«El amor al trabajo es la clave de la vida real.
El amor al trabajo conduce al hombre a los dioses».
(Máxima egipcia)
Si examinamos con detenimiento nuestro tiempo, comprobamos que los valores reconocidos y apreciados en el pasado han perdido su esplendor, debido a la falta de comprensión y el desvanecimiento de su contenido interior. Queda solo la forma vacía que no permite ver el objetivo y el sentido de la vida propia. Los antiguos veían el sentido de la vida en el perfeccionamiento y el mejoramiento de sí mismos, en suscitar virtudes en el interior propio. Buscaban la inspiración para su perfeccionamiento en la naturaleza, que encarnaba para ellos el orden, el esfuerzo, la persistencia y la armonía. Hoy día percibimos estas cualidades mal y con mucha limitación. No se debe a la desaparición de estas cualidades de la naturaleza, es el hombre quien se ha apartado en tal grado de ella, que el ritmo de sucesión de las estaciones del año ha quedado reducido al ritmo de las vacaciones y las compras navideñas. No sentimos esa alegría íntima cuando, en otoño, las hojas de los árboles revolotean por el aire, percibimos como la primera cosa el trabajo agobiante de tener que rastrillar la hojarasca.
El trabajo ¿es realmente para nosotros algo agobiante o puede ser una fuente de felicidad en la vida? El trabajo y la actividad es uno de los valores a los que hoy se atribuye una significación completamente distinta de la de que tuvo en tiempos pasados.
La doctrina tradicional dice que la naturaleza entera, el universo, es un gran ser viviente, que posee esa vida, que fluye y se manifiesta en todo lugar y no es posible que alguien «esté» fuera de esta vida. Nos parece natural que los planetas recorran sus órbitas, que el árbol florezca en la primavera y que en otoño cosechemos los frutos, que respiremos y que la sangre circule en nuestro cuerpo… Podríamos seguir enunciando muchos ejemplos de manifestaciones de esa vida en forma de actividad y trabajo incesantes. Todo sucede con tanta regularidad que, según las palabras de la profesora Delia S. Guzmán, «cuando se infringe la regla, suele considerarse un fenómeno que señalan todos los observadores científicos».
¿Es el trabajo un elemento natural de la vida humana?
Veamos primero qué características suelen atribuirse hoy día al trabajo. El trabajo es percibido como una necesidad para procurar los medios materiales de subsistencia. El objetivo no es el trabajo en sí, sino el beneficio obtenido con ese trabajo. El beneficio puede darse también en el plano psicológico, siendo el objetivo el prestigio personal o una posición más importante en el empleo. Se plantea a las gentes la idea de que cuanto más posean, tanto mayor será su bienestar vital, tanto mayor será su felicidad. Podemos conseguir una casa, un coche, un trabajo importante, y cuanto más poseamos, tanto más aspiraremos a poseer. El confort en lo material nos empuja a evitar todo dolor y todo problema, sin darnos cuenta de que es la propia vida la que nos enseña a vivir y, como dice la profesora Delia S. Guzmán, «no se busca la vía de dominar la tempestad, sino que se busca la vía sin tempestades». De tal forma, permitimos que nuestra vida se apoye en lo exterior y, cuando lo perdemos, nos causa tristeza y sufrimiento.
Es frecuente que oigamos en torno a nosotros quejas por la gran cantidad de trabajo y el cansancio subsiguiente. Eso nos empuja a buscar constantemente momentos para descansar y recobrar una nueva energía que volvemos a perder al instante. Se forma en torno a nosotros un círculo vicioso del que no sabemos salir. Hacemos muchas cosas que no van a ninguna parte, estamos en constante movimiento sin conocer la dirección. Marchamos por la superficie del círculo y no nos atrevemos a dar un paso hacia nuestro interior, porque tememos descubrir en él que es inevitable que cambiemos nosotros mismos y la necesidad urgente de buscar ese sentido mucho más profundo de la vida que intuimos en nuestro interior.
Al afirmar que en todo el universo, del que también somos parte, circula la vida, es lógico que también circule en nosotros. Debemos buscar las raíces de la vida en nuestro interior, donde también hallaremos el sentido profundo del trabajo. De pronto, el trabajo adquirirá una dimensión completamente distinta porque nos ofrecerá la manera y la vía para poder ir mejorándonos constantemente. El trabajo dejará de colmar las horas y transformarse en dinero, y nuestra libre voluntad se unirá con las leyes de la naturaleza; nos parecerá natural no solo que a diario comamos y durmamos, sino también que trabajemos cada día.
«Trabajáis para ir al ritmo de la tierra y del alma de la tierra. Porque permanecer ocioso es ser un extraño para las estaciones y desertar del cortejo de la vida, que camina con majestad y orgullosa sumisión hacia el infinito. Cuando trabajáis, sois una flauta a través de cuyo corazón el murmullo de las horas se convierte en melodía. ¿Quién de vosotros querría ser un caramillo mudo mientras todo lo demás canta al unísono? Siempre os han dicho que el trabajo es maldición, y el laboreo un infortunio. Mas yo os digo que cuando trabajáis cumplís una parte del más remoto sueño de la tierra, una parte que os fue asignada a vosotros cuando el sueño nació. Y trabajando estáis en verdad amando a la vida. Y amar a la vida mediante el trabajo es estar en intimidad con el secreto más recóndito de la vida» (Gibran Khalil Gibran , El Profeta).
Según las enseñanza antiguas, el trabajo posee dos características significativas: podemos conocernos mejor, al tiempo que contribuimos mediante nuestro trabajo a la transformación positiva de nuestro entorno. Contamos con un bellísimo ejemplo en El Principito, de A. S. Exupéry, donde leemos cómo el pequeño príncipe limpia a diario sin descanso su planeta de los baobabs, porque si los dejara crecer, lo destruirían. De esta forma, el príncipe aprende a diario a superarse, aprende el orden, aprende a amar su planeta, aprende sus leyes, aprende a ser persistente y reconoce el verdadero valor de las cosas. Al cuidar, esforzado e incansable, el planeta, este se torna bello y armonioso, pero también el pequeño príncipe se torna bello y armonioso en su interior. Es incansable y constante, porque conoce el objetivo de su trabajo y no trabaja solo por el provecho y el bien propios, y no espera recompensa alguna por su labor. Podríamos calificar este trabajo suyo como la acción correcta que nos describe el sagrado texto hindú Bhagavad Gita. La acción correcta significa obrar sin aspirar a una recompensa, ya que el primer lugar corresponde al trabajo por realizar y no al beneficio que de ello se derive.
Hoy día hay trabajos alabados y elogiados por la sociedad y trabajos que muchos desprecian por parecerles indignos de «su nivel». ¿Es, acaso, una valoración real del trabajo? ¿Puede algún trabajo considerarse superior a otros? Según las enseñanzas antiguas, todo trabajo es importante y no hay trabajo de valor inferior o superior. Somos nosotros quienes conferimos el valor al trabajo, debido a nuestra actitud, el esfuerzo desplegado, nuestra honradez y amor. Siempre que hagamos el trabajo bien y de forma correcta, bajo nuestras manos brotará una espléndida flor que iluminará y dará su perfume a todo el entorno.
«Con frecuencia os he oído decir, como si hablaseis en sueños: quien trabaja el mármol y talla en la piedra la forma de su propia alma es más noble que quien ara los surcos. Y quien rapta el arco iris para plasmar sus colores sobre una tela a imagen de un hombre es más que quien hace las sandalias. Mas yo os digo, no en sueños, sino cuando más despierto estoy, que el viento habla con igual dulzura a los gigantescos robles que a las hierbas más insignificantes; y que solo es grande quien transforma la voz del viento en melodía, más dulce aún, gracias a su propia capacidad de amar» (Gibran Khalil Gibran, El Profeta).
En las viejas culturas que se regían por una moral auténtica que ayudaba al hombre a superar sus anhelos inferiores en beneficio de los superiores y le mostraba el camino hacia su alma, había un sistema eficaz de la división del trabajo en la sociedad. Lo esencial consistía en el conocimiento que cada hombre posee, además de su parte física y material —el cuerpo—, también una parte eterna e imperecedera —el alma—. El trabajo se concebía como una de las vías que conducen al conocimiento de uno mismo. El sistema de educación era tan eficaz que ayudaba a la persona a conocer su propio carácter, sus capacidades y, conforme a ello, a cumplir en la sociedad una tarea determinada. Al mismo tiempo, orientaba a todos para que respetaran cualquier forma de trabajo, porque todo era parte integrante del organismo viviente de la sociedad y, si una parte de esta no funcionara correctamente, el organismo podría perecer.
Veamos el ejemplo de los incas de Sudamérica. A título general, se sabe que llevaban una vida moral y que colocaban en primer lugar la formación para la laboriosidad. Eran preparados para dedicar a algún trabajo el día entero. Más les importaba el deber cumplido que su propio cuerpo, siendo el objetivo comprender que la libertad humana estriba en la aceptación voluntaria de la vida, conforme al orden divino, para evitar ser esclavo de las propiedades y malas costumbres individuales. A través del trabajo conseguían crear la unidad, porque el trabajo y su objetivo ocupaban el primer puesto, antes que las ventajas individuales derivadas. Los incas «pagaban» los impuestos trabajando en cosas comunes a toda la nación, fuera en la construcción de templos o en tejer telas para fines religiosos. Cada uno podía ver dónde terminaban sus «impuestos» y se regocijaba de la belleza de la obra común.
En el antiguo Egipto, la moral tenía elevado nivel y muchas enseñanzas concernían al trabajo bien hecho. Los egipcios eran educados para respetar el trabajo y no aspiraban a la superabundancia, por ser un anhelo que parte del cuerpo y no del alma. El trabajo honrado garantizaba a cada uno lo necesario para vivir, ni mucho ni poco. Todo se regía por la ley de la justicia, cuando cada cual recibía lo que le correspondía. Maat, diosa de la ley y del orden universales, velaba por ello.
«Cuídate de un acto de avidez, es malo y una enfermedad incurable. La avidez siembra la desdicha entre padres y madres y separa a la esposa del marido. La avidez es la reunión de todas las suertes de mal; es un saco que contiene todo lo detestable. El hombre es sosegado si aplica correctamente la Regla, y va por su camino conforme a la marcha a seguir» (Máximas del visir Ptahhotep).
«No pongas tu corazón en buscar la riqueza. No te canses buscando la abundancia; lo que tienes, eso te basta. No pongas tu gozo en riquezas adquiridas por el robo, ni te quejes de ser pobre. Invoca a Amón cuando se levanta diciendo: concédeme prosperidad y salud. Te dará lo que necesitas para vivir y estarás al abrigo del miedo» (Las enseñanzas de Amenemope).
Para los egipcios el trabajo era un placer y, según el arqueólogo Christian Jacq: «El sentimiento de felicidad de los egipcios no era obra de la casualidad, sino resultado de la sociedad perfectamente organizada, que consideraba el trajín cotidiano como una de las principales virtudes». Por medio del trabajo iban conociendo los secretos más recónditos de la naturaleza y de sí mismos.
Un gran modelo en la forma de concebir las obligaciones propias y una actuación adecuada, independientemente de las dificultades que trae la vida, fue el emperador romano Marco Aurelio quien, en sus Meditaciones, intenta comprender el orden divino. No se toleraba el menor ocio porque sabía que el hombre no ha nacido para la ociosidad sino para el trabajo.
«Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertas, acuda puntual a ti este pensamiento: despierta para cumplir una tarea propia del hombre. ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños cobertores? Pero es más agradable. ¿Has nacido, pues, para deleitarte? Y en suma, ¿has nacido para la pasividad o la actividad? ¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas, cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del mundo? Y tú, entonces, ¿rehúsas hacer lo que es propio del hombre? ¿No persigues con ahínco lo que está de acuerdo con tu naturaleza? Mas es necesario también reposar. Lo es; también yo lo mantengo. Pero también la naturaleza ha marcado límites al reposo, como también ha fijado límites a la comida y a la bebida, y a pesar de eso, ¿no superas la medida excediéndote más de lo que es suficiente? Y en tus acciones, no solo no cumples lo suficiente, sino que te quedas por debajo de tus posibilidades. Por consiguiente, no te amas a ti mismo, porque ciertamente en aquel caso amarías a tu naturaleza y su propósito» (Marco Aurelio, Meditaciones).
No siempre nos saldrá bien todo trabajo que hagamos, pero ningún esfuerzo desplegado se pierde y las experiencias acumuladas en el trabajo serán nuestro apoyo interno. Y cuando se levante una tempestad en nuestra vida, quedaremos de pie, con la firmeza de un pilar, y no permitiremos a ninguna adversidad que nos arranque del flujo del trabajo y de la vida.