¿Qué es más importante en un escritor: su vida o su obra?
Hay vidas apasionantes: Wagner, Verdi, Mozart… La tendencia de hoy es adentrarse en las intimidades de los famosos; pero eso tan solo denota la carencia de interés por lo superior y la exagerada y morbosa afición por lo pueril y personal. Importa más el continente que el contenido, el frasco atractivo más que el perfume. Y nunca mejor ejemplo que este en un poeta que suele ser como el perfume profundo del entendimiento y el sentir humano. Por ello yo eludo aquí hablar de la vida de Federico García Lorca, a no ser lo que se imbrica en su obra; no voy a hablar de sus tendencias afectivas ni tampoco de su trágica muerte, pues entra en un terreno tan íntimo y personal que toda referencia sería mancillarle. Dejemos el pasado superado y a los muertos en paz.
Sus datos biográficos son para mí breves: nació bajo el signo de Géminis en 1898 (año del desastre colonial que tanto influyó en la generación posterior del 27), en Fuentevaqueros, Granada, en una familia acomodada y de refinados gustos artísticos (música, pintura, teatro…). Además, se sumaba a la tradición de poetas andaluces que tiene mucho que ver con el inconsciente colectivo del alma arábigo-andalusí depositada en sus gentes durante los siete siglos de confraternización.
Su vida de señorito andaluz se divide entre Granada y Madrid, en donde se relaciona en la Residencia de Estudiantes con ciertos destacados personajes: Buñuel, Salinas, Alberti, Aleixandre, Jorge Guillén, Dalí, Gerardo Diego… Su amistad con Manuel de Falla le llevó a viajes frecuentes a Granada para preparar el Festival de Cante Jondo.
Es el intimismo andaluz, desgarrador, unido a la gracia de la técnica desplegada en brillantes imágenes. La nostalgia de su tierra se ha transmutado en ideas vividas en el ambiente de sus nuevos amigos de la residencia. A todos conquista la oratoria y el magnetismo del joven Federico. En el año 29, a causa de una crisis espiritual, se traslada a Nueva York durante un año, dejando su famoso poemario Poeta en Nueva York, que, según el profesor y poeta Vicente Ramos, «es la más soberbia creación del autor».
Hasta esa fecha había publicado su primer cancionero, Libro de poemas, en 1921. Todo ardor juvenil y ambición sin medida, según el propio autor… hasta llegar a la audacia sorpresiva con Primeras canciones, en 1922, y Cancionero, en 1927. Como dice el profesor Correa Rodríguez, «la prodigiosa técnica desplegada en brillantes metáforas e imágenes se funden en lo andaluz y el universalismo europeo. La nostalgia de su tierra se ha transmutado ya en posibilidades poéticas intelectuales».
Pero, a partir de esta experiencia americana, el vértigo de la metrópolis, con sus miserias y grandezas, asombra el alma del poeta, que analiza los contrastes y plasma con cierto resabio gitano al hablar de los negros. La muerte del amigo torero le inspira Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, una de las más sentidas evocaciones funerarias en lengua castellana, comparable con las de Manrique y Hernández. Le siguieron Seis poemas galegos, en 1935, y el Diván de Tamarit, en 1936, obra póstuma cargada de sensualidad y de fino arabismo granadino, más presente en las gacelas que en las casidas.
La honda intensidad de su teatro, sobre el que formó una compañía universitaria que viajó por diversas ciudades españolas, La Barraca, ha sido comparada con la sublimidad del teatro griego, en donde los personajes son símbolos universales del alma española, del desgarro rural con la mujer como centro primordial: Mariana Pineda, Bodas de sangre, Yerma, La casa de Bernarda Alba… En verdad, el poeta supo adentrarse en el alma femenina y transmitir sus inseguridades, la esclavitud de los prejuicios, las ansias de hembra incomprendida; pero no tanto en las palabras como en los gestos, las miradas y los silencios de su teatro imaginario. Si con solo treinta y ocho años él abarcó tan gran producción poética y teatral, ¿qué habría ocurrido de seguir viviendo hasta una edad avanzada?
Lo cierto es que el 10 de julio de 1936, Lorca se dirige hacia Granada desde Madrid en busca, sin saberlo, de la muerte. De todos es conocido que el lugar menos seguro para alguien que se había destacado en despertar envidias, rencores y venganzas era el propio pueblo de origen, «nadie es profeta en su tierra» a no ser después de muerto. También le ocurrió a Hernández en Orihuela… Lo lejano se admira, pero no se compara con referencias comunes. De todos modos, es mejor no hablar de mártires ni de injusticias; si nos referimos a una guerra civil, que siempre es incivil, la lista sería larga y dolorosa. Por ello, porque las crónicas no siempre suelen ser objetivas, hay que recurrir al sentido filosófico y valorar lo más elevado del ser humano. Sin etiquetas, pues cada cual tiene las suyas; sin modas, que siempre son pasajeras; sin orquestaciones, porque cada director pretende que interpretemos su versión. Para ello, difícil y ardua empresa, hay que documentarse, investigar, constatar y discernir.
Un poeta extraordinario
¿Era Federico García Lorca un buen poeta? Sin duda alguna lo creo así; pero no porque me lo digan los demás, sino porque yo lo he reconocido por mis lecturas e investigaciones. ¿Había otros poetas? Claro que sí, entre otros, J. R. Jiménez, Dámaso Alonso, Antonio Machado, Aleixandre, este último premio nobel de literatura. Por cierto que este último habla del poeta en términos muy sensibles. Refiriéndose a sus poemas Del amor oscuro, dice que a Lorca se le puede comparar con un niño, o como él decía, con el agua («mi corazón es un poco de agua pura»), pero nos dice que también era a veces como una roca, pues en sus más terribles momentos era impetuoso, clamoroso, mágico. Y es que, difícilmente la genialidad puede reducirse a un estereotipo, que es en lo que suele desembocar la opinión general a causa de la pereza del intelecto. Así pues, si Aleixandre dice que Federico era como un niño, como el agua, como una roca y hasta él mismo dice tener «fuego en sus manos»… ¡qué difícil será seguir a un niño, abarcar el agua, levantar una roca y tocar el fuego!, a no ser que nos adentremos en las regiones hechiceras de la Poesía y consigamos, ¡oh prodigio!, seguir, abarcar, levantar y tocar, tan solo con el sentimiento, con la comunión de las almas poéticas, que en realidad somos todos los humanos, por la divina gracia del fuego sagrado, del fuego prometeico.
Permitidme que termine con las propias palabras del poeta granadino:
Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía?
¿Qué te voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle nada más. (…)
Aquí está; mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él perfectamente; pero no puedo hablar de él sin literatura.
Yo comprendo las ideas poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo como me gusta la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminar nunca (…). Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios (o del demonio), también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo y darme cuenta de lo que es un poema.
Nos ha gustado mucho a Paco y a mí este estupendo articulo sobre el extraordinario poeta Federico García Lorca.
Has sabido sacar la esencia del Poeta de su fondo extraordinario, sin tener que pasar, ni tan siquiera de puntillas, por comentarios de su vida privada. Como tú dices lo más importante de algo es la esencia y no lo que la contiene.
Y por todo ello te doy la enhorabuena por ésta bonita reflexión sobre Federico.