Filosofía — 1 de octubre de 2021 at 00:00

Conceptos filosóficos de los Upanishads

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Los Upanishads

Los Upanishads, con sus himnos, diálogos, poemas y explicaciones, constituyen el corpus de filosofía más formidable y al mismo tiempo antiguo que ha llegado hasta nosotros casi intacto.

En realidad, el aprendizaje oral, de memoria, durante más de mil años sirvió, paradójicamente, de conservación, pues no se confiaron a la letra escrita en materiales perecederos, y fue necesario forzar las capacidades mentales para asegurar su continuidad, como en el famoso libro Farenheit 451.

La filosofía europea, en el siglo XIX, especialmente la alemana, se elevó, y también un poco se perdió, en el idealismo subjetivo trascendental, bien ayudado por estos textos.

De todos modos, quien abre la puerta del Oriente misterioso de un modo determinante y va a revolucionar el siglo XX es Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), y de forma directa o indirecta, muchos de los conceptos de la filosofía védica, incluidos los Upanishads, nos son familiares a todo el mundo occidental, que cada vez lo es menos.

Hoy casi todos han oído y aun saben el significado básico de Karma, la ley de acción y reacción; Dharma, la ley universal de Orden, Verdad y Justicia; Maya, la ilusión de la existencia, que se presenta como un sueño efímero en medio de la eternidad.

Y cada vez más son más familiares los conceptos de las tres Gunas, o cualidades de la materia que conforman, en diferentes proporciones, todo lo que existe en todos los planos de conciencia; Atma, el Yo verdadero y eterno; Brahmán, lo Absoluto, la realidad; Sat, Chit y Ananda (Ser, Conciencia y Felicidad perfecta, el Triple Logos de Platón); Samsara, el peregrinaje a través de la infinidad de vidas o reencarnación, la sucesión de todo aquello que nace, vive y muere; Budhi, la luz del discernimiento, sabiduría o inteligencia pura; el AUM o símbolo del Dios en su triple expresión (Brahma, que abre; Vishnu que conserva y Shiva que destruye, cierra y renueva); Prakriti o naturaleza material y Purusha, el espíritu; Moksha o liberación definitiva, equivalente a Nirvana o extinción del yo ilusorio; Eka Advaita el Uno sin dos; y un largo etcétera.

Todos estos términos, cada vez más actuales en nuestro lenguaje, nacieron en los Vedas y en los Upanishads y fueron el esqueleto filosófico y espiritual de la cultura de la India durante, como mínimo tres mil años. Como es lógico, muchos de estos conceptos experimentaron transformaciones desde los himnos védicos y durante el hinduismo, o diferentes matices aún, en el jainismo y el budismo, pero no dejaron de ser conceptos básicos, definitivos, casi como lo son los números en la matemática.

Y, sin embargo, su lenguaje no es tan formal (esotéricamente sí lo es, es matemático). Los filósofos que hacían uso de ellos no quedaban prendidos, como sucede hoy con la filosofía occidental en gran parte, a redes de palabras que de puro abstractas ya ni significan nada ni hay manera de referirlas a la naturaleza a la vida. Todos estos términos, desde su significado en sánscrito hasta su uso en diferentes contextos, aluden a imágenes mentales muy claras, símbolos o metáforas de aquello que indican en el cielo de la ideación pura. Pero, además, en sus explicaciones reina la alegoría, la comparación, la analogía, que como nos recuerda H. P. Blavatsky es la llave que nos permite abrir las puertas del misterio: «Así es arriba como es abajo».

Por ejemplo, las Tres Gunas son llamadas «la cabra tricolor» o simplemente enumeradas en los Upanishads como Rojo (Rajas-exceso), Negro (Tamas-defecto, inercia) y Blanco (Satva-justo medio), curiosamente los tres colores de la alquimia, aludiendo a la luz y la energía prisionera en la materia, como en el carbón (Tamas), su dolorosa liberación convertida y a través del fuego (Rajas) y pura, feliz, sin cadenas ya, bañando con su alegría cuanto toca y otorgando la Recta Medida (Satva). Los tres símbolos del estado en que todo se halla, con diferentes proporciones de estas tres cualidades. Del mismo modo que la infinidad de colores es trazada con las diferentes proporciones de tres colores primarios, la infinidad de cualidades, acciones, objetos, pensamientos, emociones, etc., es medida y nace de las diferentes proporciones de estas Tres Gunas. La misma Trimurti o Tres Dioses son asociados a ellas: Shiva, dios de los ascetas (Tamas), Brahma, el creador del mundo (Rajas) y Vishnu, el Conservador, la bondad de Satva. Tres Dioses que, como dice el Upanishad, han sido y son uno, y se convierten en 8, en 11, luego 12 y luego infinito.

El concepto de Purusha se traduce como «espíritu», que provoca en la materia (Prakriti) todas sus transformaciones evolucionarias, como una danzarina ante el sujeto que la mira. Como nos recuerda la Doctrina Secreta, Purusha o Pensamiento Divino es la condición sujeto de la existencia misma, y Prakriti la condición objeto o soporte. Purusha es cojo y Prakriti ciega, por lo que deben actuar en conjunto, y nada son, en la vida manifestada, el uno sin el otro. Y, sin embargo, en sánscrito, Purusha significa ‘hombre, varón’, y muy semejante a Parashu (Hacha de Doble Filo), como en el mito griego en que Ares Dionisos construye el universo con movimientos espiralados, cavando en el caos de la materia primordial.

Purusha, en los Vedas, es representado, en un himno, como un gigante de mil cabezas y mil pies que es sacrificado y desmembrado para dar nacimiento al mundo, como el gigante Ymir en la religión escandinava (que es también indoaria). En realidad, significa lo mismo que el Adam Kadmon de la Cábala, es el Hombre Celeste o la Pirámide de Arquetipos o Pensamientos Divinos, eternos, que asumen forma en el universo que nace, vive y muere. Pero la imagen es muy gráfica. Del mismo modo que con el ADN que identifica al ser humano, y con las sustancias químicas que lo gestan podríamos generar cuanto existe en el universo y vive en la naturaleza (si no todo, gran parte), las unidades o estructuras formales que han permitido que se manifieste el ser humano, microcosmos, son las mismas que abarcan el infinito del cosmos. Como en la película Mission to Mars, excelente, por cierto, en que el ADN de un solo marciano habría generado, en una Tierra químicamente preparada, toda la naturaleza viva de la Tierra.

Budhi, que en sánscrito significa ‘luz’, es la luz espiritual, el discernimiento, la inteligencia que nos permite no perdernos en el laberinto de la vida, y no sucumbir ante sus dificultades. Es la voz interior o la conciencia que, más allá de nuestros razonamientos, ciertos o falsos, nos señala siempre el rumbo como una brújula, independientemente de que lo sigamos o no.

Los Upanishads

En el Taitiriya Upanishad, Budhi es comparado con un ave, en que sraddha (la fe firme, la determinación) es su cabeza, el ala derecha es el orden cósmico (rita), el ala izquierda la Verdad (sathya), el cuerpo mismo es mahat (literalmente ‘grande’, es el principio de Conciencia Universal o verdadera naturaleza del Ser) y su cola es yoga (que significa ‘unión’, pero que aquí debe significar sujeción de las potencias inferiores). ¡Qué discurso filosófico en un solo símbolo! Budhi es el cisne en el interior del alma, o el águila de nuestra verdadera naturaleza en la jaula del espacio y el tiempo y de las limitaciones del karma, el alma divina. En los Upanishads hallamos el juego de palabras que, al repetir sucesivamente Sah (Él, o sea, Brahmán) y Aham (‘Yo’) hace nacer la palabra Hamsa, cisne, de eternidad, y que genera el Hamsa gayatri, que se traduce:

¡Oh Maestro! ¡Que lleguemos a conocerte!

¡Que podamos meditar en el Maestro supremo!

¡Que este Maestro nos conduzca!

Este Maestro es el Yo Divino, Atma-budhi irradiando su luz desde el corazón, y vivificado en la presencia de quien nos guía en el camino, con quien misteriosamente llega a identificarse.

Y si Budhi es la luz divina, quien la irradia es Atma, el Yo interior y último, el centro de nuestra existencia, más allá de toda separatividad y de toda sombra, el «Uno-solo-Uno», que es al mismo tiempo la raíz misma del universo (Brahmán). El discurso del Bhagavad Gita sobre Atma es sublime: ni el fuego, ni el agua, ni las armas de metal o el viento pueden herirlo, y está más allá de todo elogio o crítica, de toda definición o cualidad.

En el Mundaka Upanishad se dice de él:

«El ojo no lo puede ver; la mente no lo puede captar. El ser inmortal no tiene casta ni raza, ni ojos, ni oídos, ni manos, ni pies. Los sabios dicen que este ser es infinito en lo grande y en lo pequeño, eterno e inmutable, la fuente de la vida».

Y sobre la vida como una corriente, que Platón llama devenir, la sucesión de los momentos, en cuyas ondas todo nace, vive, se desarrolla y muere; río que el budismo dice que es necesario atravesar en la barca de una mente firme y sin dudas, hasta llegar a la otra orilla, el Nirvana; esta corriente o sucesión de presentes sin realidad es llamada en los Upanishads «Samsara». Y en estos mismos libros, es comparada con una rueda, la Rueda de la Vida (ya vemos dónde han nacido símbolos que son comunes en más de tres mil años de historia, y por todo el mundo):

«Este vasto universo es una rueda, la rueda de Brahman. En ella todas las criaturas están sujetas al nacimiento, a la muerte y al renacimiento. Da vueltas y vueltas y jamás se detiene» (Svetasvatara Upanishad).

Como la rueda del Sol, en cuya luz todo nace, vive y muere, o la rueda de la galaxia, la nuestra, la Vía Láctea, que, según nuestra cosmología gira cada 220 millones de años, arrastrando a infinidad de estrellas en lo que es un simple parpadeo de la eternidad, como todo lo que vive en este Samsara.

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