancia que tiene. Si se conocen los efectos proteínicos de cada gen y sus efectos sobre el organismo, sería posible tratar las enfermedades genéticas, e incluso eliminar los genes defectuosos reemplazándolos por otros sanos. Eso nos llevaría a una selección artificial de los individuos, que se conoce como eugenesia. Asimismo, el conocimiento del genoma de un individuo particular nos permitiría conocer las enfermedades que pueda desarrollar, lo que sería beneficioso, pues permitiría su prevención.
Ahora bien, ¿y si ese conocimiento fuese a parar a manos de una empresa de selección de personal para un determinado trabajo? Se podría utilizar para discriminar a la persona por su inclinación genética a desarrollar una determinada enfermedad, lo que conllevaría una serie de bajas laborales con el correspondiente perjuicio económico para la empresa. Por otra parte, no está tan clara la relación entre el desarrollo de una enfermedad y el gen defectuoso que supuestamente la provoca. Estamos en los albores, y comienzan a surgir problemas éticos en el uso del conocimiento. Claro que estos problemas no son nuevos…
¿Hijos a nuestra elección?: la eugenesia
Otro claro ejemplo de problemas éticos lo tenemos con las técnicas de reproducción asistida, que actualmente son utilizadas por miles de parejas para superar los problemas de infertilidad o esterilidad, o como sucede cada vez más, para evitar los problemas y riesgos de enfermedades y malformaciones; se selecciona el embrión «sin defectos» y ya tenemos nuestro tan deseado vástago. Desde el primer bebé probeta, incubado en 1978 por los doctores Steptoe y Edwards, las técnicas médicas han avanzado muchísimo, hasta el punto de poder implantar un embrión fecundado en el vientre de una mujer que no sea la donante del óvulo. Y de nuevo aparecen cuestiones éticas; en palabras de Javier Sádaba y José Luis Vélazquez: «Ahora bien, ¿dónde empieza y dónde acaba la libertad de controlar la reproducción y el derecho a reclamar la no intervención de los poderes públicos en un ámbito definido como íntimo y privado?» [1]
El dilema surge con la llamada gestación subrogada, conocida popularmente como vientres de alquiler. El embrión fecundado se implanta en el vientre de una mujer que no es la donante del óvulo. En algunos países del tercer mundo, esta práctica está regulada y legalizada, de manera que es algo habitual y una fuente económica importante para la madre que alquila su vientre. La cuestión es: ¿cuál es la madre «real» del niño? ¿ La donante del óvulo?¿La donante del vientre, que lo cría y lo gesta durante los nueve meses? Recordemos que se implanta en el vientre un embrión, es decir, un conjunto de células prácticamente sin diferenciar y carente de forma humana, siquiera sea someramente.
Aborto y eutanasia
Las cuestiones del aborto y de la eutanasia siempre han sido muy polémicas, pues ambas nos llevan a uno de los mayores misterios: el origen de la vida, y cuál es nuestro derecho a disponer de ella. Ya el juramento hipocrático se oponía tanto a uno como a la otra, quizás como recuerdo de una época menos tecnológica y con mayor contacto con la naturaleza y con los misterios divinos que esta refleja. El aborto es la interrupción voluntaria del embarazo, la extirpación voluntaria de un embrión del vientre materno. Si bien la legislación española permite el aborto libre durante las primeras catorce semanas de gestación, la cuestión moral sobre el derecho a disponer de una posible vida humana sigue estando presente y no se ha resuelto.
Con la eutanasia, su espejo inverso, la disposición a terminar con el ciclo de una vida humana, sucede algo parecido. Recientemente saltó a los medios de comunicación el caso de Vicent Lambert, en estado vegetativo desde hace once años a causa de un accidente de tráfico. Los médicos que lo atienden en el hospital de Reims descartan toda posibilidad de recuperación, mientras que los padres, miembros de una asociación ultracatólica, se niegan a que le sea retirada la alimentación. Unos y otros actúan según su propia conciencia. La cuestión que aparece es si ambos tienen el derecho moral a disponer de su vida y, en el caso de que el paciente no haya expresado su voluntad vital ante una situación semejante a la que padece, si es ético el poder disponer de una vida humana a voluntad. En el momento en el que escribo, el tribunal de apelación de París ha dispuesto que sea alimentado de nuevo, contradiciendo una decisión judicial que decidió que se le suspendiera la alimentación. Lo cierto es que permitir una eutanasia «laxa» abriría la puerta al suicidio asistido. Y la llegada a este punto no la desea nadie, aunque sí practiquemos la eutanasia con nuestros animales domésticos para ahorrarles sufrimiento innecesario en enfermedades terminales.
Conclusiones
Detrás de todas estas cuestiones se esconde una pregunta fundamental: ¿qué somos?, ¿qué significa ser humano? El registro fósil nos muestra que somos una especie en evolución, si bien hay una diferencia fundamental entre los australopitecos u homínidos y el propio género Homo, que comenzaría con el Homo ergaster y el Homo habilis, y que de momento finaliza con el Homo sapiens, que no parece que sea el culmen de la evolución, dado el nivel de conflicto presente en nuestras sociedades, tanto a nivel individual como político.
Somos una especie en construcción. Y lo que es el ser humano también lo hacemos, de alguna manera, todos y cada uno de nosotros. De esta íntima condición humana, los meros datos científicos no pueden darnos una respuesta; en todo caso, nos describen la materia de la que estamos hechos y los procesos por los cuales nos mantenemos con vida, pero nada más. Esa materia y esos procesos son los mismos que compartimos con los animales y con las plantas, por lo que considerarnos el centro del universo y poseedores de un rango especial, distinto al que la naturaleza nos ofrece, es una posición artificial y egocéntrica que se conoce como especeísmo. Es una postura que traza un círculo alrededor del ser humano y considera que todo lo que queda fuera está a su disposición y gusto personal; esta postura es heredera del antropocentrismo renacentista y de la concepción judeocristiana de la vida, siendo seres creados por Dios a su imagen y semejanza y a cuyo servicio se hallan el resto de las criaturas.
Necesitamos, entonces, un nuevo punto de vista. Un punto de vista que no sea antropocéntrico, pero tampoco esté encadenado a los dogmas de una religión «revelada» por Dios e interpretada por sus autoproclamados representantes. Es necesaria una profundización en nosotros mismos, y no una mera extensión de conocimiento o de procedimientos para conseguir algo. Es necesaria, ante los retos del siglo XXI, y más que nunca, la filosofía.
Fuentes para este artículo:
Hombres a la carta , Javier Sádaba y José Luis Velázquez.
¿Cómo habla Dios? , Francis S. Collins.
Agencia EFE.