Hay lugares de nuestro planeta donde lo que consideramos «normal» se desmorona como hielo al sol al contemplar facetas usualmente ocultas de la naturaleza. Yellowstone es uno de esos lugares.
Considerado como el parque nacional más antiguo del mundo, se encuentra protegido por ley desde 1872. Su enorme extensión, de casi 9000 km 2, se derrama por tres Estados del noroeste de EUA, Idaho, Montana y, principalmente, Wyoming. Hoy casi todo el mundo sabe que su lago, el más grande lago de montaña del país, se aposenta sobre parte de la caldera, activa, de una estructura mucho más grande y sobrecogedora, un supervolcán, quizás el más grande de la superficie terrestre. Este supervolcán, activo, es el que suministra la energía para las distintas manifestaciones geológicas del parque, y que incluyen géiseres de agua y vapor, fuentes termales, surtidores de barro y lodo, lagunas ácidas y un largo sinfín de fenómenos donde el fuego y el agua son los protagonistas.
La región del parque conserva restos de asentamientos humanos que se remontan al 11000 a. C., pero es muy probable que el hombre conociera y usara el área desde el final de la última glaciación, al menos en el 14000 a. C. Los primeros pobladores seguramente llegaron aquí siguiendo las manadas de sus animales de caza favoritos, el mamut y el bisonte gigante (hoy extinto). Multitud de herramientas de piedra lo demuestran.
La región de Yellowstone está manifiestamente presente en los mitos y relatos piel roja. Los relatos recogen la presencia de Kiowas del s. XV al XVII, pero también podemos encontrar Pies Negros al norte y Crows al este, así como Nez Percés, Cayuses y Umatillas. Shoshones y otras tribus de la meseta cruzaban el parque para cazar en las praderas del este. Los Tukudikas, una rama shoshone, permanecieron ajenos al cambio que significó el uso del caballo entre las grandes tribus indias. Fieles a sus tradiciones milenarias, continuaron utilizando sus perros como animales de carga, y siguiendo al bighorn, el carnero de las Rocosas, en sus migraciones, su principal fuente de carne. De ahí su sobrenombre, los «comedores de ovejas». Del bighorn no solo buscaban su carne, sino que, como el bisonte entre los lakotas, todo el animal resultaba útil. Eran expertos fabricantes de arcos de cuerno, que volvían flexibles al remojarlos en aguas termales sulfurosas, que ablanda la queratina. Arcos formidables con los que comerciaban [1] .
La historia entra en Yellowstone de mano de los exploradores Lewis y Clark, hace apenas doscientos años, que lo mencionan pero no lo visitan: «…una tierra (…) con un ruido como de trueno…[donde el nativo] concibe que es poseída por espíritus…», anotaron en su diario. Afirmaciones que hacían reír a los nativos. Y el temor fue tan infundado que un miembro de la expedición, John Colter, quedó tan enamorado de la zona que estuvo un invierno entero cazando allí, probablemente en 1807-1808. Tres años después, cuando contó sus aventuras en St. Luis, nadie le creyó, y tildaron sus experiencias sobre el lugar como de «alucinaciones de loco». Algo parecido a lo que pasó con las primeras descripciones de las secuoyas, que todo el mundo pensó que eran una farsa para atraer colonos. En todo caso, los tramperos y cazadores duraron poco, y cuando la moda del sombrero de castor se abandona en 1840, solo quedaron las visitas de marginales y solitarios en Yellowstone. El más famoso de todos ellos fue Jim Bridger. El círculo se cierra después de la guerra civil, cuando los esfuerzos de los prospectores de oro resultaron del todo insatisfactorios.
El propio George Armstrong Custer estuvo explorando en 1873 una ruta para el ferrocarril que habría de atravesar Norteamérica, sirviendo como segundo en una expedición comandada por el coronel David S. Stanley, del ejército estadounidense. Esta expedición y este malogrado general, ironías del destino, fue acosada por unos mil guerreros sioux, la mayoría de la aldea de Toro Sentado, con hunkpapas bajo el mando de Gall, Lluvia en la Cara, un jefe guerrero de Caballo Loco, e indios miniconjou y cheyenes. Tres años después (1876), Custer caía abatido por un error achacable a un desmesurado ego, y a la maestría guerrera de «indios salvajes» que dieron toda una lección de estrategia al moderno ejército de la Unión. Ya hablaremos de Little Big Horn en el capítulo correspondiente.
No obstante, los cuentos sobre la belleza y las particularidades del lugar atrajeron a un perfil de enamorados de la naturaleza, que acabaron decidiendo que estos lugares deberían ser protegidos para el disfrute de generaciones venideras. Para apoyar la petición tuvieron la genial idea de contratar al famoso fotógrafo de paisajes William Henry Jackson, que con cientos de fotografías documentó que aquello era verdad, no una exageración. Así se consiguieron del Congreso los permisos para proteger los primeros 8500 km2 de terreno del Parque.
Se calcula que Yellowstone posee hasta la mitad de los géiseres del planeta [2] . Aproximadamente, cien bocas naturales están abiertas a unas entrañas calientes que escupen con total elegancia y con precisión atroz un chorro de agua, impulsada por la presión que genera su propia evaporación en el subsuelo. Como ese vapor se acumula en ciertas cámaras internas y debe alcanzar un volumen determinado, la expulsión del agua es más o menos periódica y con un intervalo bastante fijo (aunque no constante), porque el volumen del gas a acumular debe alcanzar un límite fijo. De tal manera que el géiser más famoso del parque, el Old Faithful, erupciona en una columna soberbia de agua y vapor que puede sobrepasar los 70 metros de altura, con una cadencia que alcanza los noventa minutos aproximados de intervalo, y que en los meses fríos muestra su perfil más bello, al condensarse rápidamente en el gélido aire de Yellowstone.
Pero el viajero no fue lo primero que vio de este lugar. En realidad, lo primero que suele llamar la atención es la enorme y larguísima cola de vehículos de todo tipo y procedencia que atestaba, taponando, la entrada. Es el momento en el que vuelve a reconocer la utilidad de la tarjeta que el Servicio Nacional de Parques ofrece por un precio que compensa, no solo si piensas visitar más de dos parques nacionales, sino porque a la entrada de los más concurridos se suele habilitar un carril exclusivo para quienes la tienen.
Armado con unos prismáticos y con el teleobjetivo calzado, el viajero agradece a sus compañeras que prefieran conducir, porque así puede dedicar toda la atención en la búsqueda de vida salvaje. Está deseando ver y «cazar» en una bonita foto, los animales que también han hecho famoso a este venerable parque. Y no nos referimos al oso Yogui, aunque sí a cualquiera de sus parientes. El Parque Nacional de Yellowstone alberga la mejor representación de megafauna norteamericana que puede encontrarse, reunida en un solo lugar, y fácilmente accesible. Es cierto que el territorio que se abre al norte, desde Montana hasta Alaska, también es una buena muestra de ella, pero el hecho de que durante los últimos 150 años la caza haya estado prohibida allí, ha vuelto a esa fauna confiada, y puede observarse cerca de los vehículos. A veces, peligrosamente cerca… El viajero recuerda una visita de un bisonte macho, de casi 2 m de alzada, caminando plácidamente por el lateral del coche. Tan cerca, que bajó la ventanilla para acariciar su poderoso lomo, su hirsuta pelambre, su cálida piel en el frío de aquella tarde, mientras el resto del coche gritaba y maldecía por esas bocas que Dios les dio por la ocurrencia. Poco después, con cierto azoramiento, fue obligado a leer en voz alta como acto de contrición en algún cartel que los bisontes son, hoy por hoy, los animales más peligrosos del parque, causando la mayor parte de las víctimas mortales.
La gran fauna del parque se completa con el alce, las cabras y los ciervos de distintas especies y los osos, castores y nutrias en los numerosos cauces y un sinfín de aves, que incluyen bandadas de anátidas que aquí crían o descansan. Glotones, el gran desconocido del norte. Los lobos, hace poco reintroducidos y responsables de la calidad del ecosistema, y los linces y pumas completan el cuadro, ocultos desde espesuras donde no suele vérselos. Los alces, la especie más grande de cérvido, son animales también muy peligrosos, solitarios y responsables, como los bisontes, de numerosas muertes. Una hembra con cría no dudará en atacar, y su enorme peso compensa de sobra la falta de cornamenta para tal menester. Los machos son agresivos, territoriales, y tanto unos como otras son fáciles de ver cerca de lagunas y juncales, donde se alimentan. Disfrutan con el agua, y se ha mencionado que es una especie que está evolucionando a una forma de vida anfibia de agua dulce.
Entre los ciervos, la inexistencia de una traducción precisa para «elk» los hace confundir con los «alces», que no son. El wapití (su traducción más acertada) es un ciervo enorme, gigantesco, del porte de un pequeño caballo y una cornamenta impresionante. Es fácil de ver, y suele acudir a las riberas de las carreteras a comer hierba. La entrada al parque por Idaho tiene justo en su primer tramo una pradera donde siempre hay alguna manada.
Pero los protagonistas de la fauna en Yellowstone son los osos, de los cuales hay dos especies, el negro y el grizzli. El oso negro es un oso de bosque, más pequeño, y cuyo pelaje puede ser perfectamente marrón. Es más alto en la grupa que en la cruz, y con orejas relativamente grandes. El oso gris es corpulento, y posee las características opuestas. Es más grande que su pariente, y un oso fundamentalmente de montaña. Ambos son omnívoros, lo que quiere decir que no desprecian la carne, lo que los vuelve peligrosos. En la entrada por Wyoming suelen verse rondando los coches que esperan a la entrada, buscando golosinas de los viajeros. Han aprendido a abrir puertas y a hurgar en cualquier tipo de recipiente, por lo que el mejor sitio para guardar los víveres es el maletero del coche, bajo llave.
Pero la fauna es difícil de observar en su totalidad, y lo que vamos a tener siempre presente en Yellowstone es el paisaje. Su geología. El viajero se sobrecoge a menudo ante el espectáculo de la inmensidad del horizonte, de los bosques infinitos que visten las laderas de montañas aún vírgenes. Ríos de montaña poderosos que, en la madrugada del otoño, se cubren con lenguas de vapor, una neblina indecisa que los arrebola. Porque la mayoría de las fuentes son termales, y el agua está caliente, y el vaho se condensa sobre ellos como un abrigo de niebla. Una piel etérea que la serpiente del río muda y performa perezosamente, hecha con escamas traslúcidas y rizadas.
A los ojos del viajero, el parque se muestra como un maestro modelando el agua. Los procesos de vulcanismo interior se manifiestan en la superficie mediante manantiales calientes de todo tipo. Los más espectaculares, en su opinión, son los ríos y los afloramientos termales. Los torrentes y ríos que corren desbocados, en su plenitud de fuerzas, saltando sin miedo al vacío en colas espumosas que visten de blanco el cuello de los barrancos. Fuentes que a golpes en los géiseres, o en lagunas de belleza cruel, ácidas y ardientes, decoran sus bocas de piedra y sus gargantas cristalinas con todos los colores del arco iris.
El parque toma su nombre del río «de piedra amarilla» que lo atraviesa, cuyo barranco es uno de los más bellos que el viajero verá en este país. Tras llenar el lago del mismo nombre, el Yellowstone enfila joven y fuerte el norte, alegre, y pronto se encuentra con dos saltos que resuelve en otras tantas cascadas [3] . La segunda deja ver las entrañas minerales del parque, y el río discurre por una garganta totalmente amarilla, flamígera, de cuyo fondo surgen los vapores de volcanes escondidos. Alguien calificó al lugar como una obra maestra de artesanía natural. Estas cascadas pueden verse casi a ras del agua, y realmente impresionan. Para el viajero, que nació en una tierra donde el agua escasea y en la cual las grandes corrientes son plácidos remansos de ríos domados en pantanos artificiales, esta furia húmeda y tumultuosa le parece admirable. Un cauce infinito que brama, se estrella sonoro contra rocas grises, amarillas y blancas, cayendo en total libertad a un cañón de verticales paredes amarillas, como un sagrado grial de oro de fondo inagotable. Otras corrientes, otras cascadas impresionan, pero la vista del cañón del Yellowstone es realmente inolvidable.
El agua tiene otras caras que mostrar en el parque. En distintos lugares existen senderos fáciles de realizar, con un suelo entarimado para no correr riesgos, que circundan y recorren los principales lugares de emanaciones volcánicas de agua, lodo y barro. Allí se alternan pozas borboteantes de un barro de brillo de porcelana, que estallan en esferas brillantes, redondas, perfectas, con pequeñas lagunas llenas de ácido a temperaturas altísimas.
Los manantiales de agua caliente son espectaculares, y conviene verlos a primera hora de la mañana o durante las estaciones más frías en las que Yellowstone permanece abierto. Así, el efecto del vapor sobre la corriente será más espectacular, y con un poco de suerte el viajero podrá perderse en una auténtica nube terrestre, mientras recorre las pasarelas, que poco a poco se levantará para dar paso a un entorno de caos geológico. Emisiones de vapor que pueden abrirse en el suelo en cualquier momento aconsejan no dejar bajo ningún concepto el camino protegido, la seguridad de la pasarela de madera, porque la tierra en Yellowstone está viva, y a veces se cobra su peaje. Caminantes desatentos han visto abrirse la tierra bajo sus pies y caer en un tubo de expulsión de vapor, o en una de estas fuentes termales subterráneas. Muchos han perdido las piernas, e incluso han muerto.
Veneros a cielo abierto que emiten nubes y corrientes de agua, colonizadas por extremófilos de una biodiversidad sin igual a ningún otro punto de la superficie terrestre. Géiseres de distinto tamaño, periódicos unos, caóticos otros, a veces con un cono volcánico a su alrededor, a veces no. La aparición de estos lugares con manantiales termales cambia con el tiempo, y las corrientes subterráneas también se mueven, como serpientes bajo la superficie. Podemos ver pequeños bosquecillos de «árboles con calcetines» («Bobby socks trees»), árboles muertos y desnudos con la parte del tronco en contacto con la tierra completamente blanco. Este color es fruto de la acumulación de sales que las corrientes de agua caliente aportan y hacen subir por la madera, y responsables de la muerte del árbol. Obviamente, cuando esos árboles nacieron y crecieron, el subsuelo no tenía ninguna corriente de agua caliente ácida en circulación.
Desde tiempo inmemorial, Mammoth Hot Spring ha sido visitada por shoshones y bannocks, indígenas que recogían los minerales de estas fuentes termales para elaborar sus pinturas blancas. La disposición de las terrazas y piscinas en este lugar simula plataformas de un palacio de nácar, y los arroyuelos corren entre unas y otras en multitud de cascadas diminutas e incesantes. Quien haya visto Pamukkale, en Turquía, le resultará familiar este a modo de “castillo de algodón”. Durante mucho tiempo, los científicos no lograban explicar este afloramiento y su vulcanismo, dado que se encuentra a más de 60 km. del centro de la caldera principal. Hoy se sabe que una compleja red de fracturas abre el interior ígneo de la tierra y conecta con este lugar. Las lluvias y el agua de la nieve se infiltran en el terreno y la temperatura interna se encarga del resto. Los minerales, principalmente calizas, son aportados por los materiales depositados aquí hace eones por un mar ancestral ya desaparecido, y que un día separó el este del oeste de Norteamérica. Estas terrazas, piscinas y bañeras de travertino adquieren colores diferentes en virtud delas sales depositadas y las arqueas que las habitan, organismos extremófilos que se desarrollan en aguas termales, y cuyos colores varían con las temperaturas. Las formas están vivas, y cambian, y se secan o nacen en virtud del volumen del agua, de los derrumbes internos del relieve, y de los obstáculos que el agua, siempre el agua, encuentra en su camino. La mayor parte de la misma oculta, escondida, en forma de agua subterránea taladrando palacios de alabastro en la oscuridad de la tierra. Se calcula que en un momento dado, sólo el 10% del total del agua geológicamente activa puede discurrir por la superficie.
continuará…
[1] El famoso arco que delató a Odiseo, dado que era el único tan fuerte capaz de tensarlo, se dice que era un arco de cuerno.
[2] Palabra de origen islandés que deriva de un verbo cuyo significado es «emanar», «surgir».
[3] Existe un punto para observar las llamadas «cataratas superiores», «Upper Falls», casi en línea con el río, y otro lugar para contemplarlas desde enfrente, al otro lado del barranco, «Uncle Tom´s Parking Area». El cañón del Yellowstone tiene dos panorámicas, la más alta de las cuales es Lookout Point, para contemplar la catarata baja, Lower Falls. Los nombres de las cataratas hacen referencia a su posición en el curso del río, ya que la baja tiene una caída vertical de algo mas de 100 m., y la alta apenas supera la treintena.