Después de ver la película Maudie, el color de la vida, sobre esta sencilla, humilde, extraordinaria y colorida pintora canadiense, es difícil no sentir la necesidad de conocer su vida con más detalle, y de poder captar la motivación que la llevó a sacar desde dentro de su alma la expresión, la vida, el colorido y la alegría que plasmaba en sus cuadros.
Nació en el sur de Ohio, en Nueva Escocia, Canadá, el 7 de marzo de 1903, en el seno de una familia humilde, pero donde la armonía y el amor reinaban. Ya desde su nacimiento tenía problemas físicos, que se fueron agravando en su adolescencia, por lo que a la edad de catorce años tuvo que dejar la escuela. Cuentan que, además, sus compañeros de clase no se portaban bien con ella. El tiempo pasaba, y la artritis reumatoide que le provocaba dolores, al mismo tiempo le iba deformando la espalda, las piernas y las manos.
Su padre, Jack, le proporcionó una vida moderadamente cómoda, pues era un artesano respetado y un buen herrero. Su madre se llamaba Agnes, y favorecía las actividades artísticas, entre ellas la pintura, el tallado folclórico y la música. Fue su madre la que le enseñó a tocar el piano antes de que la artritis deformara irremediablemente las manos de Maud.
Poco después comenzó a pintar con su madre tarjetas de Navidad, realizando dibujos con acuarelas que luego vendían en el mercado local por apenas unos 25 centavos. Maud llevaba una vida hogareña y tranquila con sus padres. En su juventud se involucró sentimentalmente con Emery Allen, que la abandonó cuando, en 1928, dio a luz a una niña, a la que llamaron Catherine. Temiendo que sus problemas físicos le impidieran cuidar de su hija, los padres de Maud la dieron en adopción, y le dijeron a ella que la niña, deforme, había muerto al nacer.
Ella siguió viviendo con sus padres y su hermano, pero todo cambió cuando, entre 1935 y 1937, fallecieron sus padres. Su hermano Charles decidió ir vendiendo los bienes heredados, que como era costumbre se dejaban al hijo mayor. Al poco tiempo, Maud decidió marcharse a vivir con su tía, que residía en Digby. Aquella fue una situación traumática para Maud, por perder todo su entorno de protección en tan poco tiempo. Pronto surgirían acontecimientos que cambiarían el rumbo de su vida.
Un día, al entrar en una tienda, vio que un hombre colocaba un anuncio que decía: «Se busca mujer de limpieza que pueda residir en la casa con un hombre de cuarenta años». Se llamaba Everett Lewis, un vendedor ambulante de pescado, de Marshalltown, que quería un ama de llaves para su cabaña. Fue sobre finales de 1937 cuando Maud se presentó en casa de Everett y este la aceptó.
Quizá, su naturaleza amable, su sonrisa magnética y la cultura recibida de sus padres lo cautivó y, aunque ella no pudo hacer muy bien su trabajo a consecuencia de las limitaciones físicas de su enfermedad, la complicidad o el entendimiento entre ambos hizo que se casaran a los pocos meses, en enero de 1938.
Vivían casi en la pobreza, en una pequeña cabaña de unos 12 m2, donde Maud, apoyada por Everett, seguía pintando pequeñas tarjetas que iba vendiendo cuando acompañaba en los viajes a su esposo. Él se ocupaba de la casa y hacía las comidas para que ella pudiera pintar. Pintó zonas de la pequeña estancia con cisnes, mariposas y tulipanes. Luego, en formatos pequeños de entre 20 x 25 cm, sobre tablas de castor y masonita. Las dimensiones estaban limitadas por sus problemas físicos y solo algunos medían 60 cm. Realizaba pequeños viajes con Everett en un pequeño coche, lo que le servía para reunir imágenes, escenas de la naturaleza o de la vida cotidiana que, junto con las de su infancia, iba plasmando en sus cuadros, dejando que Everett los fuera vendiendo.
Observar sus pequeños cuadros transmite ternura, sensibilidad, humildad, alegría, sencillez y vida. Sus composiciones son armoniosas, llenas de colorido y observación de la belleza de la naturaleza. La mayoría son escenas al aire libre, algunas en movimiento, como caballos tirando trineos, patinadores sobre el hielo, barcos navegando, leñadores… Hay cervatillos, perros, gatos, caballos, cabras y un mundo de color que se plasma en las flores, los árboles, los cerezos en flor, los tulipanes, los paisajes nevados, las casas, etc. Utilizaba a veces una base de color blanco y colores puros, rojos, ocres, azules, amarillos…
Su manera de pintar atrajo a los vecinos, los turistas y la atención internacional, con un artículo publicado en el periódico Star Weekly. Luego, fue la estrella invitada del programa Telescope, de la cadena CBC Televisión de 1965. Comenzó a ser más conocida y los encargos no paraban de llegarle. La Casa Blanca, en 1970, cuando Richard Nixon era presidente de EE. UU., también se interesó por ella y le compró dos cuadros, pagando 16.000 dólares.
Su estilo tenía una visión colorida y alegre de la vida, que definió como arte folclórico, siendo considerado un «arte importante». Cómo imaginar que, en tan pequeño espacio, poca luz, herramientas básicas y con dificultades físicas, pudiera plasmar en sus cuadros una belleza tan luminosa. A pesar de las pocas comodidades de su hogar, fue feliz, algo que demostraba a través de su simpatía y timidez. Su entusiasmo y voluntad le acompañaron siempre.
La pareja vivió feliz en aquella pequeña cabaña aislada. En 1970, Maud no superó una neumonía y murió. Su esposo, Lewis, falleció en 1979 a consecuencia del disparo de un ladrón. La cabaña se restauró en 1984, y se encuentra emplazada en la Art Gallery of Nova Scotia. En el lugar de la cabaña original se encuentra ahora una réplica de acero, diseñada por el arquitecto Brian Mackay-Lyons.
El primer libro sobre su vida apareció en 1996, bajo el título La luminosa vida de Maud Lewis, escrito por Lance Woolaver. Y en 2016 salió la película Maudie, el color de la vida, con los actores Sally Hawkins y Ethan Hawke, dirigida por Aisling Walsh.
«Cuando dejamos que el alma se exprese, no hay barreras que lo impidan».
Imagen de portada: Maud Lewis frente a su casa, tomada por Ron Cogswell en 1970.
Imagen interior: Casa de Maud Lewis, tomada por Daryl Mitchell en 2017.