Una de nuestras colaboradoras ha puesto «el dedo en la llaga», como suele decirse, sobre uno de los problemas que afectan a muchas personas, al invitarnos a reflexionar sobre el sentido del trabajo. Y pone de manifiesto el gran error de base que se reproduce en todas las sociedades en nuestro tiempo: una idea todavía bíblica, del trabajo como castigo, como medio para obtener bienes materiales o prestigio, como una especie de mal menor, pues es aún más lacerante la falta de trabajo.
Su apuesta nos ha presentado una forma diferente de encarar el asunto, proponiendo una sintonía con la naturaleza que, no solo trabaja, sino que nos regala constantemente una lección de armonía y belleza, de constancia y perseverancia, de ritmo y justicia. Si aprendemos a observar la naturaleza y actuar con ella, podremos descubrir una perspectiva insólita que dará sentido a la inevitable necesidad de trabajar para vivir.
Nos ha parecido oportuno recordar matices que no siempre tenemos presentes, pues nos dejamos llevar por las opiniones comunes y no profundizamos como debiéramos sobre lo que nos hace actuar y, por lo tanto, trabajar. Si nos limitamos a valorar las consecuencias materiales que pueden proporcionarnos las acciones que emprendemos, nos vamos a perder una perspectiva mucho más rica y compleja, llena de vitalidad y de experiencias interesantes.