El Ensayo sobre las palabras (Obeslico-2022) es un manuscrito bien documentado que abarca múltiples aspectos, tratados en profundidad, con un lenguaje didáctico, ágil y ameno.
El principal acierto de la autora consiste en escribir un ensayo capaz de relacionar temas tan dispersos o aparentemente inconexos como la imaginación y el inconsciente colectivo, las palabras y la capacidad de pensar por uno mismo, el habla y los conceptos abstractos (tales como la muerte, la libertad o la justicia), el paso de la oralidad a la escritura, la naturaleza de lo innato y lo adquirido, nuestras concepciones sobre la ética y la justicia, los sesgos y prejuicios de nuestro modo de pensar, los sueños y arquetipos, el vínculo entre los primeros humanos y los símbolos, el sentido de lo sagrado en el proceso de la humanización, los ritos de paso a la edad adulta y ritos de fundación de las ciudades en las culturas tradicionales, y un largo etcétera difícil de resumir.
La autora se inspiró para abordar este ensayo en una cita de Confucio. En ella se dice que la primera función de un gobernante debiera ser la de «rectificar los nombres». Y bien saben los aprendices de escritor la dificultad de hallar las palabras o expresiones más adecuadas para definir las cosas. Según Confucio, «si los nombres no son correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible. De ahí que la primera tarea de un verdadero estadista sea rectificar los nombres». Es decir, a modo de ejemplo, si llamamos felicidad a lo que es una mera conformidad ante lo que ocurre, o denominamos entusiasmo a lo que es una alegría superficial y pasajera, debemos convenir que Confucio tenía razón. La autora también señala que Platón sostenía el mismo parecer, pues afirmaba que corresponde a los verdaderos legisladores y a los dialécticos encontrar el nombre que es natural a las cosas. A mi modo de ver, habría que incluir también al filósofo, dado que se empeña en encontrar la esencia de cuanto existe.
Ciertamente, no se puede construir un verdadero conocimiento sin profundizar en el sentido de las palabras y, quizá por ello, el presente ensayo demuestra que, en diversas culturas, «los dioses que otorgaron al ser humano el don de la palabra y la escritura son los mismos que regían la sabiduría, la luz, el poder, la magia y el misterio». Tal vez, de la misma manera ambivalente con que los humanos usan esos poderes, dirá la autora que «la palabra y la escritura pueden ser vehículos tanto de la sabiduría como de ignorancia», pues todo depende del uso que hagamos del conocimiento. Las palabras pueden aportar luz, despertar en nosotros la bondad y el afán de justicia, o bien ser utilizadas para herir a cualquiera o manipular de modo sibilino otras mentes.
La importancia de la etimología
En la primera parte del libro, Fátima Gordillo recoge varios estudios de psicólogos, lingüistas y antropólogos que demuestran la influencia del lenguaje en la capacidad de pensamiento y en nuestra percepción cultural, y viceversa. Así, la lengua materna influye en la comprensión mental de quienes la utilizan, aportándoles un sentido de la vida muy concreto, difícil de entender para quienes no se impregnan del significado profundo de ese idioma. Y a su vez, el pensamiento de los hablantes modela el lenguaje, en una comunión que se retroalimenta mutuamente. Aporta también pasajes francamente esclarecedores sobre las conductas que ha de adoptar el ser humano, como aquellos que exponen cómo la socialización determina el grado de comprensión mental.
La autora rescata la etimología de las palabras, sus raíces indoeuropeas (latinas o griegas, germánicas, eslavas, sanscritas, etcétera), y nos lleva a conocer todo un mundo de significados que se ha perdido con el transcurso de los siglos. Así, la raíz indoeuropea deiw-, traducida como ‘brillar’ guarda relación con el día, es el origen de la palabra sánscrita devah (‘dios’) y de las latinas deus (‘dios’) y devus (‘divino’). De ellas devienen otras, como jove (‘dios del brillante cielo’), raíz que da lugar al jueves (el día del dios Júpiter).
Al mismo tiempo, el sentido oculto de las palabras nos muestra las páginas de ese libro durmiente en que se registran los símbolos ancestrales que siempre ha utilizado el hombre. Estos símbolos que perviven en civilizaciones tan alejadas en el tiempo como diversas, alimentan nuestros sueños, como demostró Carl G. Jung, o constituyen la base de nuestras expresiones culturales y religiosas, como enseñara Mircea Eliade. Así, el simbolismo de cada cultura y religión nos ofrece un patrimonio inmaterial que debiéramos compilar.
Para Fátima Gordillo, el simbolismo no es un lenguaje estático, sino dinámico, porque cada significado descubierto nos abre las puertas a otros conceptos con los que mantiene fuertes vínculos; un aspecto que solo puede apresarse «dejando a la imaginación trabajar libremente en aquello que mejor sabe hacer: establecer relaciones, evocar recuerdos y conectar con la parte más profunda y elevada del ser. Bajo ningún concepto trata de entender nada de forma literal». El simbolismo, dirá la autora, «es la parte invisible del lenguaje». Y esta es su gran virtud, porque de ese modo, el significado «que porta» ha podido llegar hasta nosotros traspasando las edades.
A modo de ejemplo, para los egipcios el escarabajo (Kepher o jeper) es una representación de Toth, dios de la escritura y la sabiduría. Así, Kepher es símbolo del conocimiento que propicia un renacer para dejar atrás la ignorancia; por tal motivo se dice que el escarabajo camina arrastrando su cuerpo por lo terrenal, hasta que abre sus élitros y aprende a volar por sí mismo.
De entrada, la autora no admite que el hombre haya adquirido el lenguaje por ser un simio aventajado, como aluden las concepciones habituales, porque, de ser así, ¿por qué no lo desarrollaron otras especies de simios? La autora recoge afirmaciones de los descubridores de Atapuerca, que diferencian el proceso de hominización (que responde a cambios biológicos) y la humanización (que precisa de una toma de conciencia que rebasa la selección natural). No en vano, ya afirmaba la teósofa Helena P. Blavatsky que el lenguaje se desarrolló a la par que la conciencia humana; de ahí la profundización de este ensayo sobre las lenguas y ciencias antiguas, mitos y símbolos ancestrales, así como la adquisición de conocimientos que reflejan la evolución de la conciencia humana en su camino de ascenso hacia la sabiduría. No escapan a la disección de este ensayo aspectos comunes del saber que aparecen en ciencias tan diversas como la cábala, la alquimia, o bien libros sapienciales u oraculares como el I Ching.
Sin duda, muchos pasajes de este libro plantean cuestiones profundas que no dejarán indiferente al lector. Valgan como ejemplo las siguientes: ¿Cómo aprendemos a imitar las conductas ajenas? ¿Podrán las máquinas detectar por el lenguaje las verdaderas intenciones de los seres humanos? ¿Los avances de la inteligencia artificial sabrán reproducir las actitudes y sentimientos del hombre? ¿Qué secreto paralelismo encierra el desarrollo de las ciudades y el lenguaje? ¿Por qué el simbolismo guarda relación con la percepción de lo sagrado?
En suma, las palabras poseen un gran poder, y el buen o mal uso de la palabra constituye una herramienta que puede aportar sabiduría o manejar las mentes para lograr un objetivo insano. Por tal motivo, el lenguaje común adquirió ropajes simbólicos que solo eran reconocidos por aquellos que habían sido iniciados en los misterios del saber. Así ocurrió, señala el texto, la disociación entre los aspectos gráficos, fonéticos y simbólicos del lenguaje; correlaciones que solo perduraron en el senzar, un antiguo lenguaje, hoy desconocido, que utilizaban los iniciados.
Afirma la autora, tras desarrollar este concienzudo ensayo, que todas las lenguas tienen un lenguaje común que es el simbolismo, pues no depende de las variantes fonéticas de cada idioma. Sin embargo, con la disgregación de los idiomas, «los hombres quisieron diferenciarse de los otros, dominar a los demás e imponer unas culturas sobre otras y unas formas de pensar sobre otras, hemos dejado de entendernos, y los distintos idiomas se han convertido en fronteras ideológicas, en armas y en formas de represión. Esa es también la maldición de la torre de Babel».
Conozco a Fátima Gordillo desde hace muchos años, aunque desconocía que estuviera elaborando un libro tan excelso y completo. Periodista, consultora de formación y desarrollo, redactora en diferentes medios culturales y tecnológicos, profesora de oratoria y teatro, Fátima es inteligente y laboriosa como una hormiga o una abeja (¿acaso ello guarde relación con algún nombre secreto que la define?).
En suma, este es un libro muy recomendable sobre las palabras y el lenguaje, que desmonta las perspectivas estrechas y de cortas miras sobre tales temas. Sin duda, todo un acierto.
Ensayo sobre las palabras
Título: Ensayo sobre las palabras
Autor: Fátima Gordillo
Edición: Tapa blanda
Número de páginas: 264
Editor: Obelisco