Uno de los campos de las humanidades que está avanzando en este siglo es el conocimiento de nuestro remoto pasado, al que solemos llamar convencionalmente prehistoria, sobre la base de que los pueblos que no tuvieron textos escritos se colocan fuera del transcurrir de la historia. Con ese criterio es fácil catalogar a los humanos de esas épocas lejanas como primitivos, o incluso como homínidos, casi animales.
La arqueología, que es la disciplina científica que recoge pruebas sobre lo que hicieron nuestros antepasados, cómo vivieron, cómo se organizaron, en qué creían, nos está proporcionando hechos, restos palpables y nuevos paradigmas que nos ayudan a pensar la prehistoria de otra manera. Así lo reflexiona uno de nuestros entrevistados en el número de este mes, que nos presenta todo un panorama interpretativo del arte rupestre, desde un punto de vista que tiene en cuenta categorías más amplias y diversas que la simple cuestión de las herramientas que utilizaron o qué animales y dónde cazaban.
El arte prehistórico nos presenta una humanidad lejana que se comunica con nosotros, gracias a sus elaboradas simbologías y a su capacidad de comunicar sensaciones, anhelos o vivencias que no son tan diferentes de las que tenemos quienes vivimos en el siglo XXI.