Voltaire creó, a imagen de Leibniz y como parodia de su teoría de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, al profesor Pangloss, que le dice su discípulo Cándido: «La nariz se hizo de forma estupenda para sujetar las gafas, y por eso llevamos gafas». En biología, un razonamiento panglossiano consiste en ofrecer una «razón de ser» de una determinada característica, y esa razón conduce al «mejor de los fines». En la nariz somos capaces de ver con facilidad el error lógico del razonamiento: la función perfectamente adaptada no tiene que ser la causa de la existencia de la nariz o de las gafas.
Pero en biología evolutiva suelen darse esas inversiones: los razonamientos toman como punto de partida la utilidad adaptativa de una parte del organismo para explicar su razón de ser. Stephen J. Gould y Richard C. Lewotin, en un artículo[1] clásico, llaman a este hábito programa adaptacionista o panglosiano, donde la razón de ser de un organismo biológico se hace coincidir con la función específica que cumple. Después se diseña una historia bajo el programa adaptacionista que postula el surgimiento biológico de esta función. Uno de los ejemplos que utilizan es la mimetización de los órganos genitales externos de las hienas hembras con los órganos masculinos. Para ello suponen una función al órgano —ceremonia del saludo— y explican cómo ha sido modelado para esa función. Pero la causa de esta mímesis seguramente radica en la gran cantidad de hormonas masculinas en la sangre de las hienas hembra, hecho para el que no se ha descubierto aún un motivo exacto.
El programa adaptacionista tal como lo conocemos, dando prioridad a la utilidad de la función, fue formulado por Alfred R. Wallace y August Weismann a finales del siglo XIX. Darwin no creía que todos los caracteres de los organismos fueran resultado de adaptaciones y que todo se explicara por la selección natural. Era pluralista en sus explicaciones. Pero en el siglo XIX, para reemplazar a la teología natural, se trató de explicar todos los rasgos mediante el lamarckismo o la selección natural. El fenómeno que antes tenía una causa teológica ahora tenía una causa eficiente. Cuando el lamarckismo fue abandonado, quedó como reina la selección natural para dar cuenta de todos los fenómenos.
La teoría de la evolución por selección natural estipula que las nuevas especies nacen a partir de especies ancestrales de la siguiente manera: algunos individuos, en el seno de una población determinada, heredan en el momento de su nacimiento caracteres morfológicos y fisiológicos que les confieren alguna ventaja frente a sus competidores en la lucha por la supervivencia. Estos individuos más aptos dejarán por término medio más descendientes que sus competidores. Sus caracteres llegarán a hacerse mayoritarios. La adaptación es el fenómeno central de la evolución, su mecanismo. Y la selección natural es la que permite que la adaptación prospere y, por tanto, da cabida a la evolución, la construye.
Gould y Lewontin cuestionan el hábito mental en la biología de construir explicaciones evolutivas suponiendo «razones» que probablemente no existan. Las críticas son:
- No considerar la diferencia entre la utilidad actual de un rasgo y la causa de su origen.
- Resaltar exclusivamente la utilidad. Así, se intenta encontrar explicaciones adaptativas a todos los órganos, cuando tenemos ejemplos que demuestran lo contrario; por ejemplo, las patas pequeñas delanteras del Tyrannosaurus, que quizás responden a un crecimiento diferencial con relación al plan de organización de estos reptiles.
- Dividir el organismo en rasgos desconectados (tanto fenotípicos como comportamentales), donde la selección natural optimiza cada parte, y así se pierde de vista el hecho de que un organismo constituye una entidad integradora. En este caso usan el ejemplo del mentón en la especie humana, que no es un órgano independiente, sino el resultado del desarrollo de los huesos de la mandíbula.
- Sobredimensionar el poder de la selección natural hasta la omnipotencia, y cuando no se puede argumentar, aparece la noción de una adaptación subóptima porque la adaptación está comprometida con otra característica. Así son las explicaciones de Gordon Orians, de la Universidad de Washington, sobre el pequeño tamaño de las presas de los pájaros. El tamaño no es el óptimo porque vuelven antes para proteger a los jóvenes en el nido. Recuerda al gracioso comentario de Pangloss al pobre Cándido, víctima de una enfermedad, que, para argumentar que el mundo no es perfecto pero es el mejor posible, le dice: «A pesar de tener una enfermedad venérea de origen americano, el mundo es el mejor posible, porque haber descubierto América también nos permite consumir chocolate».
- La utilidad adaptativa es afirmada a priori más que deducida razonadamente. Uno de los ejemplos más sorprendentes es el de la configuración rechoncha del rostro de los esquimales: primero, fue una adaptación al frío; después, una adaptación para reforzar la masticación. Como dicen Gould y Lewontin, ¿por qué no buscar algo más allá que una explicación que aumente mis posibilidades de supervivencia?
- Construir una explicación de esa adaptación es muy fácil y, en cambio, suele ser muy difícil de falsear o contrastar.
¿Por qué es tan usual? En primer lugar porque, cuando se demuestra que una explicación es falsa, es muy fácil encontrar otra. El programa adaptacionista conduce constantemente a los biólogos a inventar historias adaptativas. La capacidad para inventar historias es tan fértil como nuestro espíritu. Siempre pueden formularse nuevas fabulaciones, y si no se dispone de una adecuada, siempre es posible lamentar ignorancia temporal y esperar nuevas investigaciones.
En segundo lugar, los criterios para contrastar las historias son vagos y poco exigentes. Muchas veces el único criterio es la compatibilidad con la selección natural, con lo que se convierte en un razonamiento circular:
- Fabulación: narración que se adapta a la selección natural.
- Contrastación: si respeta la selección natural, es correcta.
La epistemología científica de Karl Popper hizo que tomáramos en cuenta la necesidad de poder distinguir lo científico de lo no científico. Para ello propuso que las declaraciones científicas sean cuestionables por la observación, a lo que denominó falsabilidad. Esta cuestión surge del problema de la inducción: ningún número de observaciones confirmantes puede verificar una generalización universal como «Todos los cisnes son blancos», ya que es lógicamente posible falsarlo observando un solo cisne negro. Una declaración es falsable si es posible concebir una observación o un argumento que niega la declaración en cuestión. Eso la invalida.
Por otro lado, los razonamientos analógicos tienen la gran dificultad de que es necesario establecer una correcta correspondencia, y aun así, no son demostraciones; además, cuando la analogía relaciona el comportamiento humano con el animal, son razonamientos con una gran fragilidad.
Gould y Lewontin no renuncian a las explicaciones de adaptación y selección natural, pero además nos instan a tener en cuenta más opciones, como estas:
- Azar, es decir, la deriva genética, una ganancia o pérdida aleatoria de caracteres genéticos. Este fenómeno es importante en pequeñas poblaciones. El nacimiento de nuevas especies podría empezar en pequeñas poblaciones.
- Modificación de otras partes del organismo, crecimiento diferencial, como hemos visto en el caso del
- Modificaciones en la expansión temporal (no espacial) del desarrollo. Exponen el ejemplo de insectos donde la madurez sexual se alcanza en la larva por un ciclo vital acelerado en razón a la escasez de alimentos.
- Formas inducidas no por la genética sino por el medio. Ejemplos: forma de las esponjas y corales inducida por el medio marino (es el caso de adaptación sin selección)[2]. Tamaño de los insectos en función de la temperatura ambiente.
- Algunas adaptaciones son utilizaciones secundarias de hechos biológicos que tienen motivos arquitectónicos globales de todo el organismo. Ejemplos de moluscos y braquiópodos del paleontólogo A. Seilacher.
- También hay motivos de desarrollo globales, como los planes de organización en el desarrollo del embrión, que se conservan en una amplia gama de especies. La diferenciación de órganos y su integración en el sistema funcional es tan delicado y difícil que se produce por «bloques» que no pueden ser desmontados pieza a pieza por la evolución. Considero que este es el punto más enigmático, porque el programa adaptacionista no puede explicar la alteración de los programas de desarrollo que se dan cuando se pasa de un phylum a otro.
Sociobiología y psicología evolucionista
Todo este razonamiento se ha extrapolado a las ciencias sociales. La sociobiología y la psicología evolucionista son adaptacionistas, es decir, la conducta es fruto de la evolución por selección natural, y es posible relacionarla con la adaptación biológica. Pretenden poner fin a la separación entre la evolución biológica y la cultural. Parten del hecho de que la mente humana posee un diseño estructural y funcional, resultado de un proceso evolutivo. Se considera que la mente humana está configurada como un conjunto de mecanismos psicológicos que han surgido como respuestas adaptativas para resolver problemas tales como la selección de pareja, la adquisición del lenguaje o la cooperación. La evolución de estos mecanismos ha tenido lugar bajo la acción de la selección natural a lo largo de los dos últimos millones de años. Intentan explicar características mentales de la especie humana (tales como la memoria, la percepción, el idioma y, fundamentalmente, las emociones) como adaptaciones, escogidas por la selección natural, fruto de la competencia para sobrevivir y reproducirse.
Además, también disgregan al ser humano para explicarlo. Lo que se ha llamado teoría modular de la mente es que en el cerebro tenemos módulos adaptativos específicos para cada tipo de actividad, independientes de los demás.
El etnólogo norteamericano Michael Harner sugirió que el sacrificio humano entre los aztecas se realizaba por una necesidad de proteínas para sobrevivir. Esta idea la secundó E. O. Wilson, fundador de la sociobiología, para explicar la predisposición al régimen carnívoro de los seres humanos. Para ambos, cualquier mito o símbolo es un fenómeno que surge de una racionalización inconsciente de la hambruna persistente. Hay antropólogos disidentes de estas interpretaciones, y demostraron que en los aztecas no se puede perder de vista la cultura que estructuraba su sociedad y que reflejaba conocimientos en diversos ámbitos como la cosmología.
Considero esencial abordar las ciencias sociales y las biológicas desde razonamientos no panglosianos, porque los modelos modernos propiciados por la psicología evolutiva parten de una idea limitada y sesgada; no consideran la diversidad de subjetividades, de géneros, razas, geografías, estados civiles, clases o estratos socioeconómicos, niveles educativos; no reconocen las particularidades de cada sujeto. Comparto la opinión de Laureano Castro y Miguel Ángel Toro: «Aunque pueda ser un acierto centrar la investigación en aquellos mecanismos psicológicos comunes a toda la especie, resulta poco razonable y verosímil admitir a priori la hipótesis de uniformidad. Por una parte, la evidencia empírica parece avalar que hay diferencias psicológicas entre los individuos, y, por otra, si aceptamos que los mecanismos psicológicos poseen una base genética, es muy poco probable que exista uniformidad»[3]. Sabemos muy poco del contexto en el cual los seres humanos evolucionaron (tamaño de la población, estructura, forma de vida, hábitos alimenticios, el hábitat, etc.), hay demasiada poca base sobre la cual la psicología evolucionista pueda especular. Por tanto, es importante ampliar las propuestas, tal y como hacen Gould y Lewontin en biología, si queremos que nuestro conocimiento avance hacia la verdad.
[1] Stephen J. Gould, Richard C. Lewontin (1979). The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm: A Critique of the Adaptationist Programme. THE ROYAL SOCIETY OF LONDON, SERIES B, VOL. 205, NO. 1161 (1979), pp. 581-598.
[2] También existe la selección sin adaptación: si unos individuos doblan su fecundidad, propagarán con más rapidez sus genes, desplazando a otros.
[3] Laureano Castro, Miguel Ángel Toro; Un intento de tomarse a Darwin en serio; Revista de Libros, Segunda época; octubre de 2019.