«El arte rupestre es un contenedor de información que se proyecta en el tiempo».
Entrevistamos a Marcos García Diez, profesor de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid y autor de diversas publicaciones sobre el arte rupestre en la península ibérica.
Recientemente se han descubierto unas marcas de manos y pies de niños en el Tíbet, con una datación aproximada de más de 200.000 años que, según los expertos, podrían ser intencionadas, por lo que se ha comenzado a decir que son la primera y más antigua muestra de arte rupestre. Esto ha abierto un duro debate acerca de si son o no arte rupestre, así que, ¿qué le parece comenzar por aclarar qué es y qué no es arte rupestre?
Tradicionalmente se considera arte rupestre toda aquella forma construida que se localiza en un soporte fijo, es decir, que no se puede mover, que es lo contrario al arte mueble que puedes transportar. Además, se considera que, detrás de esa forma creada, se esconde un mensaje que se basa, en parte, en la ambigüedad. Es decir, que se dibuja un bisonte para transmitir una idea, un mensaje que está más allá de la forma construida. Sería, de alguna manera, el primer lenguaje gráfico. Y sería un primer lenguaje en un sentido parecido a lo que nosotros entendemos como lenguaje manifestado a través del abecedario, en el que por la unión de distintas letras, por asociación, construimos un término o incluso una idea o relato, una narrativa en definitiva. En este caso, ese término sería el bisonte, por ejemplo, que podemos vincular a otros términos para transmitir una idea.
Para mí eso es el arte rupestre; el primer lenguaje gráfico que nos ha llegado, y también es una de las claves, vamos a decirlo así, de la comunicación humana. Creo que detrás del arte prehistórico, lo que hay es un claro elemento de comunicación, basado además en la ambigüedad, en el sentido de que la forma, que sería el significante, transmite un significado que está más allá de la construcción del significante. El bisonte no solo es un bisonte, sino que busca transmitir una idea… No vamos a entrar en la discusión ahora de si representa la fuerza y de si es la fuerza del animal la que quiere captar el hombre que lo pinta, etc. Lo importante en esto es que la construcción de esas ideas está más allá del bisonte. En el fondo, de lo que estamos hablando es de la construcción de símbolos, algo de gran importancia en términos de evolución humana. No hablamos solo de Prehistoria, hablamos de nuestra propia evolución, y el juego de la construcción de símbolos es algo que implica no solo al que lo elabora, sino también a quien lo recibe, porque las ideas se transmiten para condicionar una respuesta.
Suelo poner este mismo ejemplo en clase: cuando se construye una bandera, que no es otra cosa que un juego de colores, me da igual que esté en tela, piedra o en lo que sea; lo importante es lo que hay detrás. Es decir, yo puedo mostrar una bandera y en lugar de decir que es una bandera, te suelto todo un rollo sobre la forma, los colores y demás, pero lo importante no es el rollo sobre la forma, lo importante es el mensaje que está transmitiendo, y eso lo que implica, y creo que esto está también detrás del arte rupestre y del arte prehistórico, es que se trata de la representación de elementos condicionantes en una sociedad. Y esto, por ejemplo, ocurre con todos los símbolos de todas las religiones, no solamente de nuestra religión más cercana.
¿En el sentido de identificación o de no identificación con el símbolo?
Sobre todo, en el sentido de movilizar y condicionar conciencias. Cuando se crea un símbolo, puede igualmente movilizar conciencias para revolverlas o para agruparlas. Son elementos que pueden unirnos; el mismo elemento que, en algún momento, actúa como una fuerza que me diferencia del otro, me sirve al mismo tiempo para integrarme en un grupo afín y rechazar a otras personas. Y todo eso es lo que está también dentro del arte prehistórico: mandar mensajes que sirven para integrarnos e identificarnos como grupo, basados en un sistema de lenguajes gráficos en los que hay detrás una comunicación, porque contiene los mismos cuatro elementos que lo que conocemos hoy en día como las cuatro «ces» de la sociedad del conocimiento.
Por un lado, hay un elemento de crítica, en el sentido de que existe la capacidad para dar una dimensión a los materiales y formas mucho más allá de ellos, lo cual se basa en otro de los elementos de las «ces», que es la creatividad. Entonces, se crean cosas con un sentido crítico y, además, sirven como elemento de comunicación, y también se usan como elemento, diríamos, de colaboración, de integración del grupo, que es ese sentimiento de identidad, bien de aceptación bien de «rechazo», como fuerzas sociales centrípetas y centrífugas. Por eso podemos jugar con esos cuatro elementos, crear mensajes y lanzarlos para identificarnos, diferenciarnos, agruparnos, desagruparnos, etc. Y esto no solo lo hacemos desde hace 65.000 años, que son las muestras más antiguas de arte rupestre que conocemos, también lo hacemos ahora. Así, entonces y ahora, dependiendo de cada momento, según las necesidades sociales, o las necesidades sociales dirigidas por una parte del grupo, los símbolos tienen mayor o menor presencia, se construyen nuevos símbolos o se reaprovechan símbolos antiguos, y siempre con ese mismo juego de movilización de conciencias.
¿Cómo eran aquellos humanos que pintaron sobre las paredes de las cuevas?, ¿realmente somos ahora tan diferentes?
Yo creo que nosotros no hemos cambiado. Cuando digo «nosotros», me refiero a nuestro yo biológico. Dentro de lo que es la evolución humana hay diferentes especies y una es el Homo sapiens, que somos nosotros mismos desde el punto de vista anatómico, así que, desde un punto de vista mayormente paleontológico, somos nosotros. Siempre se ha pensado que el arte rupestre era una singularidad vinculada al Homo sapiens, es decir, a nuestros primeros «yoes» biológicos, creyendo que solo los Homo sapiens tenían las capacidades y habilidades para generar artes gráficas, mandar mensajes, ideas, condicionar, comunicar, etc. Hoy en día se sabe que no es así.
Sabemos que especies anteriores a nosotros, como pueden ser los neandertales o, incluso, alguna anterior, también construían lo que llamamos «arte prehistórico», en una densidad mucho más baja, pero también lo hacían. El hecho de utilizar el arte prehistórico con un valor social es más o menos frecuente en según qué épocas. Hay momentos en los que una sociedad utiliza más un recurso y otros en los que lo utilizan menos. Hay momentos en que explota en su utilización y, de repente, desaparecen. Hoy en día sí que sabemos que el Homo sapiens es el que más explota el recurso del arte prehistórico y también el que más diverso lo hace en cuanto a temas, técnicas, estilos, etc. Pero sabemos también que la construcción del arte rupestre como un lenguaje gráfico para la comunicación lo tenían igualmente especies anteriores.
Esto nos lleva a una discusión más filosófica, más de evolución humana, que es preguntarnos quiénes eran los sapiens. Cuando se construye el término sapiens, se quiere hacer referencia a una persona que ya tiene la capacidad de construir lenguajes gráficos, abstraer, comunicar, etc. Pero todas esas capacidades las han tenido humanos que pertenecen a una especie anterior a la nuestra. Lo que pasa es que la nuestra, posiblemente por condiciones vinculadas a cuestiones de densidad demográfica, con todo lo que implica eso en la ocupación de los territorios y organización social, ha hecho que ese recurso, probablemente vinculado a la identidad y al marcaje de la propia identidad en el contexto de la territorialidad tal y como la entendemos, es un concepto que socialmente han utilizado especies anteriores a la nuestra.
¿Cuáles son esas particularidades que marcan la diferencia entre hominización y humanización?
En términos de evolución humana, intentamos reconocer qué elementos son los que nos hacen propiamente humanos y cuándo aparecen. ¿Cuándo el hombre se pone de pie y utiliza herramientas? Esa es una característica, un hito en la evolución humana, un hito en el proceso de humanización. Al final, la humanización no es más que cómo hemos ido construyendo elementos culturales, y uno puede ser ese, pero hay otros que aparecen, otros hitos de la humanización que aparecen en momentos posteriores. Al final todo se basa en crear «artificialidades», es decir, en crear elementos extrasomáticos que están fuera de nuestro cuerpo; los creamos y los utilizamos para nosotros mismos, por nuestra mente, etc.
Creo que uno de los elementos más importantes en la evolución humana es cuando se produce la socialización de lo que descubrimos, de las creaciones que hacemos, porque el hecho de que se pudiera tallar una piedra hace cuatro millones de años no ha tenido incidencia. Se dice que hace dos millones y medio de años los homínidos comenzaron a tallar; entonces, vamos a imaginarnos que esa talla que hace quien sea en un primer momento no se socializa, no tiene una expansión entre los grupos humanos; sería una creación que caería en saco roto, porque no tendría incidencia en la evolución humana. Por lo tanto, la pregunta respecto del arte prehistórico es: ¿cuándo surge?, ¿cuándo aparecen las primeras evidencias?, y ¿cómo esas evidencias han desarrollado sus propios procesos de socialización?, ¿cómo se expanden las creaciones por los territorios y en el tiempo?
Hoy en día sabemos con seguridad que, al menos en Europa (no me refiero a otros continentes), las primeras evidencias de arte prehistórico, como huesos grabados, pueden tener en torno a 300.000 años. Sabemos, además, que desde hace 300.000 años hasta hace más o menos unos 70.000 o 60.000 años, los objetos van apareciendo aquí y allá, es decir, aparece una pieza de hace 300.000 años, aparece otra de hace 230.000 años que está distanciada 2000 km… Aparecen cosas progresivamente distribuidas en el espacio y separadas en el tiempo. Es una creación, pero la incidencia social que ha tenido es muy baja; por lo tanto, podríamos llegar a cuestionarnos la implicación, en términos sociales de evolución humana, que ha tenido ese elemento creativo.
En arte prehistórico parece que se producen dos grandes saltos vinculados a esos procesos de socialización, es decir, que tienen una incidencia que queda marcada como algo propio de nuestro paquete cultural. Esa socialización implica que hay una explosión de presencia de evidencias junto con una expansión por el territorio.
Uno de esos saltos ocurre aparentemente hace 70.000 o 60.000 años, y está vinculado a los neandertales. Aquí lo que tenemos es que el número de evidencias grabadas e, incluso, las primeras evidencias de arte rupestre en las paredes, comienzan a aparecer en Europa en esas fechas. En este contexto se produce una expansión de esas habilidades y, por lo tanto, una expansión del uso de los símbolos.
El otro momento clave, no solo en las evidencias grabadas, sino también en el uso de los símbolos, tiene que ver con los primeros Homo sapiens que están Europa hace unos 30.000 años aproximadamente, donde parece que se produce ya una expansión de la creatividad de los símbolos de manera exponencial. Hay que aclarar que esa expansión exponencial, que antes pensábamos que solo había ocurrido en Europa con la llegada de los Homo sapiens, está absolutamente expandida por todos los territorios con una densidad muy alta, y una muy alta densidad de presencia tanto de elementos muebles como también de pinturas en las paredes de las cuevas. Así que hace unos 40.000 años aparece arte en Asia, en Europa, etc., con las evidencias más antiguas en la zona de Indonesia, que tienen unos 40.000-43.000 años. Algo pasa hace unos 40.000 años y hasta hace unos 30.000 años que crece exponencialmente, coincidiendo con un momento en el que se está produciendo una «explosión» y «dispersión» de las poblaciones.
¿Qué implica esa explosión y dispersión demográfica?
Cuando suceden explosiones demográficas de las poblaciones, se suelen reforzar los elementos identitarios, y posiblemente ahí esté la explicación de la explosión del arte rupestre. Hace 65.000 años aparecen, con los neandertales, no solo huesos y piedras, sino también el arte rupestre. Hay una cosa que es, desde mi punto de vista, en el ámbito de la evolución humana, tremendamente importante: la significación evolutiva y social de dicho arte rupestre, por encima incluso de la importancia del arte mueble.
Cuando alguien graba una piedra o un hueso dentro de un mismo grupo social, donde el símbolo es conocido por todo el grupo, aunque ese símbolo represente una idea con intención de condicionar, ese efecto condicionador está limitado por el tiempo; mientras estamos en el grupo, usamos ese hueso o esa piedra, pero luego el objeto se queda ahí, viene un nuevo nivel estratigráfico y lo oculta. Es lo que encontramos en las excavaciones. Se usó y se dejó allí. Su potencialidad de uso es limitada, y pasados cincuenta o cien años, las personas que entran a la cueva ya no ven ese objeto. Sin embargo, el arte rupestre tiene, desde mi punto de vista, un elemento que es clave en la evolución humana, que es la atemporalidad. Las condiciones de las cuevas permiten que algo que se pintó hace 65.000 años, a menos que haya procesos geológicos que lo oculten, permiten que alguien llegue mil o diez mil años después, y lo vea.
En la cueva de Ardales, en Málaga, existen pinturas neandertales de 65.000 años, y se sabe que los neandertales volvieron a la cueva, al mismo sector subterráneo y a la misma piedra diez mi años después, para volver a pintar en ese mismo sitio. Y sabemos también que otros diez mil años después han ido a la misma cueva, al mismo sector y a la misma columna, y han vuelto a pintar. Y sabemos también que a esa misma cueva llegaron los primeros Homo sapiens y dibujaron ciervos, caballos, signos… al lado de esos otros signos neandertales y por toda la cueva. Es decir, ha tenido que haber una transmisión oral de ese sitio entre distintos grupos que ha hecho que tenga un significado para ellos, ya no solo respecto al arte, sino especialmente respecto al espacio, y esto es lo importante. Es un espacio que ha tenido valor simbólico durante generaciones y generaciones, convirtiéndose en espacios condensadores de información, que no solo se han transmitido de generación en generación, sino también entre especies humanas diferentes, entre neandertales y sapiens, y eso ocurre en la cueva de Ardales, en la cueva de la Pasiega y posiblemente en alguna otra.
Esto nos lleva a pensar que los que pintaban junto a otras pinturas ya existentes (porque de los primeros que pintaron no podemos saberlo) fueron conscientes de que alguien previamente había pintado. Hay un concepto del pasado, y cuando tú eres consciente de que tienes un concepto del pasado, aunque no sepas medirlo, aunque no sepas si han pasado quinientos años o cinco mil años, sabes que alguien vino antes que tú. Y en el momento en que tú eres consciente del pasado, tienes la posibilidad de ser consciente de proyectar cosas en el futuro. En el momento en que yo soy consciente de que alguien ha hecho algo antes, yo puedo pensar que lo que yo hago ahora puede ser visto por alguien en el futuro.
¿Pudieron sentirse como parte de una tradición?
Correcto. Ahí puede estar parte de la clave. Pongamos un ejemplo que todo el mundo conoce. En Altamira todo el mundo ha visto imágenes de los bisontes, que tienen unos 13.500 años. Pero debajo de los bisontes hay figuras de ciervos, caballos, etc. Se sabe que en el famoso panel de Altamira, sin entrar en otras galerías, las imágenes más antiguas tienen, al menos, 36.000 años, y se sabe que las más modernas tienen 13.000 años, pero se sabe también que, en medio de esas dos fases hay otras fases. Es como cuando vas a una catedral, y ves cómo se siguen utilizando imágenes del siglo XIV o XV. Así, los espacios arquitectónicos, en este caso las cuevas, que son naturales y no construidas como las catedrales, son contenedores de información que se proyectan en el tiempo.
Incluso existen algunos ejemplos, pocos, en los que alguna figura se ha retocado, se ha repintado o se ha modificado. Ciertamente no sabemos cuánto tiempo ha pasado hasta ese repintado, pero en algunas, por el tipo de técnica, sabemos que podría corresponder a una fase culturalmente diferente de la prehistoria. Así que muchas de esas acciones de repintados o ampliaciones de figuras, lo que están haciendo es reaprovechar el icono antiguo, bien para revivir el mensaje o la idea que se quería, bien para transmitir otra, usando la misma iconografía con otro sentido.
Para sintetizar esta historia, podríamos considerar las cuevas con arte rupestre como los primeros «discos duros» de la humanidad, en el sentido de que, al construir algo, existe la conciencia de que eso se puede reutilizar, como los discos duros, de manera que puedo acceder a su información en cualquier momento. Alguien puede ir allí, consciente de que hay información antigua, la puede reaprovechar, como hacemos nosotros con nuestros archivos, o la puede modificar. Es decir, son contenedores de información que se proyectan en el tiempo. Por eso digo que el arte prehistórico es atemporal.
¿Y eso, hay un momento en que se detiene o, digamos, se transforma? Quiero decir, ¿hay constancia de que algunos de esos lugares donde hay arte rupestre, en los que podrían tener un sentido más profundo, hay alguna constancia de que haya habido luego algún otro tipo de culto, que haya habido una continuidad?
¿Hasta la actualidad?
No lo sé, o durante más tiempo más allá del Paleolítico, como por ejemplo con cultos íberos… porque si como decías lo importante es el lugar, si la gente que vino después seguía entendiendo que ese lugar era especial, a lo mejor siguieron manteniendo algún tipo de culto en ese mismo sitio.
Entiendo. Precisamente nos han concedido ahora una subvención para un proyecto que lo que hace es estudiar la reutilización de los espacios simbólicos paleolíticos en periodos posteriores al Paleolítico. Nuestro equipo ha investigado esto en dos sitios.
El más emblemático es la cueva del Ojo Guareña, en Burgos, que es la mayor cueva de España, con unos 113 km, y que está entre las quince más grandes del mundo. Este sitio tiene, dentro de esos 113 km, unos doce o catorce espacios con arte prehistórico, y hay además una sala llamada «Sala de las Pinturas» donde hay unas pinturas paleolíticas que tienen 12.000-11.000 años, de los últimos paleolíticos. Nosotros allí nos hicimos la pregunta que tú me has hecho. Esta cueva que es tan grande, que tiene tantas salas, que tiene una ermita incluso… ¿por qué el arte prehistórico no ha podido, al menos, ser visto? No sabemos si usado, pero sí que algo, para ser usado, primero tiene que ser visto. ¿No ha podido entonces ser usada en momentos posteriores por grupos humanos con unas condiciones económicas y sociales, totalmente diferentes a los grupos que lo crearon, que fueron grupos nómadas y de cazadores-recolectores? ¿Es posible que sociedades productoras, sociedades con una base sedentaria, hayan podido ver, o quizá utilizar, ese espacio?
En Ojo Guareña hay pinturas desde el Paleolítico hasta prácticamente ayer, con la ermita. En esa «Sala de las Pinturas» volvimos a datar las pinturas y verificamos que fueron hechas a finales del Paleolítico (unos 12.000 años). Entonces nos dedicamos a coger bastantes carbones que estaban por el suelo, porque los carbones son evidencias de la frecuentación del sitio. Así que cogemos los carbones para saber si alguien más había entrado allí, y después de registrar entre cuatro y cinco dataciones, vemos que cada una es de un momento diferente. Alguien pasó por ahí en el 5500 antes del presente, alguien pasó por ahí en el 3600, alguien pasó sobre el 100, y alguien estuvo allí en plena Edad Media, entre los siglos IX-XIV. Es decir, a lo largo de distintas épocas, distanciadas entre sí por un gran espacio de tiempo, hubo gente en esa sala de la cueva, que resulta que es un sitio al que, para llegar, tienes que entrar en la cueva, meterte por un sitio, bajar doscientos y pico metros, llegar hasta una sala gigante, encontrar un agujerito, y meterse por ahí a través de un pasillo que da paso a una sala más grande… Alguien ha tenido que subir la laderita que tenía la galería principal, darse cuenta de que había un agujero, meterse ahí y ver las pinturas. Y hubo gente que, posteriormente a la creación de las pinturas, a lo largo del tiempo hasta la Edad Media, fue hasta allí.
Aquí la pregunta no solo es saber si lo vieron, sino si también lo usaron, si reutilizaron los símbolos, para la finalidad que sea. Uno de los sitios de esta sala es como un ábside, y al final hay una gran pared cóncava donde hay una concentración de pinturas. Justo debajo de un sector donde hay varias pinturas con antropomorfos y trazos con formas de serpiente, hay restos de un fuego, pero no son restos de un carbón producto de haber ido con una tea para pasar por allí. Lo que hay justo debajo de esas pinturas es un fuego que tiene una potencia grande, y eso significa que ese fuego estuvo activo durante un tiempo largo, dando la iluminación a ese sector.
Eso nos da pie a pensar que si has creado un fuego de larga duración y has estado allí, justo debajo del panel principal (aunque nunca lo podremos probar, porque todo esto es probabilístico), es posible que en algunos casos se utilizaran los símbolos que crearon grupos humanos de tradiciones económica, social y cultural diferentes. Además, en el caso Ojo Guareña, en el túnel que conecta la primera gran sala con la segunda, donde están las pinturas, es donde hemos encontrado la datación de la Edad Media, que casualmente es de un dibujo de una cruz en la pared. La pregunta que nosotros nos hacíamos, que no tiene respuesta 100% segura, es si esa cruz era para indicar que ahí había algo pagano, porque es frecuente en el cristianismo marcar con una cruz la presencia de algo pagano. Y eso está justo antes de entrar a la sala donde están las pinturas; alguien, sobre los siglos XIII-XIV, colocó una cruz y ahí se acabó la historia de la frecuentación de ese sector con pinturas, hasta que se ha entrado ahora científicamente, que ya es otra historia.
Eso pone de manifiesto, una vez más, una atemporalidad más allá de una única tradición cultural y económico-social. Hay espacios (y esta palabra puede ser mal entendida) que tienen un «poder», el «poder» de dar mucha más trascendencia a las cosas que se han creado, y posiblemente sea el espacio el que justifica en muchos casos que esas imágenes estén allí.
Fotos: Marcos García Diez