Culturas — 1 de mayo de 2021 at 00:00

¿Usar y tirar o, mejor, reparar y seguir usando?

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obsolescencia programada

Vivimos rodeados de aparatos mecánicos, eléctricos y electrónicos. Llevamos relojes que miden las calorías que gastamos, tenemos aparatos que responden a nuestra voz, usamos televisores, lavadoras, ordenadores, bombillas de bajo consumo…. Pero todo ello tiene una vida útil curiosamente corta. No es extraño escuchar decir a muchas personas eso de «antes las cosas duraban mucho más y eran más resistentes», ¿verdad? O, incluso, que casualmente se estropean los aparatos justo cuando se termina la garantía, ¿os suena?

¿Nunca os habéis preguntado por qué pasa esto?

Por la obsolescencia programada. Pero ¿Qué es esto de la obsolescencia programada? Es básicamente la planificación por parte del fabricante o empresa distribuidora para que que, tras un tiempo de vida (determinado por ellos mismos desde la fase de diseño), el objeto se averíe o se vuelva «viejo», inservible, obsoleto, ya sea por avería programada o por la falta de piezas de repuesto que permitan su reparación. Esto provoca la necesidad del consumidor de tener que comprar un nuevo producto y, por tanto, el beneficio económico del fabricante es mayor.

Siendo realistas, esto produce en el consumidor gastos excesivos e innecesarios, una contaminación de desechos desproporcionada y, en realidad, un fraude, pues se ha planificado que esto se produzca.

Durar o no durar

Durante algún tiempo, muchos fabricantes lo negaban aludiendo a que esto se producía de forma natural en cualquier producto de nueva construcción (con explicaciones técnicas que probablemente entenderían solo algunos). Pero muchas personas han demostrado que había aparatos con una programación interna no accesible en la que se diseñaba una avería al llegar a un número determinado de usos (esto se daba muy claramente en impresoras que se «averiaban» al llegar a un número determinado de impresiones, pero que muchos informáticos conseguían modificar para seguir imprimiendo de forma normal tras hackear esta programación oculta).

Otro ejemplo de objetos comunes que se fabrican para que tengan una vida útil determinada son, por ejemplo, las bombillas. Si pensamos en todas las bombillas o fluorescentes de nuestra casa, no hay ninguna que dure años (ojo, que siempre existen excepciones). Y ante la afirmación de fabricantes de que es imposible que dure mucho, hay algunos ejemplos por el mundo de bombillas longevas, como por ejemplo la bombilla de filamento incandescente que se encuentra en el cuartel de bomberos de Livermore, en California, que lleva dando luz desde el año 1901. Una bombilla que originalmente era de 60 vatios pero que, por el desgaste de más de cien años, ahora tiene una potencia de 4 vatios. Pero sigue y sigue sin parecer tener intención de fundirse (se puede ver en directo desde una webcam instalada en www.centennialbulb.org y visitar su página de FB https://www.facebook.com/livermorecentenniallightbulb?sk=wall).

Haciendo un símil cinematográfico: es como les sucede a los ciudadanos de la película La fuga de Logan (1976, Michael Anderson), que, al llegar a los treinta años, se considera que ya no son útiles y se les «sacrifica» en una ceremonia pública, normalizando en la sociedad que es lógico poner límite a la longevidad de las personas para aprovechar solo los mejores años y así evitar los posibles achaques normales que a partir de cierta edad empiezan a afectarnos.

Reparar para valorar

Tras décadas de quejas por parte de los consumidores, finalmente se aprobó en el Parlamento europeo (el 25 de noviembre de 2020) una ley que reconoce el «derecho a reparar», que ha entrado en vigor el 1 de marzo en Europa y Reino Unido. Su intención es alargar la vida útil de los aparatos electrónicos y así conseguir un menor impacto medioambiental con los residuos principalmente. La ley indica que nuestros aparatos deben durar al menos diez años y, para ello, se debe disponer de recambios para reparaciones si es preciso, y que si se abre el aparato para una reparación necesaria no se pierda la garantía. Estas medidas, junto a las multas a aquellas empresas que manipulen la vida útil de los aparatos o la exigencia de inclusión de información clara que indique la facilidad para reparar y encontrar repuestos que cada uno de los aparatos que compramos tiene (sobre todo en aparatos como teléfonos móviles, ordenadores o tabletas), son otras de las medidas que se les pide a los grandes fabricantes para cambiar la concepción que tenemos de que «no duran mucho».

Hay un Gofundme organizado por Louis Rossmann (de New York) luchando precisamente por el derecho a reparar objetos de esta naturaleza, pues las grandes compañías tienen aún mucho poder en el control de garantías y repuestos. Pero esperemos que, del mismo modo que en Europa parece que esta necesidad avanza, también lo haga en el resto del mundo (https://www.gofundme.com/f/lets-get-right-to-repair-passed). Podéis visitar la página y leer las quejas y solicitudes de la población.

La necesidad de reducir los residuos que los aparatos eléctricos o electrónicos generan también es urgente, pues de todos esos residuos solo se recicla el 40%, y el impacto medioambiental es muy preocupante, ya que muchos de sus componentes son altamente contaminantes.

Tras décadas teniendo la percepción de que «las cosas duran poco», han provocado que normalmente ni busquemos si se puede reparar un aparato. Compramos uno nuevo y listos. Es una forma de pensar que ha calado muy profundamente, que nos hace despreciar las reparaciones incluso. Somos más de «usar y tirar» que de reparar. Y el problema no es solo físico, es mental. En general, nos parece que un aparato reparado no es tan bueno o competente como uno nuevo. Es una idea que ha calado en las sociedades más supuestamente avanzadas.

Pero ¿no se había reparado siempre para alargar la vida útil de nuestras posesiones? ¿No era lo más normal zurcir los calcetines si se les hacía un agujero? ¿No se arreglaban zapatos añadiendo suelas al desgastarse? ¿No se reparaban platos y tazas que se rompían? Y con todo esto teníamos de nuevo un objeto para usar y ahorrábamos dinero.

La belleza de las cicatrices

Hay que hacer un cambio de paradigma, una nueva forma de ver las cosas, dar valor a esas reparaciones, como el Kintsugi japonés («carpintería dorada», «empalme de oro» o «reparación con oro»), el arte de reparar piezas rotas de cerámica con un esmalte o pegamento al que se espolvorea oro, plata o platino y que produce unas cicatrices brillantes en el objeto. Esta técnica tiene como intención que las marcas o cicatrices del objeto se vean, no quiere esconder su vida ni sus vicisitudes, sino que al repararlo le da un significado más bello, más vida y más historia que contar. Esta técnica se nutre de la filosofía japonesa del Wabi-Sabi (que ve la belleza de la imperfección) y también se relaciona directamente con dos sentimientos que los japoneses llaman: Mottainai (lamentar tener que desperdiciar las cosas) y Munshin (aceptar los cambios).

Wabi-Sabi

Por suerte, están apareciendo también locales y asociaciones donde se arreglan y reparan todo tipo de objetos domésticos: desde electrónica hasta muebles o ropa. Lugares donde llevas tu objeto averiado y hay varias personas que te ayudan a repararlo. Disponen de herramientas de todo tipo y también enseñan cómo hacerlo uno mismo. Conocemos algunos en Barcelona, pero los hay por toda la geografía (http://www.millorquenou.cat/es/reparat, https://opcions.org/es/articulo/recursos-para-reparar/).

Parece que todo esto choque con algo tan tecnológico como la obsolescencia programada, pero en realidad esto se produce por la capacidad social de acceder a productos de forma constante, del mensaje constante del consumismo de que seremos mejores si tenemos lo más bonito, lo más nuevo, lo mejor y nunca roto. Pero si analizamos todo desde lejos, hay un fuerte sentimiento en general de poseer lo mejor y más aparentemente bonito, y ser incluso nosotros físicamente más jóvenes y perfectos. Nuestras cicatrices las ocultamos como si eso nos afeara o nos restase belleza y validez. Pero hay cicatrices en todas las vidas. Cicatrices psíquicas y cicatrices físicas. Y todas ellas tienen historias. Algunas para aprender, algunas para recordar nuestras batallas. Y todas con motivo y sentido. Nos rompemos y nos reparamos. Y seguimos siendo nosotros ¿verdad?

Probablemente toca cambiar nuestra forma de pensar, aprender a reparar si es necesario y valorar lo que tenemos, sea nuevo o no, con marcas o no.

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