La Real Academia Española define la palabra conciencia con varias acepciones que tienen que ver con la percepción de lo que está bien o está mal o con la capacidad de conocer y reflexionar sobre algo. Y ambos sentidos se van a utilizar al relacionar ciencia y conciencia.
La frase «ciencia sin conciencia es ruina del alma» aparece en la obra Pantagruel, del humanista, médico y escritor francés Francois Rabelais, en el siglo XVI, y en ella se encuentra la conciencia como punto de vista ético o moral.
Pero también encontramos juntas ambas palabras, ciencia y conciencia, en buena parte de la obra de Edgar Morin, prestigioso sociólogo y filósofo francés, y en concreto en su libro Ciencia con consciencia, de 1984, como un claro ejemplo del sentido reflexivo y autocrítico que este autor reclama para la ciencia.
El objetivo de este artículo, que recoge ideas de un trabajo previo de Bárbara Klimiuk [i] sobre el citado texto de Morin, es proponer algunas reflexiones acerca del ejercicio de la ciencia, lo cual no es solo del interés de los científicos, sino de toda la sociedad, dado el peso determinante que tiene la consideración de los científico en nuestra vida cotidiana, incluso en la valoración que hacemos del propio conocimiento, si es válido o no según esté avalado por la ciencia o no.
¿Qué es la ciencia? Esta pregunta no tiene una respuesta científica, y en la práctica se considera un trabajo como científico aquel que es admitido como tal dentro de la comunidad científica en el marco del paradigma científico vigente. Suele oponerse el término ciencia al de pseudociencia, pero realmente es poco científico excluir un ámbito de investigación que hoy tiene un mal encaje en el paradigma actual, porque los paradigmas científicos evolucionan y lo que hoy no se admite como hecho científico, mañana es posible que sí.
Científicos y pseudocientíficos
En todo caso se debería distinguir entre científicos y pseudocientíficos. ¿Cómo distinguir ambos? Existen una serie de rasgos que caracterizan un trabajo o pensamiento pseudocientífico:
· No aplicar los métodos válidos independientemente de las expectativas del observador.
· No aportar pruebas empíricas para admitir las teorías ni admitir refutaciones.
- No comprobar la veracidad de las fuentes.
· No actualizar datos ni conclusiones, manteniendo los errores de manera indefinida.
· Recurrir al argumento de la conspiración o la persecución ante la crítica fuerte.
· Crear misterio o enigma donde no lo hay, al omitir información relevante.
- Exagerar las anomalías.
· Apelar a entes o realidades de tipo metafísico o espiritual que no pueden ser objeto de comprobación empírica.
· A pesar de que se les muestren datos contradictorios con una teoría, se ignoran y buscan la manera de invalidarlos.
· Aplicar varas de medir diferentes en la observación y análisis de datos.
· Denostar determinadas opiniones críticas asociándolas al descrédito general.
· Desechar las pruebas que no se ajustan a una teoría.
- Mantener temas tabú en los círculos científicos.
· Exceso de elitismo frente a las proposiciones que no llegan desde determinadas especializaciones.
· Anteponer intereses y carreras personales al mantenimiento de una integridad científica.
· Tergiversar o interpretar sesgadamente aportaciones alternativas para desacreditarlas ante la opinión pública.
Ciencia y conciencia
Asumimos, pues, lo científico frente a lo pseudocientífico, pero la práctica de la ciencia ha ido adquiriendo una serie de patrones que requieren el foco de la conciencia, de la reflexión crítica, a saber:
1. En el siglo XIX se produjo una ruptura entre ciencia y filosofía, de tal manera que la ciencia inició su andadura de manera independiente. Esto ha tenido consecuencias relevantes para la propia ciencia: por un lado, sin la filosofía, falta el instrumento que permite reflexionar sobre la idoneidad o no del propio método científico, falta la visión noológica, es decir, aquella que acerca al estudio sistemático del pensamiento, la mente y la razón. Por incoherente que parezca, en las titulaciones académicas de ciencias, que forman a los futuros científicos, no se estudia filosofía de la ciencia.
Por otro lado, sin la filosofía, la ciencia pierde una herramienta fundamental para la integración de las preguntas fundamentales del ser humano en la propia ciencia. Las cuestiones acerca del sentido de la vida, el porqué de las cosas, el origen y destino de todo, pueden proporcionar perspectivas muy fructíferas para el investigador.
Los problemas científicos son también problemas filosóficos y, por tanto, es necesario establecer una comunicación entre cultura científica, cultura humanista y realidad social.
2. Se ha establecido una relación dominante entre ciencia y tecnología, con un peso excesivo de los intereses creados, que anulan la conciencia, como sentido moral, de la propia ciencia.
3. Se ha producido una excesiva especialización, con pérdida de la visión de conjunto, hasta tal punto que se llega a una doble paradoja: el conocimiento lleva a la ignorancia y la ciencia lleva a la inconsciencia, porque los científicos superespecialistas suelen desconocerlo todo fuera de su ámbito.
Por ello aparece un «neooscurantismo», porque prolifera la ignorancia más descarada en personas altamente especializadas.
4. Hay una ruptura entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre. Esto ha producido una disociación entre el interés de la ciencia y el interés del ser humano y la sociedad, que se ha solucionado con la preponderancia del interés económico y de poder, al margen de cualquier consideración ética.
5. Entre las propias ciencias antropo-sociales se ha producido un desgarramiento de los conceptos morales de sociedad e individuo.
La ciencia no tiene medios para concebir su papel social y su propia naturaleza en la sociedad. El nexo de unión entre ciencia y sociedad, que es el propio investigador, el actor real, se ha eliminado de intervenir en el propio proceso de investigación.
La ciencia positiva acabó destilando un método científico que lleva a la disociación sujeto-objeto. La realidad del objeto es la destinataria de la investigación y la realidad del sujeto sale de la ciencia, al ámbito de la filosofía, la moral o las condicionantes sociales.
6. Con todo el desarrollo de los procedimientos de «Big Data», el impacto de las redes sociales y la proliferación de toda la tecnología de sensores y monitoreo de la información, el saber está encaminándose rápidamente a la acumulación de datos, en detrimento del ejercicio del análisis, síntesis, discernimiento y discusión, propios del trabajo científico.
La falta de comunicación y discusión del hecho científico acaba en detrimento de las habilidades mentales. La construcción científica debe ser, por naturaleza, consecuencia de la confrontación dialéctica, de compartir y discutir pareceres científicos. El paradigma evoluciona por confrontación y adaptación.
7. El poder de los científicos, depositado en el propio método científico de experimentación, ha escapado de sus manos, para ser utilizado sin pudor ético para manipular e instrumentalizar la naturaleza, la sociedad y el individuo en beneficio de intereses particulares.
8. La ciencia positiva ha acabado haciendo preponderar el reduccionismo científico, es decir, reducir la realidad a sus partes constituyentes más elementales. Sin embargo, la complejidad, que es el rasgo característico y universal de la realidad, no puede explicarse desde la reducción a lo elemental, sino desde la totalidad.
9. El exceso de información y de teorías llegan a oscurecer el conocimiento.
10. Se cae en la equivocación de creer que el conocimiento científico es reflejo de la realidad, y no es así. Basándose en datos, que a veces son solo aproximados, la ciencia elabora teorías. Pero esas teorías no son la realidad, sino interpretaciones, aproximaciones a la realidad.
En este sentido autocrítico de la conciencia con relación a la ciencia, no se han mostrado todas las que son, pero sí son todas las que están.
Teorías y modelos
Con todo, surge una idea que tiene que ver con la propia naturaleza del conocimiento científico, que se trata de una construcción mental que realiza el investigador. No es la realidad, sino un modelo que se hace de ella. La construcción mental contiene, de manera inadvertida, reflejos de la naturaleza humana del propio investigador.
El científico elabora teorías, y en ellas hay una fracción de creencias que no son experimentales ni pueden comprobarse. El conocimiento científico lleva impurezas metafísicas, sociológicas y culturales provenientes del propio investigador. Por tanto, es pertinente incorporar el trabajo filosófico —«Conócete a ti mismo»— característico de las escuelas de filosofía a la manera clásica, para poder discriminar esas impurezas del conocimiento científico final.
Como constructor de teorías, el científico debería incluirse en el proceso de investigación, porque el conocimiento no solo depende del grado de la precisión de los instrumentos o aparatos científicos, sino también de los instrumentos mentales del observador. La metodología científica debe incluir al observador, y de igual manera que se calibran los aparatos de medida para obtener datos fiables, el investigador debería enriquecer al máximo su vida interior, porque es el escenario mental donde se construyen las respuestas a las cuestiones científicas. Y aquí entra de nuevo la filosofía.
La filosofía también puede ser la gran proveedora de valores morales, los cuales pueden liberar a la ciencia de la manipulación de los intereses particulares. ¿Qué no podría llegar a avanzarse con una investigación independiente?
Para terminar, la reincorporación de la filosofía a la ciencia nos lleva al ideal del «hombre del Renacimiento», el ser humano que incorporaba todo tipo de conocimientos y saberes, dotándose de una perspectiva más amplia de la realidad.
Acabamos con Francois Rabelais, con quien empezamos, porque él representa ese ideal renacentista: era médico, el prototipo de científico de esa época, y humanista.
[i] Bárbara Klimiuk (2020). «Ciencia con conciencia» de Edgar Morin. http://www.hermesinstitut.org/ciencia-con-conciencia-de-edgar-morin/