Escribe Calderón de la Barca La vida es sueño y con ella crea una de las obras más grandes de la literatura de los Siglos de Oro, y como en otras grandes obras literarias hay en ella desarrollada una profunda disertación filosófica. El argumento cuenta cómo el rey Basilio, movido por su creencia en la astrología, trata de impedir el vaticinio recibido por un oráculo que le revelaba que su hijo iba a convertirse en un tirano al heredar el trono, y así, encierra a Segismundo en una torre.
Sin embargo, posteriormente se le presenta una duda: ¿no habrá depositado demasiada fe en su ciencia? Y esta duda será la que provoque un conflicto en su conciencia. Para resolver este problema, Basilio decide someter a Segismundo a una prueba injusta preparada y formulada por él: drogarle y sacarle de la torre, para colocarlo por un momento en el trono, y ver cómo se comporta.
Una vez devuelto Segismundo de nuevo a la torre y sin poder distinguir qué es la realidad y qué no lo es, encuentra una certeza en su realidad interna, que es que se debe actuar bien tanto en sueños como en la realidad. Anclado a este mástil puede afrontar su realidad externa, asume el trono y perdona a su padre. La libertad es alcanzada, por lo tanto, tras el descubrimiento del bien como fin último.
El argumento de la obra y las distintas etapas que el protagonista Segismundo vive a lo largo de La vida es sueño muestra sorprendentes coincidencias con el mito de la caverna narrado en el libro VII de la República platónica, tanto por la metáfora de la caverna (el camino escarpado, las cadenas, etc.), como por el planteamiento general de una paulatina y creciente toma de conciencia de la realidad. Efectivamente, esa es la historia de Segismundo, nacido en una caverna de la cual sale para ser deslumbrado y ofuscado por la luz del sol; solo tras volver otra vez a la caverna —última prueba— y salir de ella purificado, accede a la sabiduría y, al mando de sí mismo y por ende al mando de la guerra, llega a obtener el mando propio de los reyes guardianes, guerreros y filósofos a la vez; es una situación que, en definitiva, consiste en adquirir real conciencia política y social. El sabio, el rey, es capaz de poner el bien general por encima del particular.
El primer símil lo encontramos en la imagen de la caverna platónica y de la torre calderoniana. Podemos intuir en ambas una profunda oscuridad con un haz de luz que entra, en un caso, a través de la abertura de la caverna y, en el otro, a través de una ventana. Ambos cautivos están apresados materialmente por unas cadenas. Ambos se encuentran en el mismo estado de vida y muerte, puesto que los dos están vivos físicamente, pero muertos espiritualmente, ya que no tienen claro quiénes son, de dónde vienen ni adónde van, las tres principales preguntas que se plantea el filósofo sobre sí mismo. En La vida es sueño podemos encontrar una referencia directa en el verso noventa y cuatro, cuando Segismundo es descrito como «vivo cadáver», y en el verso ciento noventa y cuatro, donde la torre es descrita como «cuna y sepulcro». Podemos apreciar que tanto el hombre platónico como el hombre calderoniano parten de un estado de ignorancia.
Salida a la luz
El segundo símil hace referencia a la prueba de Basilio a Segismundo. Platón plantea lo siguiente en su alegoría:
—Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta violencia no provocará sus quejas y su cólera? Y cuando esté ya a pleno sol, deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno de los objetos que llamamos verdaderos?
—No podrá, al menos los primeros instantes.
—Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta región superior. Lo que más fácilmente verá al principio serán las sombras, después las imágenes de los hombres y de los demás objetos reflejadas en las aguas, y por último los objetos mismos.
Segismundo es arrancado de su torre, le es revelada esta nueva realidad (su condición de príncipe) de la noche a la mañana, se encuentra en un estado de asombro y este cambio brusco provoca en él quejas y cólera, lo que le lleva a actuar de una forma tiránica y animal. Y antes de que pueda adaptarse a esta nueva situación de una manera progresiva y cuidadosa es retirado nuevamente a la torre.
El siguiente símil tiene que ver con la toma de conciencia alcanzada por los dos hombres.
« En todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de esta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público ».
Platón afirma que el Bien es la causa de la realidad, perfección y verdad de las cosas. Es la verdad suprema a alcanzar y, por ende, todos los hombres aspiran a la comprensión de esta idea. Utiliza la metáfora del sol como la imagen más propicia para ilustrar la importancia de esta idea. El Bien sería un foco de luz sobre nuestro interior, añadiendo a nuestra visión física proporcionada por los ojos una visión inmaterial que nos ayuda a alumbrar el camino que tenemos que seguir para conocer nuestro verdadero ser.
Retorno a la caverna
Tras la prueba que le plantea su padre, Segismundo es devuelto a la torre tras ser nuevamente drogado para sumirle en un profundo sueño. Tras despertar y volverse a ver encadenado, da por sentado que todo ha sido un sueño (v. 2087). Clotaldo le sigue el juego y comienzan a entablar una conversación en la cual Segismundo le cuenta lo que vio en el supuesto sueño y le relata lo cruel que actuó con cada uno de los presentes.
Clotaldo le advierte «que aun en sueños no se pierde el hacer bien». (vv. 2146-2147). Es en ese instante cuando Segismundo comprende por sí mismo lo que debe hacer, «pues reprimamos / esta fiera condición, / esta furia, esta ambición» (vv. 2148-2150). Segismundo es liberado de la torre por el pueblo, quien le desvela su verdadera identidad y la necesidad de destronar a Basilio por ser este un tirano (vv. 2276-2300). Tras un primer aturdimiento, Segismundo decide combatir cuando, de súbito, se encuentra a Clotaldo, quien teme que su furia recaiga sobre él (v. 2391-2392). A diferencia de la escena de palacio, en la que Segismundo reaccionaba a modo de espejo, Segismundo ha reprimido su fiera condición y le repite a Clotaldo la gran verdad desvelada por él en la torre, «que estoy soñando y que quiero / obrar bien, pues no se pierde / obrar bien, aun entre sueños». (v. 2399-2401) Esta verdad la vuelve a repetir cuando se despide de Clotaldo antes del combate. Podemos apreciar que la verdad que descubre el hombre de la caverna, como el hombre de la torre, es la misma.
Platón afirma que el hombre que consigue salir de la caverna tiene la condición de filósofo, pero es el político el que vuelve a adentrarse en la oscuridad de la misma para conseguir «despertar» a sus compañeros para que estos también se deshagan de sus cadenas. Esta es la actividad misma que lleva a cabo Segismundo. Tras su toma de conciencia acerca de quién es y qué debe hacer, Segismundo restablece la justicia frente a sí mismo ocupando su lugar como príncipe frente a los demás, rechazando la venganza temida por su padre y optando por concederle el perdón, contribuyendo así al arrepentimiento de Basilio, quien aprende de su error, «con lo que yo guardaba me he perdido; / yo mismo, yo mi patria he destruido». (vv.2461-2462).
«Puedo decir que Philosophia es la dama que más quiero» (A Dios por razón de Estado, p. 852).
La perspectiva de Calderón sobre la libertad del ser humano parece remitirse a las teorías de san Agustín, quien afirmaba que solo hacemos uso del libre albedrío cuando escogemos el bien. Sustentan san Agustín y Platón la misma idea: el hombre de la caverna, como Segismundo, tiene encadenado su cuerpo, sus emociones y su buen juicio y no es hasta que se libera cuando puede apreciar la idea del bien y actuar conforme a ella.