Filosofía — 1 de marzo de 2021 at 00:00

Beethoven y los Upanishads

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Beethoven y los upanishads

Es bien sabido el interés que Beethoven tuvo, en sus últimos años de vida, por los Upanishads, por el Bhagavad Gita y por la filosofía de la India en general.

Como en Schopenhauer y muchos otros filósofos y artistas, las primeras traducciones al alemán de estos textos sagrados generaron un gran impacto a un público ya habituado a las especulaciones metafísicas y abstractas de un Kant, un Hegel o un Schelling.

Según leemos en el artículo «Beethoven and Indian Philosophy»[1], en un texto escrito, y en realidad copiado por Beethoven, y que es mencionado, incluido y comentado en el libro Beethoven’s Letters with explanatory notes by Dr. A.C. Kalischer (trans. J. S. Shedlock), 1926, se muestran dos textos de filosofía de la India que, aunque no especifica de dónde son, es casi evidente que son de los Upanishads y de un himno védico respectivamente, no identificados en esta obra.

Las varias traducciones que tal texto ha experimentado (a la que sumamos la mía ahora del inglés al español) hacen que no sea fácil de identificar y, desde luego, agradezco cualquier ayuda.

El autor de este artículo dice que habrá sido copiado de los Upanishads o de un libro de filosofía hindú, o que quizás Beethoven —dice— estaba buscando inspiración, ya que el barón Hammer-Purstall le había pedido musicar un poema que expresaba las creencias religiosas de la India.

O tal vez sea un texto escrito por el mismo Beethoven, inspirándose en otros hindúes, pero este, surgido de su propia mente y corazón. De hecho, hay afirmaciones como «no tienes un ser triple», y que «actúas por tu propia voluntad y tu propia honra», que parecen más occidentales, especialmente la primera, como negando la naturaleza triple de Dios, propia del cristianismo.

Los textos escritos a mano por Beethoven son los siguientes:

«Dios es inmaterial; ya que es invisible, carece de forma. Pero, por lo que podemos ver en Sus obras, deducimos que es eterno, todopoderoso, omnisciente y omnipresente. Solo el poderoso está libre de todo deseo y pasión. No hay nadie ni nada más grande que Él, Brahm[2]: su mente es autoexistente. Él, el Todopoderoso, está presente en cada parte del espacio. La omnisciencia es el más grande de todos sus atributos, que lo abarcan todo. ¡Oh, Dios!, tú no tienes un ser triple y eres independiente de todo, tú eres la verdadera, eterna, bendita e inmutable luz de todo tiempo y espacio. Tu sabiduría aprehende miles de leyes, pero siempre actúas por tu misma voluntad, propia, libre, y por tu propia honra. Tú eres anterior a todo aquello que adoramos. Te debemos alabanza y adoración. Tú solo eres el verdadero Bendito, la mejor de todas las leyes, la imagen de toda sabiduría. Tú eres presente a través de todo el mundo entero y sostienes todas las cosas. Sol, Ether, Brahma».

El segundo texto, también manuscrito de Beethoven dice:

«Espíritu de espíritus

extendido a través de todo espacio y tiempo

elevándose por encima de los límites del pensamiento

Tú has creado el orden desde el caos.

Antes que el mundo fuera, tú eras.

Antes que los cielos en lo alto y la tierra debajo

Tú existías solo.

Por medio del amor tú has creado a todos los que te rinden culto.

¿Por qué no manifiestas tu poder

y bondad sin límites?

¿Qué luz brillante dirigió tu poder?

¿Cómo fue expuesta primero tu sabiduría infinita?

Dirige mi mente y álzala desde las profundidades».

beethoven y los upanishads

Beethoven y religiosidad natural

Beethoven, además de ser un filósofo nato, o quizás por ello, era profundamente religioso. Pero de una religiosidad natural, sin intercesiones sacerdotales. Frente a Dios en lo íntimo del corazón, en sacra comunión con el alma de la naturaleza, imperativamente imbuido de sus deberes para con el prójimo y sobre todo con la humanidad, ardientemente idealista de la hermandad de todos los hombres.

No sabemos, aunque es fácil, que haya sido masón, con los ideales de la Revolución francesa, como Haydn, Mozart o Goethe, aunque su mística no es tan ceremoniosa, es natural, es el diálogo con Dios, la exigencia moral ante este, la necesidad de realizar una obra para los siglos.

En su juventud y madurez se hermanaba muy fácilmente —y dada su cultura— con los mitos griegos y sus significados, y con el panteísmo de todas las voces de la naturaleza. Dijo que Sócrates y Cristo eran sus modelos y no debió de ser ajeno a la armonía de todo lo existente, la música viva de todo cuanto recorre el camino de la evolución y así da su nota fundamental, conjugada con las de todos los demás.

Dijo que había escrito el Cuarteto en mi menor, opus 59, n.º 2 pensando en la armonía de las esferas, ante el cielo estrellado, y desde luego que es santa la emoción que despierta en nosotros aunque seamos incapaces de comprender qué hay más allá, qué lo sostiene todo.

Escribió en letras grandes, para tener siempre presente, la famosa máxima de Kant: «La ley moral dentro de nosotros y el cielo estrellado encima», y también la de la diosa Atenea egipcia en su templo de Sais cuando dice: «Yo soy aquello que fue, es y será siempre. Nunca ningún ser humano levantó el velo que me encubre», máxima que daría título al libro más sorprendente quizás de todo el siglo XIX, Isis sin velo, escrito por H. P. Blavatsky.

En su época, los músicos lo eran, en gran parte, de oficio, y no tenían fama de especialmente cultos, y él se esforzaba en desmarcarse de ese prejuicio. Como dice uno de sus biógrafos, no leía los libros de moda, sino a los clásicos: Aristóteles, Platón, Tácito, Cicerón, Plutarco, Ossian y Goethe nunca abandonaron su mesilla de noche. A un editor que le interrogaba por su cultura le dijo: «Ninguna tesis es demasiado erudita para mí. Sin tener la pretensión de ser un erudito, siempre procuré, desde mi infancia, comprender las palabras de los sabios y los genios de todas las épocas».

Con este panteísmo electrizando su alma, y con su natural elevación metafísica y amor al conocimiento, es lógico que la lectura de los Upanishads le dejase estupefacto. Hay estudiosos que dicen que los mismos tuvieron gran influencia en la concepción de su Missa solemnis, y la matemática y música de ideas, con enseñanzas tan vitales y abstractas de estos textos védicos es muy fácil compararla a la de los últimos cuartetos, ya que es en esta época cuando más meditaría Beethoven sobre esta religión-matemática-filosofía-música que son los diferentes Upanishads, y en donde, más allá de un Dios personal, simple foco de irradiación de la luz divina, se respira eternidad, ley, Orden Perfecto (Dharma) y responsabilidad y pugna del hombre contra el destino y la muerte (karma).

Esa religiosidad natural, hermana de los Vedas, panteísta e idealista a la vez, le hacía extasiarse con las estrellas y los árboles, y decía: «¡Ah! Si yo pudiera ir de estrella en estrella como voy de flor en flor», y subraya en Homero un único verso: «Dirigiéndose hacia las Pléyades y hacia Boecia». Escribía recostado en un árbol y dice en una nota: «Tengo la impresión de que cada uno de estos árboles me dice: ¡santidad! ¡santidad! La delicia de los bosques, quién pudiera expresarla completamente. Si todo desaparece, queda la tierra, aun en el invierno».

En otra ocasión, subrayó[3] varias veces el siguiente fragmento del libro Fisiología de la naturaleza, de Sturm:

«Querría parecerme en todo a un árbol. Desearía crecer en virtud, según la posición y las capacidades que Dios me otorgó, con frutos en lo alto, enterrando las raíces hacia el fondo con firmeza de alma, con el fin de dar a mi vida práctica dirección y fuerza. Tengo prisa de parecerme a esos árboles, cada vez más ligado a la tierra por las raíces».

Así, Beethoven, trascendiendo su alma horizontes y siglos, era un hijo de la misma mística que hizo decir a los sabios rishis, por ejemplo, en el Katha Upanishad:

«Hay un árbol muy antiguo cuyas raíces crecen hacia arriba y sus ramas hacia abajo; ese en verdad se llama lo Radiante, Brahma, pues él solo es el inmortal».

[1] https://theoryofmusic.wordpress.com/2008/08/21/beethoven-and-indian-philosophy/

[2] Dejamos el nombre tal y como está en el original.

[3]Estas citas han sido extraídas del libro de Emil Ludwig “Vida de Beethoven”

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